19 abril 2024

Siempre es maravilloso leer a Hemingway. Sabía, como nadie, elegir la palabra perfecta, la palabra cruda, descarnada; sin anestesia. Y para los escritores frustrados, que somos muchos, es un verdadero placer París era una fiesta.

París era una fiesta fue una de sus últimas novelas. Hemingway la escribió en 1964, poco antes de suicidarse; recordó a su manera, ese París de los años 20; esa época en la que era muy pobre pero muy feliz. Y digo a su manera porque en el prefacio el autor dice que podemos considerar el libro como una historia de ficción. Pero es mucho más divertido pensar que todo lo que cuenta es verdad. Yo por lo menos me niego a pensar que no lo es.

Os gustará observar por la mirilla: ver la casa de Gertrud Stein, y sus surrealistas conversaciones con Hemingway, a Joyce comiendo con su familia, conocer al bueno de Ezra Pound… Adorarás esa bizarra anécdota con Fitzgerald casi al final del libro (lo siento, pero tengo le tengo manía; probablemente el día que consiga terminar El Gran Gastby me tenga que callar la boca y tragarme mis palabras, pero después de un año todavía sigo por la página 15).

Ese París, años 20. Lo verás escribiendo, apoyado en la barra de un café, no lo interrumpas porque te echará a base de insultos; apostando en las carreras de caballos, afición que deja porque le resta tiempo para su trabajo; lo visitarás en casa, con su mujer y su hijo o pidiendo libros prestados en la librería Shakespeare and Cía. porque no tiene dinero para pagarlos.

Para despedirse ni eligió hablar de toros, ni de caza, ni tan siquiera de pesca o boxeo. Eligió hacerlo sobre lo que más le gustaba, el arte de escribir.

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