25 abril 2024

De Carolina Durante y nuestras noches

Crónica de la noche del 24 de noviembre en La Riviera y una breve reflexión sobre Carolina Durante

 

Escribe María Rozados

 

Una generación vacía, repleta de duda y error. Cada día, somos menos. Pero no en números. En lo de dentro. Decrecemos, nos tambaleamos e intentamos preservar lo poco que nos queda, cuando todo se ha ido. Cada día, hace más frío. Y cada día, estamos peor. Si es que aún podemos alcanzar a entender algo, y no es tanto lo que nos persigue. Lo que cae sobre nuestras espaldas y hace ruido. La falta de esperanzas, los sueños que se agotan y el desolador estruendo que persigue las noches. Y todavía hace frío. No sabemos a dónde ir, pero avanzamos. Nos caemos y tropezamos. Pero la realidad sigue temblando, y nosotros preferimos acomodarnos a ella antes que descifrar el aliento que le infunde vida. Mientras supura el recuerdo, se eleva la voz. 

La banda sonora de nuestros días, el fútil suspiro de las derrotas pasadas (y las que están por venir). La pasión que desborda la ira, y entierra la duda. Si es que aún hay algo por lo que luchar, luchemos por lo que sobra, por el exceso, por la amargura y el rencor. Por las cosas que se pelean y serpentean en los caminos de la memoria, en los cercos de la mente, en la desgracia y la tragedia. La desilusión que conmueve, la rabia que aprieta sin llegar a ahogar. Todo tiene cabida ahí adentro. Carolina Durante lo saca a relucir, y lo hace nuestro. Tan nuestro, que escuece.

La noche se hacía un hueco, inquieta, en el corazón de La Riviera. Luego de la tierna euforia de Bestia Bebé, llegaban los de Madrid para cerrar la segunda de sus noches en la ciudad que los vio nacer. Ocurrieron en la noche, aunque no un 12 de enero. Las cosas dejaron de ser como antes, y se abrieron paso en la desidia para dar voz a una generación entera. Una generación perdida, derrotada y derribada por las expectativas. Una generación tan confusa como el caos que la acoge, sumida en el desencanto y la fragilidad de las cosas. Pero estamos en sus letras, ellos hablan de nosotros. Hablan de lo que queremos decir pero no sabemos cómo. Y lo hacen sin querer, sin tomar conciencia. Le cantan a la vida que se ha olvidado de ser, al sinsabor de una eterna despedida que, en su quietud, se hace de hielo. 

Abrieron con Cementerio, y cayó la noche. Se les vieron los colores, parecían de mentira. La demoledora poética de Diego aunaba la furia de la que se impregnaban los cuerpos. En sus incendios, aire. En sus idas y venidas, la emoción. Y todo sin que diese tiempo a respirar, sin que hubiese hueco para la incerteza. Todo se sucedía a un hipnótico ritmo capaz de contagiar la más absurda de las pasiones. Casi como un sueño, pero sin soñar.

La arrolladora carisma del vocalista, unida a lo dramático de su expresión corporal y la teatralidad con que hacía de la despreocupación un acto de fe, dio en trastocar el sentido de una velada fugaz y difusa. Diego, tan suyo como nuestro, invadía con su meteórica silueta el lienzo de una noche al margen del espacio-tiempo, escrita en humo sobre un “casi-futuro” cada vez más diluido. La apoplejía de los versos resignados a morir, el crepúsculo de una generación y el soporífero recuerdo de las luces que la vieron nacer.

Buenos consejos de las peores personas. A la euforia la siguió la euforia, y el eco se hizo lento. Una Riviera encendida, dispuesta a sentir con cada pedazo de su sed el éxtasis de la noche, y saciar el apetito arrojado por el lamento.

De ahí, al Himno Titular. El “contra-himno”. El “anti-himno”. Un canto al odio, a la resignación, a la contradicción en que reposan nuestros ideales. En su indiferencia, melancolía. En su furia, la catarsis. El final de los principios, el amanecer de una era. Y siempre igual. Retratando sus verdades: afiladas como cuchillas, ácidas como el recuerdo. Incógnitas que se deslizan en los misterios del tiempo, y empuñan la dulce agonía que arropa el tormento de vivir.

Su sonido, salvaje y distorsionado, puro y sincero. Envuelto en el duelo y el extrañamiento, en la poética de la miseria y el desconcierto. Tan ajeno como cercano al misterio que nos envuelve. Pero siempre sin pretenderlo, sin acercarse a la vida más que a la mentira. Siempre sonando alto, retumbando en la periferia. Ordenando las memorias, avivando el fuego hasta revolver las cenizas.

Y luego vinieron Cuando Niño y El Año, y hasta lo dijo Martín Barreiro. Porque el de los telediarios se hizo un hueco en el escenario y subió a corear el tema que se le dedica.

Como el humo que nos envuelve y aprieta, se hacían y deshacían. A cada momento que parecían desvanecer, regresaban con más ímpetu y firmeza. Y una y otra vez. Siendo muchos a la vez, retumbando como los desastres que devoran el mundo.

La fiesta continuó con Nuevas Formas de Hacer el Ridículo, su sagaz denuncia a la incongruencia del contraste entre las relaciones online / offline, y la ansiedad que de ahí deriva. Las falsas apariencias, la inseguridad que rige el mundo y la dificultad de establecer vínculos entre los seres humanos.

Y cuando queríamos volver a querer, llegó Falta Sentimiento. La demoledora batalla contra nosotros mismos, que cicatriza en una oda a la apatía y la ausencia de horizontes. Siguiendo la línea oscura y descarnada que define a sus primeros trabajos, los 300 Golpes retumbaron en la Riviera como un eco grave y feroz .

Y entonces volvieron a la noche que los vio nacer. La de Madrid, la de los Muertos Vivientes. Un metro vacío a las seis de la mañana, Dionisio bajando por Corredera y el silencio. El mortífero silencio. Las canciones de Juanita, con El Mató pero nunca Policía, y un portal de madrugada. Recuerdos como taladros, lo amargo de la memoria y la aspereza del olvido. Todo cayendo a nuestras espaldas, como los puñales que aún nos duelen, y atraviesan. Siempre sin saber, pero apuntando bien.

Ahí entró la Niña de Hielo, oteando desde su palacio el marchitar de las vidas, el desgarrador vacío que deja el amor en su partida. Todo ello enmarcado en la fragilidad de las relaciones de nuestro siglo, y lo insulso de la vida contemporánea en el marco de una sociedad cimentada en el individualismo y la pérdida de valores.

También dejaron ahí un espacio a su tema inédito, Si supieras cómo soy, que dio pie a KLK y al contundente El Perro de tu Señorío. Probablemente el tema más oscuro de todo su repertorio, cargado de metáforas y simbolismo, sumido en el abismo de la conciencia y el desacato a la verdad escrita. En su retórica, cruel y desarraigada, reside mucho de verdad.

Su ultimísimo tema también sonó, arropado por un público que ya apuntaba a sus letras con fuerza y decisión. Y es que No Tan Jóvenes los consolida ya como los voceros de la generación vacía, como abanderados del fracaso y la abulia a la que nos vemos condenados los siervos de la posmodernidad. Exiliados del futuro, nuestros sueños nos han sido expropiados y vendidos al mejor postor. Y, en una acertadísima producción audiovisual bajo el sello del maestro Ernesto Sevilla, se define esta circunstancia como inherente a la condición humana. Ametrallados por el miedo, consumidos por la indefinición. Aún procurando la dejadez, reposa en ella lo contundente de sus reflexiones, empapadas de nuestras entrañas.

En un retorno a los albores de su música, sonaron fuerte En Verano y Necromántico, para concluir con tres de los himnos que ya vienen de atesorar: la de Perdona, Cayetano y Joder, No Sé, tema con que cerrarían una de sus noches más emblemáticas en el corazón de Madrid, proclamándose como portavoces de nuestras vidas. Nuestros fracasos, nuestros miedos, nuestras vergüenzas y nuestro adiós. Una generación reflejada en ellos como en un espejo cóncavo, una nueva óptica capaz de deformar la realidad.

Y sonaron, y no sonaron mal. Sonaron mejor que ayer. Porque ya no hay futuro, solo error. Y ya no cabemos, donde no cabe el destierro.