27 septiembre 2025
polppal

El pequeño formato: ese gran denostado.

laipoCada tarde/noche que voy al teatro Calderón (u otros templos teatrales) realizo el mismo ritual y he de decir que los demás feligreses que acuden al solemne templo de Talía, también hacen lo mismo que el que suscribe; es decir, me encamino calle Angustias abajo, pasando por las puertas del teatro y respiro el ambiente previo al pase, hasta llegar a uno de los cafés que más me gustan de la ciudad, que no es otro que “El minuto”, donde sigo inhalando ese ambiente teatrero que hay por la zona, cuando un montaje realiza la puesta de largo en el susodicho teatro.

He de decir (para disgusto del que suscribe) que pese al calor reinante, el ambiente era frío, los feligreses habían desertado de rendir pleitesía a la diosa Talía ese día y el café se me hizo largo y poco sabroso. No sé lo que pasa en esta ciudad (bueno, miento sé lo que pasa, pero no lo voy a contar) pero cuando la compañía es de la ciudad (mención a parte de Teatro Corsario) o es una compañía que hace una obra sin título, que encienda las luces de neón, es decir, una obra conocida, o no hay actores comerciales y mediáticos en el espectáculo para regocijo del “gran público”, la ausencia del mismo se hace notar y mucho.

A qué van, a ver teatro o a que les vean; a decir que han visto a Pepito Zanahorio ( y ver a Pepito Zanahorio viste mucho…) o a disfrutar de la variedad que nos ofrece el teatro y no la comercialidad vacua que tanto gusta a la plebe…

Es una pena, pero el aforo que hemos visto en el teatro este fin de semana con el montaje de Juan Margallo, ha sido muy pobre y así ha sucedido con montajes de pequeño formato, que tienen poco, pero que dicen mucho.

El trabajo que nos ofrecieron los actores dirigidos por Juan Margallo, estuvieron a la altura de la plaza en la que toreaban. Otra cosa fue el toro con el que se enfrentaban (el texto); con poco cuerpo, aunque astifino, pero que no embestía con fuerza y se quedaba cerca del burladero, sin lucirse en los medios.

Sí que es verdad, que la obra se ve con comodidad y que hay lances en el texto, que hacen esbozar una sonrisa e incluso alguna que otra carcajada, por su hiriente acidez y sarcasmo potente, pero que se queda corta en otros pasajes, sin llegar a rematar la lidia de lo contado.

Incluso redunda en el pasado, con toques algo trasnochados en el contenido, que hace que entre escena y escena pensemos que “eso ya lo habíamos visto”.

Pero repito, entretiene, es corta (que es de agradecer) y la sensación con la que sales del teatro al terminar la función, es buena y no tienes la sensación (valga la redundancia…) de haber perdido el tiempo, como ha pasado otras veces, pese a la pretenciosidad con la que se presentaba el montaje y pese a lo “buenos” y conocidos que eran sus protagonistas (ejem).

Problema que se ve en el montaje, es el espacio donde se desarrolla el mismo.

Y es que estas obras de pequeño formato, con escenografías tan simples (pero efectivas muchas veces, como es el caso) quedan demasiado reducidas y la potencialidad del mensaje se diluye, como azucarillo, en un vaso demasiado grande. Y eso es precisamente lo que le sucede al espectáculo. Seguramente en un teatro más íntimo (Sala Ambigú, por ejemplo) agradecería más la puesta en escena y público y actores congeniarían mucho mejor para mejor resultado.

No es una obra, ni un tipo de teatro, ni para el teatro Calderón, ni para el público del teatro Calderón.

Aún así, la obra está bien resuelta en lo escénico y en lo interpretativo. Correctamente dirigida y con actores veteranos y nobeles, en lo profesional, que cumplen a la perfección con lo cometido, donde resaltaríamos la labor de Juan Manuel Pérez, en el papel protagonista, muy trabajado su personaje en lo gestual, sobre todo, con economía de gestos, pero muy bien encajados. Excelente trabajo también el de Cándido Gómez, desdoblándose en personajes y haciéndonos pasar un buen rato con esa bipolaridad, dibujando dos personajes completamente diferentes y bordando ambos (tan diferentes, además…)

Muy creíble y simpática la madre del protagonista, muy bien interpretada por Pilar Conde y gratamente satisfactorio fue también el trabajo de Pedro Martín, dotando al padre de Polán (el personaje protagonista de la farsa) de mucha postura cómica (quizá en exceso en algún momento) pero que se mostró sumamente efectivo, realizando un gran trabajo interpretativo.

El resto de los intérpretes, bien sin estridencias. Paca Velardíez resultó muy simpática y efectiva en su composición de personajes y pasó algo más desapercibida y un poco más floja la interpretación de Selma Sorhegui (magnífica actriz, como demostró en el anterior montaje de la Quimera, con los monólogo de Darío Fo) dando vida a los amores de Polán. Quizá el problema no era de ella, sino de los personajes, un tanto simples, escritos por el autor.

En definitiva, en una plaza más pequeña, el resultado hubiera sido otro y el público hubiera entrado al trapo.

Aún así, mis felicitaciones a todo el equipo.

Teatro Calderón de Valladolid
20 de junio de 2010
Dirección de Juan Margallo
Teatro La Quimera de Plástico
Diseño escenográfico: Damián Galán
Diseño de vestuario: Mayte Álvarez
Diseño de luces: Guillermo Galán
Reparto:
Juan Manuel Pérez
Selma Sorhegui
Paca Velardíez
Cándido Gómez
Pilar Conde
Pedro Martín