Reconozco que mi primer contacto con Los Señores de Altamont no tuvo lugar hasta el concierto que dieron en Valladolid hace casi dos años y del que salí impresionado por el despliegue sonoro de toda la banda y físico de su líder Jake The Preacher Cavaliere que, animado por una audiencia numerosa y entregada, se marcó un concierto de esos que después de un tiempo se siguen recordando como una de las fechas más incendiarias que han pasado por la ciudad. Así que su presencia en la coqueta Estudio 27 de Burgos era una ocasión estupenda para repetir experiencia y mucho más si tenemos en cuenta que para esta cita teníamos dos motivos extras como son la publicación de su nuevo trabajo discográfico, un intenso y feroz Midnight To 666 y la presencia a la batería como nuevo miembro de la formación de Harry Drumdini que tocó con The Cramps en su última etapa.
Completaba el cartel un espectáculo de burlesque a cargo de Moana Santana que saltó al escenario antes de la entrada de los americanos y que más se pareció al streeptease de una despedida de soltero castiza (eso si realizada al ritmo que marcaba Iggy Pop por los altavoces) que a lo que se supone debe ser un show insinuante y con clase. Realmente no entendí muy bien el cometido de la señorita ni durante su momento de gloria ni durante el concierto de The Lords donde se situó en un lateral del escenario para repetir hasta la extenuación (de quienes la miraban) una serie de poses pseudo provocativas que reunían el mismo erotismo que una lechuga.
Pero vayamos al apartado musical. Para esta cita el público no respondió de la manera deseada en cuanto a número (cerca de una centena) y la banda se dejó en cierta forma llevar por este estado, y aunque dieron un espectáculo más que digno no nos llevaron al estado de éxtasis que recordaba de la anterior ocasión. Con bastante retraso subieron al escenario para arrancar con The Split de su disco To Hell With The Lords Of Altamont (su debut) y su carga de sonido sucio, áspero y rudoso proveniente de Detroit (aunque ellos sean de Los Ángeles) al más puro estilo Stooges pero con esa sonoridad de teclado hipnótico y su ritmo casi militar. Fue un espejismo ya a partir de aquí se centraron en su nueva obra y empezaron a caer Gonna Get There, la pegadiza Get In The Car, Soul For Sale (probablemente la mejor de la velada), la furia sesentera de Save Me (que es su primer single) e incluso una versión de Ain´t It Fun de los Dead Boys (nada que ver con la que en su día hicieron sus paisanos Guns And Roses) mientras Jake Cavaliere se entregaba sin piedad bien subido a su teclado Farfisa, que zarandeó en varias ocasiones, o arrastrándose por el suelo hasta los pedales de distorsión de Johnny DeVilla y deleitándonos con su aspecto cadavérico a medio camino entre el Marilyn Manson más enjuto (en lo físico) y el Iggy más pasado de vueltas (en los escénico).
Sin embargo el resto de los componentes no ofrecieron ese mismo nivel de entrega y se les vio mucho más apáticos y displicentes y si de ellos hubiera dependido probablemente no hubieran regresado a las tablas tras los 45 minutos que duró su descarga inicial, que terminó con Going Nowhere Fast (muy Cramps) y F.F.T.S. mucho más cercana a Thee Hypnotics y donde The Preacher aulló con furia.
A pesar de lo dicho el concierto de The Lords Of The Altamont destiló energía, furia y suciedad mucho más cercano al punk ramoniaco y al psychobilly que al garaje, y volvió a demostrar que cuentan con uno de los frontmen definitivos de la actualidad. Una gran noche de rock, sudor y cerveza.