18 abril 2024

Ya recuperados del maratón seminci rescatamos lo que nos ha parecido lo mejor -y también lo peor, que algo hay- de este festival por fascículos. Una edición que nos ha dejado una balanza de sensaciones en resumidas cuentas positiva, recuperándose de un inicio un tanto irregular, y dejando algunas buenas sorpresas para la habitual la traca final de los últimos días, comenzamos.

Y es que aunque las sensaciones han sido buenas, la primera toma de contacto no lo fue para nada. El film ‘Todo es silencio’, inauguraba oficialmente el festival y servía de plato de presentación de la Sección oficial. La nueva película de José Luis Cuerda y Manuel Rivas entró esta vez en el saco de las decepciones. Ambientada a finales de los sesenta en un pequeño pueblo gallego, la historia nos relata la relación de tres personajes, interpretados por Quim Gutiérrez -quien hace un trabajo solvente-, Celia Freijeiro y Miguel Ángel Silvestre en un papel para el que ha podido rescatar al menos un par de frases o situaciones de la serie que le dió la fama mediática y la entrada en las paredes de miles de habitaciones de adolescentes. Pero si hablamos de sus actores antes de repasar el resto de la película tenemos que destacar a Juan Diego como jefecillo totalitario -capo del contrabando en la zona- que borda un papel para el que parece que estaba dictando las reglas. Dividida en dos partes, con obvio fundido a negro para separar las historias, uno más de los convencionalismos de la cinta, se nos describe al trío protagonista y se induce sus relaciones en la infancia, parte más destacable de la cinta por el buen ritmo e interés que mantiene. A partir de aquí -cuando entran en juego los adultos- el filme incurre en una serie de tópicos, incluidos efectos de mal gusto y situaciones predecibles, que no son lo más punible del filme, sino su aparente deriva entre poco elegante película de mafia y triangulo amosoroso que no consigue narrar del todo y mantener un interés notable.

Más destacable fue ‘Hannah Arendt’, que efectivamente se termino alzando con la espiga de plata. Estamos ante un drama político filosófico con una factura sencilla, del que agradecemos que no peque de exceso de dramatismo y escenas fáciles en las que podía haber caído, a favor de la construcción de personajes con diálogos cuidadosamente construidos, que aciertan a introducirnos en un ambiente universitario seudo intelectualoide que, a pesar de tener una carga muy importante en la película no pesa en el metraje, sino todo lo contrario, se podía decir que estamos ante una película plenamente basada en el dialogo, muy bien soportados por todos los actores.
El filme cuenta la historia de la filosofa que le da nombre, interpretado por Barbara Sukowa, que esta genial en este papel de personaje duro, emanando emoción contenida, en uno de los momentos más crudos de su vida. Hannah, escritora y filósofa judía de origen alemán es la responsable de la teoría del totalitarismo, lo cual le lleva a ser la corresponsal para el magazine The New Yorker en Jerusalén, encargada de cubrir el juicio contra el nazi Adolf Eichmann. Sus conclusiones fueron radicalmente opuestas a la corriente bienpensante, dando cuenta que más que un juicio parecía una lapidación y sufriendo una incomprensión total de la interpretación moral que hizo del acusado, lo que le valió el reproche y el insulto del pueblo judío y de muchos de sus amigos y colegas que la dieron la espalda.
Aunque personalmente se hayan proyectado algunas películas más merecedoras de la espiga de plata que este filme, no por ello deja de ser una película muy interesante, con un elogiable buen ritmo para los temas densos que trata y a destacar el papel protagonista de Barbara Sukowa.

Con un poco de recelo nos acercamos a ver la nueva película de Kaurismaki, y es que lo último que vimos de este realizador en la semana fue un experimento un tanto abrupto: la cinta ‘Hermanos’ que se rodó sin guión, dejando a los actores los que llevasen el ritmo de la película, y de la que no teníamos un recuerdo demasiado bueno. Pero no fue así con ‘Tie Pojjosen’ (Rumbo al norte), una road movie en la que preside un tono más bien ligero para explorar de nuevo unas relaciones familiares complicadas padre-hijo. O más bien inexistentes. Un señor gordo, rancio, con pésimo gusto para vestir y en principio bastante acabado se presenta repentinamente en la casa de Timo, un joven y famoso pianista de élite que vive en un piso de lujo con su encantadora esposa y su adorable hija. Resulta que es su padre, el mismo que le abandonó cuando tenía 2 años, y le gustaría conocerle algo. Y qué mejor que una pequeña excursión al norte del país.
Con este contraste establecido de partida, la cinta va desarrollando -ademas de unos extraños lazos de amistad entre la pareja- una transición entre ambos que nos muestra que no todo luce con tanto brillo de un lado ni es tan oscuro del otro, resultando un viaje más transcendental para el joven, que se encontrará en fragmentos de su padre, sacando una parte distinta que le lleva a una eventual superación, mostrada sin estridencias y rodeada de una interesante película que va ganando interés desde el arranque -todo hay que decirlo un tanto flojo-.

La primera prueba realmente dura para el espectador llego con la italiana ‘Díaz – Don’t clean up this blood’ de Daniele Vicari, una película denuncia no apta quizás para todos los públicos como pudimos observar al ver el transito de gente que abandonaba la sala a lo largo de la proyección. Realmente incomoda, narra los hechos ocurridos en la escuela Díaz de Génova en la medianoche de la última jornada de la cumbre del G8 que se celebró en esa ciudad en 2001, en la que se produjo un brutal asalto de la policía italiana con la escusa de buscar a los anarquistas llamado Bloque Negro, una facción de manifestantes violentos que sí habían ocasionado varios altercados. Pero lo que había en la escuela eran unos noventa jóvenes de distintas nacionalidades europeas -y algunos periodistas extranjeros sin alojamiento también- que pasaban allí la noche y se habían desplazado a Italia para mostrar su rechazo a la política internacional.
El principal problema de este filme, siendo pretendidamente denuncia, es que carece de punto de vista, y esto es llevado al extremo. Y eso pesa por dos motivos principalmente, primero que al polarizar la realidad y retratar unos manifestantes tan desamparados por un lado y por el otro unos policías que más bien parecían violentas maquinas de acatar ordenes parece que rompe la suspensión de la realidad en la que nos sumergimos ante cualquier película y nos saca de la misma, anulando el discurso para resultar pesada y agobiante, ademas de plantearnos dudas de que todo lo que ocurrió fue como nos están contando. El segundo motivo es que nos muestra una brutalidad cruda y extrema, sin cortarse en ningún momento tanto en violencia como en longitud -la extensa y excesiva escena de la entrada al colegio parece no terminarse nunca- y esto pesa mucho al espectador que ya tiene claro lo que se nos quiere transmitir, pero percibe que la película no avanza y no le quedan más cartas que jugar.