28 marzo 2024

No nos engañemos. A muchos nos había fastidiado (bastante) el cambio de recinto tras la venta fugaz de las algo más de 2000 entradas que allá por noviembre lanzaron Mumford & Sons para su primer concierto en Madrid. Iba a ser en La Riviera, sí, pero queda claro que era un recinto que ya quedaba pequeño para el grupo británico que confirma el reinado del folk tradicional y enérgico. Así que la velada se mudó al Palacio de Vistalegre, y con esto, 7000 personas más pudieron disfrutar de un concierto que cumplió con lo esperado.

Disfrutar, eso sí, con muchos peros. Los primeros, los de la organización. Abarrotada la grada, medio vacía la pista, y barullo monumental a la entrada a la pista, donde , por vaya usted a saber por qué, el personal de seguridad se negaba a dejar pasar a un buen número de personas que, pese a tener entrada para La Riviera (y, por ende, a la pista), oían cómo les explicaban que el aforo estaba completo. La resaca de la desgraciada noche de Halloween en Madrid Arena parece ser que va a pesar durante mucho tiempo en los grandes eventos de la capital, y así, los privilegiados que pudimos bailotear con un espacio más que suficiente en la pista contemplábamos cómo, paradójicamente, la gente de los tendidos estaba mucho más apretada que nosotros.

Más peros. El siempre comentado sonido de Vistalegre. Se han dado casos de conciertos en el recinto con una acústica decente, pero este no fue uno de ellos. Al menos al principio, cuando las características notas de banjo y violín que acompañan a los ritmos de Marcus Mumford eran casi imperceptibles para oídos humanos. La cosa fue mejorando (dudo de si fue porque a todo se acostumbra uno o porque a alguien se le ocurrió mover algo en la mesa de sonido), pero aún así las palabras al auditorio resultaban completamente ininteligibles en la gran mayoría de las ocasiones.

Sí hubo una que se entendió bien: “FIESTA!!!”. Y fue lo que pasó. Tras un apabullante introito a cargo del dúo californiano Deap Vally, la potente ‘Babel’, tema que titula el último trabajo de Marcus Mumford, Ben Lovett, Winston Marshall y Ted Dwane abría un concierto en el que el público, que se podía calificar, cuanto menos, de heterogéneo, hacía lo que podía para corear unas letras que dominaban más mal que bien. Una amplia representación de público femenino joven y bastante enfervorecido podía hacer pensar que quienes estaban sobre el escenario eran los Backstreet Boys de 2013, pero con camisas de cuadros y sin coreografías. No lo eran, pero su audiencia los convirtió en la prueba fehaciente de que ahora lo más in a los 19 ya no es lo que dicen Los 40 Principales, sino definirte como indie-folkie, llevar el pelo muy largo y morir por haber visto a los Mumford en Coachella.

Ambiente aparte, el repertorio fue justito, pero correcto. Al inicio enérgico con temas de Babel, como ‘I will wait’, uno de los temas más exitosos del disco, siguieron temas más tranquilos  como ‘White blank page’, ‘Holland Road’ y ‘Thimsel’ para luego levantar de nuevo a las 9000 almas con ‘Little lion man’, una de las canciones más celebradas de la noche. Ahí fue cuando, en uno de los múltiples cambios de instrumentos de los músicos, Marcus se sentó a los mandos de la batería para descamisarse con ‘Lover of the light’. Mención aparte merece la escenografía que acompañó a todo este espectáculo: un fondo montañoso (como más de Yellowstone que de Londres…), luces circulares y un cielo de bombillas de colores que se alzaban sobre toda la pista como si de un baile de boda campestre se tratara (de esas que están tan de moda ahora). Muy bonito, muy fotogénico y muy apropiado, las tres cosas. No hay que negárselo.

Con la sureña ‘Ghosts that we knew’ cerraron el repaso por Babel para volver al que les alzó donde ahora están. Fueron temas de Sigh no more los que cerraron la hora y media de concierto que ofrecieron los de West London. ‘Awake my soul’, ‘Roll away your stone’ y ‘Dust bowl dance’ fueron los tres últimos himnos que se entonaron antes de la primera despedida del grupo. Poco hubo que insistir para que un par de minutos después regresaran, junto con las integrantes de Deap Valley, para interpretar ‘Baby, don’t you do it’, un tema que Marcus Mumford identificó como propiedad de The Band pero en realidad es una obra de Marvin Gaye que también pasó en su momento por las manos de The Who. Y tras ello, despedida final con ‘Winter winds’ y, cómo no, con ‘The cave’. “Madrid, ¡vamos a tener que volver pronto…!”. Pues ojalá, pero puestos a pedir, varias fechas y en un recinto más pequeño. O al aire libre, vaya. Donde sea, pero a Vistalegre no, por favor.

En definitiva, un concierto que cumplió con lo esperado, sea esto o no positivo. Todo era verdad: el enérgico directo del que todos habíamos oído hablar; la masificación; que las canciones del grupo bailan en la fina línea que separa el himno del cántico espiritual; que lo folk está de moda y ya no es indie, llena estadios; que tienen que hacer algo con Vistalegre si quieren seguir dando conciertos allí; y que las agujetas de saltar y bailar duran, al menos, un día y medio. Todo cierto. Ah, y un consejo para vuestra vida: fiáos de los conciertos con contrabajo.

2 comentarios en «Crónica del concierto: Mumford & Sons en el Palacio de Vistalegre (Madrid) – marzo 2013»

  1. La peor organización que he visto en mi vida y llevo mas de 20 años viendo conciertos, esto se podría haber convertido en tragedia otro Madrid Arena, puertas obstruidas, salidas obstruidas, lo que no puede ser que el dinero este por encima de la seguridad, lo peor que he visto en mi vida, incluso a temer por mi seguridad, no habia nadie de la organización dentro organizando lamentable.Gracias que la gente era tranquila, si hubiese sido otro tipo de evento, lamentable esta promotora, vergonzoso, ya me he encargado de mandarle una queja a medios y demas para que esto no vuelva a pasar, lamentable, el lema de esta promotora el dinero por encima de la seguridad.

Comentarios cerrados.