20 abril 2024

Sala Miguel Delibes, Teatro calderón de Valladolid: 10 Junio 2009

Guitarra y voz – Carlos Sanz
Guitarra- Fernando Martín
Bajo- Jorge Otero “jafo”
Batería- Rubén Lázaro

Cantante- Velma Powel

Lo primero que he hecho antes de ponerme a escribir esta humilde crónica (que no crítica, ya que esta palabra siempre me ha sonado a insulto; de hecho criticar es lo mejor que se le da a todo el mundo, …) ha sido colocar el cd de los Bluedays, “Una noche en el Llantén” (saludos a mi amigo Javi y compañía) en el equipo de música (compradito en el lugar del concierto ¿eh?…) y ponerme a escuchar cada uno de los doce cortes que vienen en el disco (me encanta utilizar la palabra disco en vez de cd, no sé por qué lo he hecho antes).
No lo he pinchado para una posible inspiración a la hora de redactar esta cronítica (podríamos utilizar este palabro que suena un poco más fino que crítica…) sino porque he salido encantado del concierto de esta banda de blues vallisoletana y tenía la imperante necesidad de seguir enganchado a los doce compases (doce cortes-doce compases, ¿pura casualidad?) que fluye a lo largo y ancho del disco.
Bajé las escaleras hacia la sala del Miguel Delibes (mi admiración, maestro…) sin ese tufillo que desprenden los locales donde resuena la música del diablo; no había humo, no olía a alcohol derramado por el suelo… ni siquiera nos recibió un armario empotrado en la puerta para cortar el ticket de entrada al antro. Aquí se respiraba limpio; amablemente una señorita nos pidió la entrada al evento, la moqueta estaba impoluta y nuestros asientos estaban amablemente reservados por los números de localidad. Todo muy ordenado y elegante. Hasta el público hacía juego con el decorado.

Así que me senté sin hacer ruido y hablando bajito con mi compañero de redacción, como si estuviéramos en misa (creo que allí se habla bajo, ¿o no se habla?…).
Esperamos expectantes, observando la fauna bluesera que allí se encontraba y vislumbrando lo que allí nos podríamos encontrar. Aunque íbamos sobre aviso y las perspectivas eran buenas, como después se corroboró.
Por fin la sala se convirtió en lo que estábamos esperando; se hizo la luz en el escenario y los músicos pucelanos salieron a escena con aire bluesman en su indumentaria, sombreros incluidos.
Los acordes del “Hideaway” de Freddy King, empezaron a sonar y las cabezas educaditas de los asistentes comenzaron a moverse arriba y abajo, siguiendo el ritmo o como diciendo “Sí, esto s텔.
Parecía como si el humo apareciera de repente y el olor a whisky se nos instalara en las pituitarias, porque aquello ya se asemejaba a lo que es un concierto de blues. Las piernas no paraban de moverse y los “Yeah” surgían de nuestras gargantas como si nos hubieran poseído y una fuerza maligna nos impulsara a llevarnos los dedos a la boca para silbar (que no abuchear…) entusiasmados con cada punteo o cada ritmo frenético.
De esa cueva, que alguna vez debió ser un cruce de caminos, donde los Bluedays hicieron un pacto con el diablo para tocar genial, emergieron clásicos del blues y del rithm&blues. Temas de Willie Dixon, de John Lee Hooker, de Howlin Wolf, del maestro Muddy Waters (magnífica versión del “Manish boy”) estallaron en las paredes de la sala, haciéndonos disfrutar con cada una de las versiones.
Los cuatro músicos muy pulcros tanto en el vestir como en lo musical; muy técnico y afinado el guitarra y voz Carlos Sanz y cobrando especial relevancia los solos de Fernando Martín, que los disfrutaba como los disfrutábamos los asistentes. Con Fernando hubo algún alarde que otro, que hizo que el diablillo nos cogiera por las pelotas y nos hiciera aullar en el momento que conectaban púa y cuerdas.

Y salió la diosa de ébano, la heredera del blues de Chicago, la hija de Etta James y prima de Koko Taylor: la gran Velma Powel.
Allí se cruzaron sus caminos…
Con un chorro de voz descomunal que nos hizo estremecer en diversos pasajes; se la vio muy acoplada a la banda y se nota que de esto sabe. No amedrentó a los músicos como en alguna ocasión suele pasar, cuando el invitado focaliza la atención, sino que ayudó, deslumbró cuando lo tuvo que hacer y enchufó al cuarteto, que se creció con el castigo cuando infligía sus latigazos guturales.
Acabó el concierto (lo bueno no debiera acabar nunca…) y con nuestros aires impenitentes de bluesman fracasados, nos encaminamos a nuestros hogares tarareando los temas que más nos habían enganchado.
Cruzando el puente del Poniente, me pareció que el Pisuerga no pasaba por Valladolid. Era el río Mississippi el que surgía ante mi vista.
Tenemos un grupo de blues de verdad en la ciudad y eso hay que celebrarlo. Así que al final, no fui a casa…
¡Grande, Bluedays! ¡Y besos para Velma!

Por Mr. Burg