19 abril 2024

dosmenospostMe resultaba sumamente gratificante poder asistir a un espectáculo con dos extraordinarios actores llenos de fuerza y personalidad, como son los protagonistas de esta insulsa producción, Pepe Sacristán y Héctor Alterio (o viceversa). Pero el resultado ha sido del todo decepcionante. Y no precisamente por parte de los protagonistas ni mucho menos, que están bien, se mueven con soltura, dominan la escena y se les ve cómodos con los personajes. Dudo que se les pueda pedir más. El problema es que los personajes no dan más de sí. La obra quiere tratar el tema de la muerte inminente de una forma optimista, pero en lugar de hacerlo así, lo hace de una forma meramente superficial.

En la obra nos cuentan la historia de dos hombres mayores que se despiertan en la sala de un hospital y les informan que les queda poco tiempo de vida, ya que ambos tienen una enfermedad terminal. Se fugarán del hospital para volver a reencontrarse con los sentimientos más preciados del ser humano: el amor, la amistad, la paternidad etc.

Al empezar la obra los personajes ya saben cuál es su situación (es decir, no vemos en escena las posibles reacciones al notificarles su enfermedad) y lo tienen asumido. De hecho, tan asumido que a lo largo de la obra, eso nunca les preocupa realmente (ni les impresiona, ni les aterra, ni ningún otro sentimiento que pudieran transmitir); se emocionan y emocionan más cuando cuentan historias pasadas de su vida, que cuando sale el tema de su enfermedad. Pero en general, cuando hablan de su vida, pasada o actual, está escrito como si contaran la historia de algún conocido, más que la suya.

A lo largo de la obra, el aire irreal que la obra sostiene, favorece el que se olvide el problema acuciante de estos dos ancianos y se confunda ese olvido con optimismo. Los actores nunca tienen que representar el enfrentamiento con el problema de la muerte: sus personajes sortean ese enfrentamiento. Además, los dos personajes tampoco tienen marcados otros rasgos de su carácter que los distingan: no hay uno más egoísta y otro menos, no hay uno más seductor y otro menos, no hay uno más cascarrabias y otro menos; en muchas escenas uno tiene sensación, de que los diálogos son intercambiables. Son personajes agradables que quieren hacerse entrañables, pero no tienen carne para llegar a eso.

La escenografía es sencilla con dos grandes paneles laterales movibles, pero que siempre desempeñaban el mismo papel, el de paredes laterales. Y los distintos espacios se crean con algún detalle de mobiliario (unas camas, un sofá, unas sillas de sala de espera) o de mobiliario en sentido muy amplio (como una bola de espejos para la sala de baile o unas tablas con forma de embarcadero para el lago). Soso pero funcional.

Sobre este decorado, que permite múltiples escenarios, seguimos la historia de los dos ancianos con cáncer terminal a los que les quedan unas semanas de vida (pese a lo cual, gozan de una excelente salud, aparente…).

A partir de este momento comienzan las incoherencias, no sabemos si del propio texto o de la manera de ponerlo en escena. Como nada más salir del hospital, donde coinciden con una embarazada y por ayudarla van a su casa, buscan a su pareja y vuelven al hospital con el chico que han encontrado, que no es la pareja de la embarazada, pero se queda con ella (…).

Durante la búsqueda, ha salido en la conversación, que uno de ellos (Sacristán), tiene un hijo que no conoce y, a instancias del otro, lo buscan y lo encuentran (o mejor, la encuentran, pues resulta ser una chica) sobre las tablas de un teatro. Cuando en la representación (por cierto, es Tio Vania de Chèjov) se ve como los dos ancianos aparecen en el teatro en el momento en que los actores están representando, e interrumpen la función para saludar a la hija perdida de uno de ellos, uno ya ha llegado a la conclusión de que las incoherencias y absurdos de ese estilo que abundan a lo largo de la obra, tienen que ser conscientes y quizá no se deban a ineptitud por parte del autor sino a una elección voluntaria en la forma de desarrollar la obra.

Por poner otro ejemplo del tipo de absurdos. Los ancianos llegan a la casa de la embarazada y encuentran una nota de su pareja que dice: “Te espero dónde nos conocimos” y deducen (o más bien inventan, pues lo hacen sin ningún motivo) que el sitio al que se refiere tiene que ser una sala de baile, y van a una sala cualquiera convencidos de encontrar allí al novio (…).

Es aquí donde te das cuenta que lo que falla es la dirección, ya que se tratan esas incoherencias como si no existieran. La forma de representar es realista y no se recalca (de hecho, se ignora) el aire incoherente, quizá surrealista o de sueño que parece tener el texto. Eso hace que el espectador tenga la sensación de que la obra no tiene sentido, que te lleva por donde quiere sin un motivo y que es mejor no interesarse por ella.

Sencillamente te interesas por los diálogos de los personajes, que entretienen, en vez del hilo lógico de la historia. Aquí es donde queda refrendado el cometido auténtico del espectáculo, que es entretener sin buscar más alternativa, ya que, en definitiva, se trata de una comedia comercial que pasa superficialmente, pero de una forma agradable, por temas profundos como son la muerte y la paternidad.

En definitiva, la obra entretiene aunque no emociona, y en los casos en que se acerca a la emoción, es más por cosas que se cuentan, que por cosas que suceden en escena, lo que no es precisamente la esencia del teatro.

DOS MENOS
Autor: Samuel Benchetrit
Versión de Fernando Masllorens y Federico González del Pino
Reparto: Pepe Sacristán, Héctor Alterio, Ángela Villar, Nicolás Vega
Escenografía: Basada en una idea original de Alberto Negrín
Iluminación: José Manuel Guerra
Dirección: Oscar Martínez

Teatro Calderón (Valladolid)