22 abril 2024

national

La llegada de septiembre nos trajo uno de los discos que más esperábamos de este 2017. Y es que pocos grupos del panorama indie actual se pueden comparar con The National.  Encadenando buenos discos uno tras otro desde que captaron nuestra atención con el ya lejano “Alligator” (2005),  luego arrojaron una joya como “The Boxer” (2007), mejorando lo imposible con “High Violet” (2010) y confirmándose con su último “Trouble Will Find Me” (2013). El listón, nuevamente, se hallaba infranqueable.

Y por enésima ocasión, los de Cincinnati no nos han fallado publicando un séptimo álbum que alarga su sombra y les confirma como una de las grandes bandas de nuestros tiempos.

De nuevo la profunda voz de Matt Berninger reina a lo largo del plástico, a lo que añaden una producción llena de detalles sonoros, con unos climas elegantes, a la vez que cálidos, cuando no inquietantes, tristes o melancólicos.

Es el resultado de una exploración sonora surgida desde la calma y la serenidad que ha dado un sello o una fórmula infalible y por lo que se ve disco tras disco en inagotable. Aunque a decir verdad en las últimas entregas tiran más de los efectos rítmicos de los sintetizadores que de los característicos redobles de batería de Bryan Devendorf.

El disco arranca sosegadamente con los susurros de Matt, un piano solemne y un fondo misterioso (“Nobody Else Will Be There”) para agitarnos con guitarras aguerridas y redobles de batería acelerados marca de la cas (“The Day I Die”). Luego encontramos sintes minimalistas (“Walk It Back”), riffs saltarines (“The System Only Dreams In Total Darkness”), profundas baladas (“Born To Beg”) o enredaderas sonoras ambientales de un único acorde (“Sleep Wel Beast”).

Mi momento favorito lo trae  “Dark Side Of The Gym” cuya belleza se halla en la simpleza y en la melancolía.

En “Turtleneck” unas guitarras que firmarían los Franz Ferdinand más salvajes se mezclan con una voz que parece emular el dramatismo de Jarvis Cocker y en “Carin In The Liquor Store” tiran de balada clásica al piano.  En “I’ ll Still Destroy You” cantan a los poderes nocivos de la automedicación , mientras que “Guilty Party” trata de una ruptura sentimental entre sintes radioheteros y un piano onírico.

Es el resumen de la esperada escucha de un disco que lejos de defraudar logra saciar al más impaciente fan. Como volver a casa.