24 abril 2024

Superman ha tenido mala suerte con sus últimas adaptaciones cinematográficas. A pesar de todos sus poderes, no ha podido evitar que Hollywood sea más daniño que la kryptonita para él desde finales de la década de los 80, y ya van unos cuantos años… La última entrega protagonizada por Christopher Reeve – ‘Superman IV: en busca de la paz’ (Sidney J. Furie, 1987)- marcó la decadencia total de la saga, al caer en manos de la infame productora Cannon en sus horas más bajas, y el intento de Bryan Singer de devolver al personaje su gloria perdida se quedó en un insípido ‘remake’ de la original, firmada por Richard Donner hace ya 35 años.

Desde que se conoció la relación de Christopher Nolan -director de la nueva trilogía de Batman- con el proyecto que acaba de estrenarse, ‘El hombre de acero’ (Zack Snyder, 2013), fueron muchos los aficionados que se llevaron una alegría, lamentablemente poco duradera. Si Nolan había conseguido rescatar al ‘caballero oscuro’  del pozo sin fondo al que le condenaron las dos ¿películas? de Joel Schumacher, ¿por qué no podía pasar lo mismo con el personaje creado por Jerry Siegel y Joe Shuster en 1938?

MAN OF STEEL

En este caso, Nolan se ha limitado a las tareas de productor y coautor de la historia y él mismo sugirió que Snyder, el más que competente responsable de ‘Amanecer de los muertos’, ‘300’ o ‘Watchmen’, se pusiera detrás de las cámaras… Todo pintaba bien para este ‘Hombre de acero’, que al final ha resultado estar intoxicado con el mismo virus que afecta a la mayoría de los ‘blockbusters’ de los últimos años.

Un larguísimo metraje y una factura técnica impecable encierran una vez más una película con argumento -escaso- pero sin historia ni sentido del drama ni desarrollo de personajes… Es imposible para el espectador empatizar lo más mínimo, y ya no hablamos de identificarse, con unos protagonistas planos y esquemáticos, que deambulan perdidos por un guión que se limita a enlazar una escena de acción con otra a través de cuatro excusas y otros tantos clichés.

Es descorazonador comprobar cómo este ‘Man of Steel’ no aporta nada a la cinta original de 1978, más allá de unos efectos especiales refinados y espectaculares, pero que no están al servicio de la historia sino que trabajan en su contra, al alargar las secuencias de acción hasta lo soporífero. Sin conflicto ni drama, sin personajes que toquen directamente el corazón del espectador, no hay nada, forma sin fondo, un caramelo muy bien envuelto pero sin sabor.

En el ‘Superman’ de Richard Donner, Kal El venía de un planeta Krypton semejante al Olimpo, de un blanco inmaculado y unas líneas geométricas puras. Ya desde su nacimiento, al lado de un Jor El con la piel de Marlon Brando, estaba llamado a ser un dios en la Tierra, un gigante entre hormigas. La dirección de Donner y el guión, firmado, entre otros, por Mario ‘El padrino’ Puzo, confería al personaje esas cualidades casi míticas que Superman necesita para ser quien es.

El Krypton de ‘El hombre de acero’ es muy distinto. Nada de mítico queda en un planeta marrón, sucio y orgánico, sacado de cualquier videojuego de la PS3, con un Russell Crowe más parecido a un ‘Gladiator’ con canas que al progenitor del ser más poderoso que jamás haya pisado el planeta Tierra. Por supuesto, tampoco hay rastro de las conversaciones filosóficas que padre e hijo mantenían en la cinta original, en aquella fortaleza helada del polo que parecía un santuario o una catedral, y que apuntalaban a ese Superman, y a la película, con una profundidad y una emoción que en el filme de Snyder brillan por su ausencia.

Man of Steel

Lex Luthor ha sido en esta ocasión sustituido como antagonista por el general Zod, que aparecía de refilón en la primera película y era el villano principal de la segunda, ‘Superman II’ (Richard Lester y Richard Donner, 1980). El cambio también ha sido aquí para peor, con un personaje resuelto en apenas dos brochazos y con las líneas de diálogo más lamentables de toda la película. Zod llega a la Tierra con la intención de provocar una ‘Guerra de los mundos’ previsible y aburrida y en la que habría dado igual que interviniera Superman o Los Vengadores de Marvel al completo. El resultado, a fin de cuentas, habría sido el mismo.

¿Y Clark Kent? No aparece hasta la última escena, privando de cualquier elemento cómico a una película que, para lo vacía que es, se toma demasiado en serio a sí misma. Esa ausencia también provoca que la relación con Lois Lane sea paupérrima, apenas un intercambio de miradas y cuatro frases que supuestamente hay que tragarse como si fuera una historia de amor.

Da pena que el personaje al que diera vida Margot Kidder hace tres décadas tenga más peso que esta Lois Lane, que aparentemente vende una igualdad entre hombres y mujeres, pero que no es más que un florero en segundo o tercer plano, muy políticamente correcto eso sí. Ni en eso han valido para nada los 35 años que han transcurrido desde que Superman se asomara por primera vez a las pantallas con la cara de un Christopher Reeve que sí nos hizo creer que un hombre podía volar.