20 abril 2024

Del teatro de Molière, bien podríamos decir que surca los tiempos sin que presente ningún tipo de traba, sea cual sea el lugar de representación, el formato o el estilo. Son obras generalmente agradecidas, entretenidas y con las que en cierto grado podemos sentirnos identificados.

En este caso “El avaro”, nos cuenta la historia de “la avaricia” en sí misma, como una enfermedad incurable que Harpagón intenta ocultar pero que florece  sola, mostrando las miserias más internas del hombre. El encargado de tan jugoso personaje es Juan Luis Galiardo, quien llevaba bastante tiempo planteándose este proyecto, hasta que contactó con Jorge Lavelli que junto a José Ramón Fernández, realizó la versión y adaptación de la conocida obra del dramaturgo francés.

La obra en general gira en torno al actor principal, que como protagonista que es, intenta mostrar lo mejor de su actuación, sobretodo siendo una persona ya consagrada y respaldada por multitud de trabajos teatrales. Leyendo varias entrevistas del director Jorge Lavelli, nos cuenta que trabajando con Galiardo ha intentado mostrarlo diferente, distinto a lo que todos podemos recordar. Cuando un actor tiene una formación tan característica, es muy difícil dejar eso atrás y zambullirte en una nueva aventura. En un primer instante, parecía que realmente estaba conseguido, pero a medida que avanzaba la trama, esos encasillamientos florecían, puede ser, que sin ni siquiera darse cuenta. Esto provocaba una interpretación muchas veces descuidada, llena de “gracias” propias del actor, y no muy ceñidas al personaje de Molière. Ante esto, claro está, las señoras con visón del teatro se deshacían en sus butacas… Pero para muchos de los restantes con abrigos más modestos, nos pareció mas bien una actuación bastante “arturofernandiana”.

La obra en general está bien, y el hecho de que la mayoría del público fuese a ver al actor estrella en cuestión, no interfirió en que otros personajes despuntaran, en mi opinión, incluso mucho más que el protagonista. Cabe resaltar la magnífica actuación de Palmira Ferrer como “Frosina”, la mejor actriz del montaje.

La propuesta estética que nos traían era además muy interesante, divertida y dinámica, ya que las escenografías móviles dan mucho juego y entretienen al espectador. Además todos los cambios, iban ligados a la perfección, dando una aspecto de limpieza en el escenario y trabajo de coro excelente, que merece mucho la pena el ver.