25 abril 2024

Más de cuatro años después de su último concierto en solitario, Joaquín Sabina volvía a Valladolid a presentarnos su nuevo disco, probablemente en una de las salas menos adecuadas para ello. Sin embargo, ni el calor agobiante, ni las horas de pie, ni la pésima acústica, impidieron a un público numeroso y heterogéneo acercarse al auditorio de la Feria de Muestras a darle la bienvenida. Adultos que envidiaron su vida canalla, jóvenes que crecieron escuchando sus canciones, piratas cojos, conductores suicidas, chicas Almodóvar, acogieron al maestro como se merecía. Con un aplauso.

Sin hacer un solo desafinado con las cenizas de su voz, Joaquín Sabina abrió el concierto con Tiramisú de Limón, el primer single de su nuevo trabajo. Una vez roto el hielo nos gritó ¡Allors, enfants de la patrie! y con Viudita de Clicquot, nos repasó su propia vida. Después de dos temas de su último disco temimos una velada de Vinagre y Rosas, su último (y quizás peor) trabajo. Sin embargo, nos sorprendió gratamente cantando Ganas de…, de su disco Esta boca es mía, confirmándonos que sus mejores musas le abandonaron algunos años atrás. Pero el maestro sigue siendo un maestro y, si bien sus nuevas canciones han perdido la fuerza de antaño, sus poesías aún son capaces de emocionar al público. Así, nos regaló los oídos recitando uno de sus poemas adaptado a la ciudad de Valladolid, con una rima final un tanto forzada:

Uno escribe siempre la misma canción
sobre un niño con cara de viejo
que se atreve a volar bajo el cielo marrón
que agoniza detrás del espejo.

Uno inventa siempre la misma canción
del poeta borracho y su musa
del teclado mellado del acordeón
del pecado mortal sin excusas.

Uno canta siempre la misma canción
otra noche en el bar de la esquina
cerca de la estación donde duerme un vagón
cuando el tiempo amenaza rutina.

Uno rumia siempre la misma canción
como un perro ladrando a la luna
con la misma trompeta y el mismo trombón de mariachi
que no hizo fortuna.

Uno acaba nunca la misma canción
al compás de las vuvuzelas
luego llega la hora de alzarse el telón
y volver a cantar en Pucela.

Y se quedó tan ancho.

Y es que Sabina está mayor, pero no lo esconde. A sus cincuenta y diez años sabe envejecer con dignidad, aunque conserve la nostalgia de sus años mozos, como nos demostró cantando Medias Negras, Aves de Paso y Peor Para el Sol, todas canciones sobre amores fugaces, aventuras que vivió el muchacho que ya no es. Porque ahora, inmerso en una relación estable y una vida serena, le ha pasado lo peor que le podía ocurrir: es feliz.

Continuó el concierto recordando a su amiga Chavela Vargas cantando Por el boulevard de los sueños rotos, antes de ceder el micrófono al resto de su tripulación. Jaime Asúa intentó una versión de Llueve sobre mojado, que no sonó tan bien como en la voz de dos enemigos íntimos como son Sabina y Páez. Pancho Varona nos describió dignamente a cierto conductor suicida que dicen las malas lenguas pudo ser Manolo Tena. Y la nueva mujer de a bordo, Mara Barros, nos cantó con arte andaluz la introducción de la cruelmente sincera Y sin embargo, que sin embargo (valga la redundancia) no tiene punto de comparación con la dulzura de la voz rota de Olga Román, antigua compañera de conciertos de Sabina.

Una vez recuperado el micro, que no la voz, Sabina nos confesó lo que todos sospechábamos, que, sus musas, celosas su felicidad, habían decidido abandonarlo por otro (Fito Cabrales, según él). Así que, falto de inspiración y amargura en su vida, después de un encuentro fortuito con un amigo más “jodido” que él, decidió marcharse con él a Praga, a maldecir mujeres e intentar recuperar su arte. Aunque, a juzgar por los resultados, no le salió muy bien la jugada, volvió con Vinagre y Rosas bajo el brazo, y agradeció su ayuda a las musas checas dedicándoles Cristales de Bohemia, que nos cantó a continuación. Una canción para la Magdalena, interpretada por Mara y Sabina, conservó la ternura irreverente de siempre, y Peces de Ciudad sonó correcta pese a que no la cante Ana Belén. Embustera fue el último tema que nos regaló de su último trabajo, antes de volver a sus inicios con la mítica ¿Quién me ha robado el mes de abril?.

Intentó cerrar el concierto con la rockera Princesa, pero el público, a pesar del calor, no se conformó con eso. Aplaudimos hasta que regresaron, pero no fue Joaquín quien empezó a cantar sino Pancho Varona, versionando al piano Amor se llama el Juego, una de las canciones más amargas que ha compuesto y que Pancho supo cantar como se merecía. Volvió Sabina, y lo hizo con sendos valses concatenados la famosísima Y nos dieron las diez y Noches de Boda que en su álbum 19 días y 500 noches canta junto a Chavela Vargas.

Y volvió a marcharse, y volvimos a aplaudir hasta que lo trajimos de vuelta, pero no fue él quien recuperó el micrófono sino de nuevo Jaime Asúa cantando a su manera El caso de la rubia platino. Pero aún faltaban clásicos por sonar. Contigo, una de las declaraciones de amor más hermosas que he escuchado, y La del Pirata Cojo, su rock más famoso, cerraron el concierto, con Sabina haciendo un esfuerzo por recuperar la juventud que ya no tiene y la voz que perdió al borde del abismo.

No fue su mejor concierto, ni el mejor lugar para celebrarlo. Seguramente habría sido más acogedor un teatro con butacas a las que acudir en los momentos más tranquilos y mejor acústica para poder entender cada palabra de sus letras. Pero, a pesar todo, Sabina nos regaló todo lo que tenía, la energía que le quedaba, su voz rota, su experiencia. Y disfrutamos con el artista curtido que es, el canalla que ha sido y el mito que seguirá siendo, aún cuando ya no tenga voz para seguir cantando. Porque el de Úbeda tiene versos de poeta, pero alma de rockero. Y los rockeros envejecen, pero nunca mueren.