29 marzo 2024

La noche que habían organizado Ground Control e Incalling se suponía tropical. Si algo tiene el chillwave es ese aroma a arena y palmeras, los helados comprados en el paseo de la playa, chicas en patines y demás estereotipos veraniegos que no hacen sino activar nuestras ganas de fiesta, de que acabe el invierno, de volver a nadar en el mar. Pero sin duda otra característica del género es la incertidumbre que existe al acudir a uno de sus directos. Ya lo hemos visto todo: desde unos Wild Nothing que se vuelven acústicos a unos Small Black corriendo sin fuste de un lado al otro del escenario. Ahora bien, la sesión que nos había preparado Blackbird Blackbird para su primer concierto en tierras patrias era algo que no hubiéramos imaginado de ninguna de las maneras. Pero vayamos por partes.

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Abrieron la noche Cross Echeyde, el grupo de Jaisiel Ramos, un tinerfeño que ya sabemos que no olvida sus raíces. Nos ofrecieron alguna canción nueva y un repaso rápido a sus dos discos, Lava y Mabelucha Gana, ya que el tiempo apremiaba para dar paso a Blackbird Blackbird. En este paseo, fuimos encontrando claras referencias a El Guincho en temas como La Tormenta Tropical o Mabelucha, pero en otras se podía apreciar una mezcla extraña con Vetusta Morla e incluso Standstill si se me permite. Esto ocurría sobre todo debido a la parte vocal en temas como por ejemplo Los números impares. Lo que no se le puede negar a esta banda es la maestría de sus componentes por separado, sobre todo los punteos del bajista que hipnotizaron a las primeras filas. Un frente a frente entre guitarra y bajo en La Finca del Señor sirvió como despedida a este grupo que sin duda mira hacia el futuro, haciéndonos conocedores de la escasa calidad de sus anteriores grabaciones llevadas a cabo en su habitación. Pero ¿y qué más da? ¿No es esa acaso la magia del lo-fi?

Un enorme armatoste negro plantado en la primera línea del escenario con todos los aparatejos del californiano Mikey Maramag nos daba alguna pista de cómo sería el “directo” de Blackbird Blackbird. Y entrecomillo directo porque aquello fue más bien una sesión de desenfreno. ¿Recordáis aquella escena de 24 hours party people en la que explican cómo el público dejó de mirar a la banda para empezar a mirar al dj? Algo así fue lo que sentimos el sábado pasado.

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Blackbird Blackbird empezó su set alternando canciones nuevas con algunos temas antiguos y más chillwave, todo grabado en su ordenador y lanzado desde su controlador. Mikey Maramag aportaba las voces, jugueteando con la voz mediante el reverb, algunos loops y desenchufando el micrófono cuando le venía en gana. Pero, de repente, algo cambió. La sesión se transformó en un fiestón dubstep más propio de carpa de festival a altas horas de la madrugada que de una temprana noche de sábado en la capital. Y sí, desde luego no era lo esperado por la mayoría de asistentes al concierto, pero eso no quiere decir que no se bailara, por lo menos en las primeras filas, a las que, en la segunda mitad, se acercaban algunos curiosos para ver de cerca qué estaba pasando.

Sabiendo esto, podemos entender cómo el mismo Mikey miraba de vez en cuando hacia el público y se reía, viendo que tenía respuesta, que la gente estaba meneando la cabeza con su locura de sesión, y esto le hacía estar más arriba. Muchos estaremos de acuerdo en que el concierto no fue lo esperado, pero algo hay que reconocerle al muchacho que no se puede decir de muchos: se preocupaba de que su público estuviera a gusto y supo transmitir que nos necesitaba, que un concierto suyo nunca sería cosa de uno.

Pero siendo totalmente sinceros, esperamos que la próxima vez que Blackbird Blackbird nos visite sea con banda. Su último disco tiene demasiada buena pinta como para apreciarlo solo en una sesión macarra. Veámonos pronto, Mikey.