8 octubre 2024
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“Es uno de los nuestros. Lo ha conseguido, pero sigue siendo uno de los nuestros”, afirma, con una lágrima a punto de resbalarle de un ojo, un músico callejero que una vez tocó durante 15 minutos y 17 segundos con Bruce Springsteen. De entre todos los elogios, reconocimientos, piropos y declaraciones de amor y amistad que llenan el documental ‘Springsteen & I’ (Baillie Walsh, 2013), estrenado en todo el mundo el 22 de julio, quizá sea éste el que mejor explica por qué el músico de Nueva Jersey ha calado en el corazón de tantos y tantos aficionados de todo el mundo durante 40 años.

Springsteen como “héroe de la clase obrera”, cronista de las fábricas, los callejones oscuros, los pueblos pequeños, las almas perdidas o las carreteras sin esperanza que (aparentemente) no llevan a ninguna parte. El autor de ‘Born to run’ o ‘Darkness on the edge of town’ siempre ha tenido facilidad para describir el corazón de los Estados Unidos, hablar su lenguaje, conectar con sus sentimientos… hasta convertirse en uno de sus paradigmas. El poder globalizador de la cultura yanqui ha hecho el resto. Springsteen es universal, como la Ruta 66 o las Harley-Davidson, y este documental es una confirmación clarísima de ello.

Construida a modo de caleidoscopio, la película recoge las diferentes percepciones que tienen de la música de Springsteen fans de todo el mundo, desde una joven conductora de camiones que cruza Arizona a ritmo del ‘Nebraska’ a una mujer de mediana edad, vecina de un pueblo perdido de Dinamarca, que jamás se ha perdido una de las visitas del ‘boss’ a Copenhague. La gran virtud del documental es que ni uno solo de sus testimonios -a menudo entrecruzados y mezclados, un acierto a nivel de montaje- carece de fuerza o emotividad por una razón: invariablemente se centran en cómo la música de Springsteen ha cambiado vidas, curado heridas en los momentos más amargos y alegrado los más felices.

No todos los artistas, ni siquiera los más ‘mainstream’, pueden presumir de haber logrado este grado de intimidad, de permeabilidad, con el público. La música de Springsteen le habla directamente al alma de una nación, y por ende de todas, precisamente porque está escrita desde ahí. Poco importa -salvo a sus detractores-, que el ‘boss’ sea multimillonario. A sus 63 años no ha perdido ni un ápice de autenticidad. Basta con oírle hablar en una entrevista o con ver cómo se comporta con sus fans, a pie de escenario, en la puerta de un hotel, en la pista de cualquier aeropuerto…

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A través de decenas de recuerdos y testimonios, lo que ‘Springsteen & I’ transmite es que el ciudadano más conocido de New Jersey -lo siento por Tony Soprano- sigue siendo para sus fans un hombre de la calle, un compañero de viaje, que no tiene miedo a escarbar en las miserias de la sociedad o a cantarle a la carretera mientras suspira por una mujer.

El documento estaría incompleto, por supuesto, si entre testimonio y testimonio no se hubiera intercalado la música que late detrás de todos y cada uno de ellos, en una serie de fragmentos de actuaciones que datan desde mediados de los 70 al ‘Wrecking Ball Tour’ del año pasado -que continúa en este 2013-. Viejas imágenes de celuloide y otras aún peor conservadas en vídeo analógico se suceden junto a las más modernas -y menos hermosas para los nostálgicos- en alta definición. Las actuaciones juegan un papel importante en el filme, sí, pero no son las protagonistas sino únicamente las bisagras sobre las que giran los retratos de los fans, sin distinción de edades, nacionalidades, razas o estratos sociales (por cierto, al final del documental hay una propina en forma de seis canciones en directo grabadas en el último Hard Rock Calling de Londres).

‘Springsteen & I’ demuestra que la música puede unir a las personas, sean de donde sean, si quien la hace se mantiene fiel a su propia esencia, sin autoengaños ni artificios. Hay una verdad que el público, independientemente de su formación, sabe percibir, reconocer, porque se ve en los ojos y se nota en las actitudes. En el caso de un tío de 60 y pico años, con una cuenta bancaria que ni sus hijos podrán vaciar, aunque se lo propongan, y que sigue subiéndose año tras año a los escenarios de medio mundo para dar conciertos de más de tres horas, esa verdad está muy clara. Se llama pasión, alma y rock & roll.