
Auge y caída del post-punk revival: repasamos el libro de Lizzy Goodman sobre el rock neoyorquino de principios del siglo XXI.
Nos vemos en el baño: Renacimiento y Rock and Roll en Nueva York, 2001-2011 (Neo Person, 2018), de Lizzy Goodman, cuenta la historia de las bandas de la Gran Manzana de principios de siglo a través de una serie de entrevistas cruzadas, al estilo de la biblia del género: Por favor, mátame. La historia oral del punk.
Nos encontramos con la crema musical de la época: The White Stripes, Fischerspooner, TV on the Radio, Yeah Yeah Yeahs, The Rapture, The National, Interpol, Vampire Weekend, LCD Soundsystem, The Killers, Kings of Leon, Franz Ferdinand y, por supuesto, «los famosísimos The Strokes». Todos empezaron de cero en garitos como el CBGB, el 2A, el Max Fish, el Darkroom, el Mercury Lounge, el Milk & Honey o el Pianos. Nueva York volvió a adquirir relevancia cultural. El post-punk revival recogió el testigo del grunge y del britpop, devolviendo el rock a la calle en una época en que triunfaba el nu metal de Korn, Deftones o Limp Bizkit.
The Strokes fueron la punta de lanza de aquel movimiento con sus chupas de cuero, pitillos, Ray-Ban y zapatillas Converse. Sus canciones eran urgentes, enérgicas y guitarreras. Los medios compararon al grupo con Television y los Ramones. The Strokes se convirtieron en el epítome de lo cool, de la modernidad neoyorquina. Nunca vendieron millones de elepés, pero fueron una fuente de inspiración. El resto de las bandas siguió su estela.
El indie de la Gran Manzana tuvo un ascenso vertiginoso hasta la primera línea: una fusión entre garage, rock alternativo, dance y electroclash. Eclecticismo al máximo. Fiestas, sexo, drogas, famoseo, alcohol, desfase, modelos, música… El estrellato corrompe hasta a los mejores. No tardaron en aparecer tensiones, resentimiento, negligencia, mal rollo, falta de creatividad y litigios discográficos. Las clínicas de rehabilitación recibieron muchas visitas de parte de nuestros héroes.
En aquella época, Internet era vista con recelo por las discográficas. Ninguna llegó a imaginar la repercusión que tendrían los blogs, las webs y las redes sociales en el futuro próximo. ¿Quién lo hubiera dicho, verdad? Plataformas como Napster o Soulseek sembraron el terror en la industria: la gente empezó a descargar música gratuitamente y, en consecuencia, las discográficas cerraron el grifo. Se acabaron los contratos de seis cifras, las limusinas y el catering para conquistar a los artistas. La globalización de la tecnología lo cambió todo. Por muchas demandas y multas que impusieran a los usuarios, Internet era una bola de nieve imparable. Las ventas de discos no tardaron en desplomarse.
Los ataques del 11-S y la invasión de Irak transformaron el país: miedo, angustia y paranoia. La gente empezó a salir de parranda como si no hubiera mañana. El cambio de Gobierno, el patriotismo, la religiosidad, la gentrificación, el cierre de locales veteranos… Barrios como Manhattan, Brooklyn y Williamsburg se volvieron pijos. Cuando te prohíben bailar en los baretos, la cosa está jodida de verdad. Por no hablar de fumar un miserable pitillo… Las clases pudientes pisotearon a las humildes. Nueva York y, por extensión, Estados Unidos cambiaron a peor.
A todos les alcanzó la fama repentina: giras interminables, adulación, excesos, dinero a mansalva… Tuvieron que arreglárselas del mejor modo posible para soportar la presión del estrellato y salir adelante. Aquellos grupos que pertenecían a la escena underground terminaron triunfando a nivel global y convirtiéndose en referentes para nuevas formaciones. A pesar de ello, conservaron su independencia artística; ninguno quiso ser absorbido por el sistema.
A diferencia de otros movimientos musicales, apenas existió competitividad entre las bandas mencionadas. Solo la justa y necesaria a nivel artístico. ¿The Strokes contra The White Stripes, como en su día Blur vs Oasis? Ni de broma… Nadie quiso entrar en ese juego. La mayoría eran colegas, alternaban en los mismos locales, conocían a gente en común y compartían estudios de grabación y escenarios. Un circuito formado por universitarios, hípsters, bohemios, intelectuales, outsiders, artistas de vanguardia, freaks y marginados. Irónicamente, nadie esperaba que alcanzaran el mainstream y se consolidaran. Citando al Alan McGee de Creation Stories: «El rock and roll nunca muere, solo se transforma».
Ficha técnica
Título: Nos vemos en el baño: Renacimiento y Rock and Roll en Nueva York, 2001-2011
Autora: Lizzy Goodman
Editorial: Neo Person
Año de publicación: 2018
Género: Crónica musical / Historia oral
Número de páginas: 696
ISBN: 9788415887263
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Lista de canciones
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