11 diciembre 2024

Siempre que he acudido al jazz lo he hecho al calor del hogar y cuando he querido liberar a mis castigados oidos de la distorsión del rock, el tintineo del pop y el sobreagudo del blues, han acudido en mi auxilio el vivificante bebop, el genio Coltrane, el talento de Bill Evans, la trompeta orgánica de Lee Morgan…La lista de artistas sería muy larga pero siempre embutidos en rodajas digitales o en venerados vinilos; nunca me había dado por acudir a ver jazz en directo, y eso teniendo cerca festivales al uso, de renombre mundial, y por los que ha pasado lo más granado del género. Vagancia, temor o que las expectativas fueran muy altas y, por tanto, defraudadas o simple desconocimiento. Pero este año, y gracias otra vez a los amigos de www.notedetengas.es, vuelvo a acudir al Festival de Jazz de Vitoria-Gasteiz a la llamada del clasicismo de Sonny Rollins, del virtuosismo de Joe Lovano y de la osadía juvenil de Joshua Redman. Esta vez si, jazz, distintos puntos de vista y un servidor a la cámara y las teclas. Esta es la crónica de lo visto y oido.

Iniciaba mi andadura en el festival el martes 17 atraído por la propuesta del quinteto de Dave Douglas y Joe Lovano. Como aperitivo el Stefano Bollani Trio, un pianista extrovertido que dio un concierto que la peña acogió con agrado.

Tocó el piano, lo golpeó con la toalla y se acercó a un remedo de percusión con el taburete como cajón en una versión de Michael Jackson, una “Billie Jean” resultona. De ahí al final, jazz clásico, marfiles límpidos y un final de onda latina con arrumacos de intimismo (“Mi ritorni in mente“).

Y a las 22:30 Lovano, Douglas & Co. irrumpieron en el escenario para dar rienda suelta, durante hora y media, a un ejercicio de madurez brillante, sustentado en una base rítmica retumbante como un cañón, piano minimalista y las armas de los protagonistas: trompeta y saxos (tenor y soprano). Con estos mimbres urdieron escalas sutiles, entraron en solos cargados de misticismo de ida y vuelta, permitieron el lucimiento de sus escuderos (!!!!nchtss!!! tampoco me gustan los solos de batería jazzies) y descargaron melodías clásicas y atemporales. Sobre composiciones propias, que iban alternado, Douglas propuso estandars jazz maduros alejados de la ornamentación (“Libra”) y arrebatos bop candentes en la improvisación (“Power Ranger“), mientras Lovano tejía escalas, se mecía en el blues y se zambullía en el swing, bien con piano cool (“Newark Flash“) o arrebatando en los solos al lado de su colega (“Sound Prints“). No empezó mal la cosa.

El miércoles 18 acudí atraído por la propuesta de Joshua Redman, sorprendiéndome que fuera el telonero de la brass band de Nueva Orleans, los Soul Rebels. Estos desprendieron energía, desplegaron el funk de las calles, se arrimaron al rap y, poco a poco, fueron haciendo que la gente despegara el culo de sus asientos para bailar. Renovaron a Michael Jackson, se acercaron a la bossa y macharaon ritmos calientes, pero cansado como estaba, no me quedé a ver todo el show.

Joshua Redman & The Bad Plus iniciaron su andadura a las 9 en punto y durante ochenta minutos dieron rienda suelta a un set donde el intimismo se daba la mano con solos aguerridos, las melodías clásicas explotaban en bebop exultante y donde los oficiantes mostraron una solidez a prueba de bombas. Los temas de The Bad Plus ahondaron en el amor (“Love is the answer”), desparramaron en el bop y permitieron el lucimiento de Redman en solos que iban de la contención al paroxismo. El piano respondía comedido, el batería y el contrabajo dibujan líneas a seguir y, todos, conseguían el pico del concierto con una “People like you“, sencilla y frágil, que epató al respetable con el saxo destilando clasicismo cool y un crescendo que nos noqueó por inesperado. Como escarpias los pelos, ovación de más de un minuto y rush final en el que también destacó “Silence is the questión” con la que tejieron atmósferas minimal en continuo crecimiento “!!!Buff!!! buenísima también). Si todos los conciertos de jazz son así, me apunto ya mismo.

Y el sábado 21 el punto y final con artista de relumbrón. Nada más y nada menos que “El Coloso” Sonny Rollins viejo guerrillero de la época gloriosa y que compartió escenario, afición a la botella y agujas con Davis, Monk y Coltrane. Es el único que queda y eso convierte sus actuaciones en oportunidades únicas.Propulsor del bop, sopló su instrumento con fuste comedido durante dos hoas escasas (lejos de las tres horas prometidas), ejerció de jefe y demostró que la edad (82 años), en su caso, no es un handicap. Principió el concierto con improvisación latente donde se vio a un Rollins pleno, continuando después por la senda del estandar de club humeante con la guitarra al frente (“Once in a while”). El jefe mandaba, soplaba corto su saxo tenor y daba paso a los instrumentos, reptando sutil por el swing (“Nishi”) justo antes del intermedio, o lanzándose en fraseos incombustibles en una “Why was I born” a pelo. Composiciones propias que entusiasmaron al respetable que no llenaba el recino y que tuvieron su colofón (no hubo bis) en una divertida “Don´t stop the carnaval” donde el calipso se dio la mano con el son, con el público rendido al artista.

Punto y final a un festival que ha colmado expectativas (las mías por lo menos); buenos conciertos, buen sonido y un final de lujo que hace que estemos atentos a propuestas de años venideros.