28 marzo 2024

Revistas especializadas, foros de Internet, páginas específicas del género…todo el mundo habla de The Brew como la gran esperanza del blues rock de este siglo, la banda que el estilo necesitaba para un nuevo resurgir y con la capacidad de emparentar el espíritu de los años 70, tan perseguido como maltratado, con la frescura necesaria en esta época de plagios.

Así que tenía muchísima curiosidad por comprobar su directo y, no lo voy a negar, algunas reticencias heredadas al haberme visto envuelto en esta situación anteriormente y haber salido de la experiencia completamente decepcionado, fundamentalmente cuando la formación es originaria de las Islas Británicas, tan acostumbradas a publicitar y lanzar al estrellato a grupos sin ningún carisma ni mérito mayor que un cantante aparente y una serie de músicos apáticos que se conforman con repetir, de manera
insípida, patrones ya excesivamente sobados.

Sin embargo debía de llegar el día en que me tuviera que tragar mis desconfianzas y caer hincado de rodillas ante una banda que de una vez por todas pusiera las cosas en su sitio y me devolviera la fe en el rock y pudiera lucir su nombre orgulloso en una camiseta. Ese momento llegó el pasado miércoles en el Parque del Castillo de Burgos, un lugar idílico entre la naturaleza y a solo unos minutos del centro de la capital burgalesa, y con el trío más incendiario que servidor haya tenido la oportunidad de echarse a la cara desde que Mother Superior me reventara los tímpanos en el año 2004 y encima GRATIS!!!.

En nada han quedado los cincuenta conciertos a los que he tenido la oportunidad de acudir durante este año y probablemente en nada queden los venideros (aún conservo la esperanza en Mike Farris este próximo otoño) porque cuando sobre el viejo vagón de tren abandonado, reconvertido en escenario y a partir de hoy lugar de peregrinación musical, salieron estos jovencitos procedentes de Grimsby y atacaron con Every gig has a Neighbour el universo se detuvo y ya todo dejó de importar y a la vez a
tomar sentido.

Casi dos horas de actuación en la que la banda desgranó un repertorio de infarto en el que se combinaban los temas de su nueva obra A Million Dead Stars, un impresionante trabajo que quedó en evidencia y completamente ninguneado ante la versión en vivo del mismo, con algunas canciones de su anterior The Joker y períodos de catarsis musical en los que sobre largas improvisaciones surgían partes sonoras
procedentes de Jimi Hendrix (con el vello de punta ante la versión de Little Wing o el apunte de Voodoo Child), Led Zeppelin (con pasajes psicodélicos de Danzed and Confused incluidos) o el torbellino The Who con el que nos remataron al final del show.

Y todo de la manos maestras a las seis cuerdas de un imberbe Jason Barwick, 21 años tiene la criatura, que tras su imagen de fragilidad y sus acrobáticos y continuos saltos sobre el escenario, dejó una impronta de futuro guitar hero, si no lo es ya, tras el que se adivinaban sus influencias de Jimmy Page en el uso de unos riffs pentatónicos llenos de velocidad y clase, impagable cuando sobre su Les Paul negra sacó un arco de violín para deleitarnos con un pasaje musical completamente lisérgico, el aroma Hendrix en el golpeo duro de las cuerdas de una antiquísima Strato crema, me comentó que era del 62 y que es su guitarra favorita, sacando una distorsión natural y cálida de los tonos y acordes más abiertos o incluso de Jeff Beck cuando los efluvios jazzeros se asomaban a sus canciones.

De entre los momentos sobresalientes de su repertorio además del tema inicial estuvieron su interpretación de Surrender it all, en la que Jason dejó claro el porqué han sido votados como mejor banda británica por la revista oficial de los STones “It´s Only Rock´n´Roll” o el ritmo vivo y negroide, lleno de una intensidad sudorosa y cautivadora de Wrong Tunes donde el solo fue descomunal o la tranquila y zeppeliana KAM con sus acordes abiertos y su sonido envolvente. Y en los bises A Million Dead Stars dejándose llevar en una bacanal sonora que sobrepasó los diez minutos de éxtasis para todos, incluidos ellos mismos que vistieron una sonrisa de oreja a oreja en todo momento.

Hubo algún momento de menos intensidad como el solo de batería de Kurtis Smith que se alargó en demasía a pesar de su calidad y en el que acabó golpeando los tambores con las manos, o las partes vocales de las que se encargó su bajista Tim Smith, padre del anterior, y que no llegaron a alcanzar el sobresaliente nivel que tenía el concierto, pero es que estamos hablando de una formación increíblemente joven a la que le espera, si no lo estropean ellos mismos, un lugar en el futuro olimpo del rock.

Al demonio con el maldito brit pop, las bandas edulcoradas, los hype de una semana y las grandes y vacías poses de estrellas, The Brew le echan un par de pelotas al rock y consiguen la perfecta combinación de ejecución técnica sobresaliente, grandes composiciones y un descaro propio de su edad, son la última oportunidad del rock para no morir engullidos en su aburrimiento y si en su próxima gira en Octubre por nuestro país no les vas a ver te vas a perder un momento histórico.