18 marzo 2024

cassNos habían dicho que el lunes 20 de enero iba a ser el día más triste de la año. Pero nada que no arregle una de las veladas de la mano de SON EG, que siempre funcionan para levantar el ánimo. Los ingredientes, los de siempre: un quinto de Estrella de Galicia antes de empezar, un emplazamiento con magia y una programación de lujo. El otro día le tocaba a Cass McCombs en el que fue su segundo concierto de la gira que hoy termina en Barcelona.

Pero antes fue el turno de Frank Fairfield, nacido en el valle de San Joaquín, California. Salió al escenario ataviado como si lo hubieran soltado en una máquina del tiempo de Texas en el siglo pasado. Diez minutos de violín y una canción cantada con voz llorosa después, ya no sabíamos si estábamos en el Teatro Lara o en un decorado del Red Dead Redemption. El resto de su intervención fue cambiando de violín a guitarra, pasando por el banjo, acompañando el ritmo con sus pisadas en el escenario. Sólo le faltaba la pajita en la boca para resultar del todo convincente como colega de Clint Eastwood. Y cuando el personaje ya estaba creado, nos sorprendió mirando la hora en un reloj de bolsillo. ¡Un reloj de bolsillo! Sin duda Frank Fairfield, que ya había enamorado a Greil Marcus o a Fleet Foxes, se metió a los presentes con su reloj en el bolsillo. Y por si fuera poco, nos regaló una versión de Las isabeles muy digna, pese a la vergüenza que le daba cantar en español como su sonrisilla demostraba.

Y tras el entrante, el plato fuerte. Cass McCombs salió al escenario con una disposición que siempre he admirado: aquella en la que todos los artistas aparecen en primera línea, otorgando a todos la misma importancia. Lo bueno no se hizo esperar, y abrió el espectáculo con la estupenda There Can Be Only One, de su celebrado último disco Big Wheel And Others. A esta le siguieron Love Thin Enemy y Name Written in Water, enlazadas mediante la batería, que tuvo aquí uno de sus minutos de gloria.

Quizá por echar mano de sus temas del pasado, Cass McCombs tuvo que echar también mano de una libreta para recordar quién sabe si la letra o los acordes. El caso es que al final casi ni le hizo falta mirarla. El de california es otro de esos artistas que consiguen que hacer canciones parezca fácil.

El concierto seguía, sin mediar palabra con el público, y la banda alargaba Dreams come true girl para transformar el concierto en una sesión de jazz que, llegando al final del tema, cambiaba el sonido de la guitarra de Cass McCombs pareciendo que aquello no terminaba nunca. Pero lo que en realidad ocurría era que preparaban el sonido de Lionkiller, la canción con la que quien tuvo su minuto de gloria fue el bajo.

Fue desde What Isn’t Nature cuando el concierto olía a final. La energía fue poco a poco apagándose  y la voz de Cass McCombs fue sonando cada vez más floja durante cuatro canciones hasta llegar a otra enérgica That’s that, que serviría como despedida. Aunque por supuesto, no como despedida definitiva. County Line, la canción estrella de su carrera, fue con la que realmente nos dijo adiós, sonando aún más lenta que en estudio y haciéndonos salir de ese concierto a cámara lenta.