28 marzo 2024

btwpostUn miércoles de verano en Madrid era un escenario un poco extraño para que Between the Buried and Me tocaran por primera vez en la capital y por segunda en España (habían tocado el lunes en Barcelona). El evento que se había preparado en la sala Caracol nos traía también a dos bandas españolas como teloneros, que serían los encargados de ir haciendo entrando en calor al público como previo al concierto.

No hubo casi tiempo para el descanso, salvo entre la apertura de puertas y el concierto, con una separación de más o menos una hora para dar tiempo a la gente a coger sitio y tomarse algo para prepararse para lo que se nos venía encima. Directos, sin concesiones ni dudas, iniciaron el concierto As my world burns, saliendo a oscuras de detrás del telón que cubría el escenario. La entrada fue arrolladora, no había terminado de abrirse el telón y ya estaban descargando su set de hardcore potente sobre un público que lo recibió encantado. Tocaron poco tiempo, no más de media hora, así que sólo pudieron desplegar cinco canciones muy contundentes, en las que lo mejor fueron los pequeños momentos de diferenciación, con pausas o alguna parte melódica. A destacar también su versión de Blood and Thunder, de Mastodon, en clave hardcore y acelerada.

Como digo, no hubo descanso. Muy poco tiempo después hicieron Vórtice su aparición, aunque ellos sí se permitieron darle al público una pequeña pausa presentándose. Iban a aprovechar el momento para presentarnos canciones de su última referencia (Zombie, 2010). En la previa del concierto decíamos que cuentan con el apadrinamiento de Frederik Thordendal, de Meshuggah, y viéndoles en directo no sorprende. Durante 50 minutos lo dieron todo en el escenario e incitaron al público a hacer lo mismo en el foso, con un metal matemático y calculado que recuerda muy bien al grupo de su padrino aunque tiene la suficiente personalidad como para no ser una banda de homenaje. Puede decirse que cumplieron a la perfección con el durísimo papel que es telonear a un grupo al que tiene tantas ganas de ver la gente, ganándose peticiones finales para tocar unos bises que no pudieron llegar por problemas de agenda.

Ese problema se llamaba Between the Buried and Me, y generaba expectación detrás del telón, con gente intentando asomarse para ver si estaban comprobando los monitores y afinando. No tardaron casi nada en aparecer, y generaron una ola  de éxtasis en el público, que los recibió con aplausos y gritos. Se presentaron aunque no hacía falta, saludaron a Madrid como hacen muchas bandas extranjeras cuando vienen a tocar y comenzaron con The Decade of Statues, que ya terminó de volver loca a la gente. En un grupo que hace una música tan complicada como ellos, era impresionante ver cómo clavaban todas las canciones, sin un mínimo error apreciable y la precisión de un cirujano. La gente hacía pogo en las partes más duras y contaba con el pequeño relax de las partes lentas, ya completamente sometida al grupo, con un batería acertadísimo al servicio del deber y un guitarra solista que fue, junto con su carismático vocalista (también a los teclados), el protagonista del concierto.

Siguieron con dos canciones de su último disco durante veinte minutos (Obfuscation y Disease, Injury, Madness) que no se hicieron nada largos y enlazaron con una de las más queridas, Selkies: The Endless Obsession, en la que la gente terminó de revolucionarse y se entregó a corear el final de la canción. La fiesta continuó con la larguísima Fossil Genera, cuyo piano del principio la gente aplaudió a rabiar, la sucedió la celebrada Prequel to the Sequel y todo pareció terminar con Mordecai, uno de sus temas más antiguos (y el más antiguo que tocaron), con uno de los mejores momentos melódicos de la banda y un solo perfectamente ejecutado. La gente, obviamente, se hartó a gritar que querían una canción más cuando el grupo desapareció rumbo al backstage. Todavía quedaban catorce minutos más en forma de White Walls, la última canción que tocaron y que sirvió para cerrar el concierto de manera espectacular. En total unos 80 minutos de música condensados en 8 canciones lo suficientemente variadas y bien estructuradas como para no cansar, con momentos tan impresionantes como un solo de bajo (¡cuánto tiempo sin verlo en un concierto!) o el final de Mordecai.

Dos cosas me quedaron claras: La nueva juventud que vive el metal español, con un estado de forma maravilloso, y que sería de locos perderse a Between the Buried and Me si vuelven en algún momento (por favor, que sea pronto).

fotografías cedidas por Andres Valdaliso – visita su galería flickr