Sookie y Bill intentan volver a la normalidad y afianzar su amor en la siempre peculiar Bom Temps a pesar de las intromisiones el pérfido Eric. Jason parece haber visto la luz y se une a una secta religiosa que pretende exterminar a los vampiros. Sam sigue buscando pistas sobre su pasado al tiempo que intenta sacar adelante su negocio con la contratación de una nueva y patosa camarera. Lafayette pagará por sus pecados contra la raza vampira. Tara podría haber encontrado la felicidad bajo la protección de Maryann, una carismática y misteriosa mujer cuyos secretos afectarán a todo el pueblo.
He aquí la serie más esquizofrénica de la televisión, afectada de doble personalidad, múltiple identidad y mucha jeta. True Blood hace trampas, sin molestarse en sacarse ases de la manga con disimulo. Sencillamente se pavonea mientras muestra las cartas de su bolsillo ante la mirada embelesada de todos. True Blood es esa serie que se permite un ritmo frenético, escenas chocantes, giros imposibles y los remezcla con la parte más irreverente de A Dos Metros Bajo Tierra, la lujuria desenfrenada de Nip / Tuck y la más casposa de Embrujadas. True Blood es superficial pero adictiva, imprevisible y frenética. True Blood es, en esencia, televisión, de esa que lo mismo habla de amor y familia, que de sexo y canibalismo. Todo de una escena a otra, de un minuto a otro.
Su entrada en la parrilla fue escandalosa y fulgurante, alcanzando la designación de culto casi desde su inicio. Con esa descacharrante primera temporada como presentación, había muchas dudas sobre esta segunda campaña. ¿Estaría a la altura? En términos True Blood, sí. Esta segunda temporada es una hipérbole de la primera, ya de por sí excesiva. Sookie / Paquin sigue tan odiosa / adorable como de costumbre. Mucho se ha hablado sobre el trabajo de esta ganadora del Oscar (con 14 años, recordemos) en esta serie. Muchos nos llevamos las manos a la cabeza al verla entre las elegidas para los premios del año. ¿Cuál es el mérito de su actuación? Que Paquin le ha captado el tono a la serie y a su Sookie a la perfección, logrando despertar en su público sentimientos simultáneos tan extremos y contrarios como amor y odio. Uno no sabe si quiere que a Sookie le deje un rato la vida tranquila o que la sigan pasando putadas.
Por supuesto, en la segunda temporada hay más líos para Sookie, que tiene que lidiar ahora con la protegida de Bill que tiene su propia y estrafalaria subtrama de amor / sexo / hormonas adolescentes- y las extrañas costumbres de los vampiros sólo para poder seguir al lado de su amado. De este veremos su lado más oscuro, echando por fin abajo esa imagen de vampiro buenazo. Sam, que pese a sus secretos es el tipo más normal (y tal vez aburrido) de la serie, aporta su granito de arena con una historia que por menos chocante, no llamará tanto la atención como la de sus compañeros de reparto. Tara, por ejemplo, sigue siendo por méritos propios el personaje protagonista más desagradable de la televisión. Si con Sookie hay dudas con Tara no. El merecido sufrimiento de esta pesada es uno de los motores más importantes del show. Y caso aparte es el de Jason. Sin Lost tiene a Locke True Blood le tiene a él. Jason es estúpido, divertido, salidorro, sureño más allá del tópico y ante todo imprevisible. El catalizador perfecto para todo tipo de situaciones por surrealistas que estas sean que, en el caso de Sangre Fresca, son muchas por capítulo.
En el apartado de villanos sigue sobresaliendo Alexander Skarsgard con un Eric cada vez más cabronazo (al que se le adivina su corazoncito esta campaña), ahora compartiendo el podio de maldades con la majestuosa Michelle Forbes, villana de la tele por antonomasia desde Galactica a En Terapia. Este será el personaje sobre el que gire esta segunda temporada, regalándonos incluso un par de variopintos episodios al más puro estilo survival horror confederado. Mención adicional para la aparición de una sensual Evan Rachel Wood, en uno de esos papeles que parece estar hecho a la medida y en el que esperamos repita pronto.
En conclusión. Más sangre, más tetas, más vampiros, más cabrones y más tontería. Una segunda temporada que no defrauda precisamente porque eso es justo lo que pedimos. Siempre más SangreFresca.
por Pablo Gutiérrez