26 septiembre 2025
pableau

Rap, bulerías y lágrimas: el universo franco-andaluz de Pableau.

Con un pie en Cádiz y otro en Francia, pableau irrumpe en la escena con CRÓNICA DE UNA LÁGRIMA CAÍDA, un debut que apuesta por lo híbrido, lo emocional y lo sincero. Diez canciones que narran, con estructura casi novelesca, la historia de una amistad intensa, rota y reconstruida. Entre bulerías y drum and bass, boleros y alt-pop, pableau teje un universo propio donde conviven el dolor y la ternura, el caos sentimental y el detalle artesanal. Coproducido junto a DSSO y con una dirección visual cuidada al milímetro, el álbum es también una declaración de principios: una música hecha desde el sur, sin miedo a mezclar ni a mostrar.

Con motivo del lanzamiento del disco, hablamos con el artista franco-gaditano afincado en Sevilla sobre su proceso creativo, su imaginario simbólico, la escena emergente andaluza y lo que significa hoy hacer música desde la emoción, sin esconderse.

“Crónica de una lágrima caída” no se lee como un álbum, sino como una línea de tiempo emocional. ¿Qué fue lo primero que apareció: una melodía, un verso, un duelo?

Vino todo a la vez, simultáneamente. Maquetas viejas, nuevas ideas, nuevos plugins (merci a la BBC) y por supuesto que la vida que va pasando.

La amistad en el centro, pero no edulcorada. ¿Te dolió más escribir desde la rabia o desde la ternura?

Bueno ambas dolieron, quizás más desde la ternura porque los recuerdos bonitos son los que echamos de menos obviamente. Cada uno tiene su proceso.

Hay una ambición visual clara en este disco. ¿Hasta qué punto piensas con imágenes antes de convertirlas en sonidos?

Constantemente. En este caso, aún más por el componente biográfico. Al escribir, trataba de recordar cómo me sentía exactamente en los momentos que he descrito o tratado de recrear. Y bueno, además, el lenguaje que uso está cargado de simbología, referencias semiocultas y metáforas que inducen a imágenes.

¿Qué te enseñó el dolor que el amor no supo explicarte?

Creo que se necesita una vida entera para responder a esa pregunta con total certeza, jajaja. Creo que ambas están relacionadas: el dolor muchas veces se explica por la ausencia de amor, aunque ese dolor no se provoque de forma intencionada. Entran en juego muchos factores, pero, por responder de forma reductora, diría que el dolor me enseñó a apreciar aún más el amor en sus múltiples facetas —y no solo desde el romanticismo, sino también desde la amistad o la familia.

En “Galopes de duelo” hay urgencia, hay una especie de jinete herido. ¿Qué te llevó a elegirlo como focus track?

Fue el último tema que compuse y me parecía especial, porque tiene esa doble cara: dulce y dolorosa, cariñosa y desgarrada. Estoy muy contento con el resultado. Además, al usar un compás por bulerías —disimulado, pero presente y llevado a mi terreno—, para mí representa bien mi identidad musical, tanto en los sonidos como en el lenguaje utilizado. Por eso merecía ese papel principal.


Andalucía, Francia, lo íntimo y lo artificial… Tu identidad se mueve entre códigos. ¿Cuándo supiste que esa hibridez era una fuerza creativa?

Surgió de forma orgánica, porque tenía referencias culturales y musicales de ambos mundos, y me sentía motivado tanto por influencias españolas como francesas: Bonnie Banane, Makala, Georges Brassens, Israel Fernández, Marina Herlop… Creo que lo mejor que puede hacer un músico es ser sincero consigo mismo. La expresión de la identidad es lo más puro que uno tiene, porque nace de uno mismo.

Has dicho que compones desde la introspección. ¿Qué parte de ti aún no has dejado entrar en una canción?

Bueno, supongo que en la parte vocal es donde más he experimentado, ya que es la que menos había trabajado hasta ahora. Me gustaría explorar más ese lado de mí, porque no soy cantante; vengo más del mundo de la guitarra y del Ableton.

Hay drum and bass, bulerías, bolero, alt-rock… Pero nada suena a collage. ¿Qué criterios usas para que la mezcla suene a discurso y no a experimento?

Sigo mi propio criterio, las referencias que escucho y mi instinto. Si algo me suena bien, voy con ello p’alante e intento no ser prejuicioso. Pero, para eso, está claro que el discurso es fundamental: es lo que le da identidad a la música, ese toque personal.

DSSO, Carmen Plaza Llanos, Stay Puft… ¿Cómo eliges a tu gente? ¿Qué buscas en una colaboración creativa?

Pues fue surgiendo por cercanía, ya que son personas que conocía de antes y que admiraba por sus trabajos anteriores. Con Sergio (Stay Puft) comparto local de música; Dani (DSSO) es el productor de Mateo, y desde que empezaron a sacar música juntos supe que quería producir con él. Y a Carmen la conocía por sus trabajos de fotografía, y tenía la certeza de que encajaría a la perfección con la identidad visual del disco que quería desarrollar.

¿Qué canción de este disco te da más miedo cantar en directo? (por lo que cuenta, por cómo lo cuenta, por cómo te deja después).

Ninguna. No tengo miedo a cantar nada de lo que digo en el disco; si lo tuviera, no lo habría publicado. Es un disco sincero, y la sinceridad tiene que ser transparente en la música.

En Sound Isidro, en Monkey Week, ahora en Sala X. ¿Qué te interesa más: el recogimiento de una sala pequeña o el caos de un festi?

El recogimiento de una sala, 100%. Los festivales se están cargando la cultura de las salas y de los conciertos, y yo prefiero las experiencias íntimas a las macroexperiencias. Aunque hay festivales, como el Observatorio o el Monkey Week, que para mí son ejemplos de cómo sí se puede crear ese espacio íntimo.

Llamas a tu música “sonidos gabachos con aceite de oliva”. ¿Qué ingrediente del aceite no puede faltar en tu cocina sonora?

Cuando viví en Francia, me di cuenta de que la gente cocinaba con mantequilla en lugar de aceite de oliva, y me parecía horrible, jajaja. Así que es una referencia a eso. En mi cocina no puede faltar el aceite de oliva.

Imagina que alguien te escucha por primera vez y justo le salta “Saco de boxeo / Bulerías de un dolido”. ¿Qué debería saber de ti antes de que termine el tema?

¡Nada! Cuanto menos sepa, mejor. Que se deje guiar por lo que está escuchando y por su propio criterio, sin prejuicios.