19 marzo 2024

por_el_placer_gSiempre pienso que el efecto que produce un espectáculo depende de las expectativas y las imágenes preconcebidas que cada uno tenga antes de comenzar la “magia” y en este caso mis expectativas eran absolutamente nulas pues ni siquiera había visto el cartel ni leído acerca del argumento. No sabía a lo que me enfrentaba y resultó ser un acierto.

Escenario vacío, aparece Miguel Ángel Solá y se nos presenta como Miguel, él autor de la obra que vamos a presenciar. Desde este momento el libreto se revela perspicaz, inspirado y apunta ya tintes para amantes del teatro pues hizo referencias a muchas de las grandes obras de la historia de la dramaturgia desde tragedias griegas hasta tranvías con nombre provocador y Bernardas. Nos encontramos con un personaje natural, sincero, que nos dice que es el autor de la obra con tanta credibilidad que a la salida había gente que realmente pensaba que lo era. Este personaje juega entre los momentos en los que se dirige al público rompiendo la cuarta pared y haciendo el papel del narrador de su historia y los momentos en los que mantiene la ilusión interpretándose a sí mismo a lo largo de su vida, desde la infancia hasta la vida adulta.

Con una magnífica presentación por su parte, toma las tablas la magnífica Blanca Oteyza en el papel de Nana, madre del autor. Nana es un personaje campechano, hipérbole de toda madre, exagerada y charlatana que despierta una sonrisa en el público nada más que aparece regañando al pobre Miguel de once años con un repertorio de “frases de madre” de lo más ocurrente. Si es verdad que Blanca borda este papel también hay que decir que con el paso de la representación el carácter del personaje se va redondeando y se perfila más la interpretación.

Se suceden una serie de escenas más o menos cotidianas como comentar un libro de los favoritos de su madre mientras ella tendía la ropa. Es una de las escenas más entrañables de la obra y me atrevo a decir de las más entrañables que he visto en mi vida sobre unas tablas. Miguel defiende a la perfección el papel de niño curioso que poco a poco va planteándose más cosas que su madre y ésta esquiva las vivas preguntas de la forma más cabezonamente ingeniosa con un resultado cómico a la vez que dulce y verdadero.

El trabajo de Miguel Ángel Solá requiere de un cambio de registro importante dado que sin ningún tipo de cambio de vestuario ni caracterización representa no solo diferentes edades con lo que ello conlleva sino diferentes roles. Durante los momentos en los que Miguel es el “autor”, ayuda con el montaje de la siguiente escena e incluso habla con los tramoyistas. Supone un cambio total de motivación que consigue con maestría. Al hablar de su madre logra transmitir una emoción intensa con los gestos y las modulaciones de voz más sutiles. Hay escenas en las que parece que representa al autor como si estuviera reviviendo ese momento de su vida, como si se tratara de un ejercicio de memoria sensorial vivido con la añoranza de hoy.

Concordando con lo que ya se venía anunciando desde el principio la reflexión metateatral tiene su pequeño hueco, en boca de las aparentemente ingenuas preguntas de Nana, se plantean importantes cuestiones sobre los actores y el público y la relación entre ambos.

No sólo trata de teatro, sino que es una obra de teatro puro: dos actores, los elementos justos que necesitaban en cada escena (que se colocaban a la vista), un ciclorama que cambiaba de color en cada escena y aportaba el elemento estético y un texto increíble del que brotaba la más emocionante y cotidiana verdad interpretada con extraordinaria sinceridad por estos grandes actores. La apropiada música ponía la guinda a esta oda a una madre, a este dulce que tiene el ingrediente secreto de las obras maestras: el don de llegar a todo el mundo.

Teatro Calderón (Valladolid)
Por el Placer de Volver a Verla, de Michel Tremblay
Dirección: Manuel González Gil
Intérpretes: Miguel Ángel Solá y Blanca Oteyza

172 comentarios en «‘Por el Placer de Volver a Verla’ – la emoción de lo cotidiano»

  1. Si, yo fui a verla y me encantó! Los actores están espectaculares y la obra es maravillosa, es una combinación de emociones y sensaciones que al terminar la obra los tienes a flor de piel. Se las recomiendo!!!!

  2. Absolutamente imprescindible.
    Una experiencia inolvidable.
    El protagonista nos coge de la mano y nos introduce en una parte muy íntima de su vida, su relación con su madre, con mucha pureza y mucha valentía.

    Dos actores formidables y extremadamente generosos que nos invitan a darnos cuenta del verdadero valor de las cosas.

  3. montaña rusa de emociones,clavandonos en la butaca de un viejo teatro que son capaces de convertir en lo que Oteiza y Solá quieran…GRACIAS POR TAN MARAVILLOSO TRABAJO.tamara-madrid

  4. llevaba meses esperando …y me habeis dado más.Perderse una obra tan dadora de tantas cosas…es imperdonable.Nandi

  5. Esta obra no ha cubierto las expectativas que tenía puesta en esta obra, a pesar de la gran interpretaciónella

  6. Merece el éxito brutal que tiene. Alivia el alma. Da amor. Dan ganas de abrazar a esos dos actores para ver si la calidez que tienen es contagiosa. La obra es deliciosa, es una metáfora envolvente del sueño realizado, del coraje puesto en los sentimientos más profundos. ¡Seres que no pasan facturas para convivir! ¡Seres pequeños como los seres pequeños que somos cuidando del amor, del tan depreciado amor! Cien puntos. Regresaré.

  7. Encontré esta “joya” dedicada por la filósofa e investigadora de la UCM Mariana Urquijo Reguera a la obra Por el placer de volver a verla; y como me ha encantado esta insólita tertulia de buen gusto y mejor pensar sentir, se me ocurrió compartirla con todos vosotros. Se llama Por el placer del Edipo. Y dice así:
    En el folleto del teatro leí el otro día que cuando uno siente placer al volver a ver a alguien, es un indicio de que siente amor. No había comenzado la representación y me quedé loca con esta reflexión. ¿Cómo es ese placer que nos recorre cuando nos reencontramos con alguien? ¿Cómo es ese placer que te recorre cuando escuchas la cerradura de casa que se abre anticipando la llegada de tu amor? Me puse a examinar esas sensaciones y a buscar en mis recuerdos esos momentos cuando se apagaron las luces y se subió el telón. Hace años que ese instante de silencio lo vivo con una emoción inexpresable. Nada tiene que ver cuando en el cine comienzan a moverse en la pantalla las figuras de la publicidad a todo volumen aturdiendo hasta al más sordo. Ese silencio del teatro es el momento en el que no sabes nada, no sabes qué va a suceder, pero te imaginas a unos actores en número indefinido tras las bambalinas, respirando profundo, concentrándose, metiéndose en el cuerpo de otro antes de regalar al público sus gestos, su voz, un buen texto y en definitiva una rato en el que hacen de médiums hacia otro mundo, hacia otras vidas. Nada tiene que ver con la ficción de una película, donde la textura de la piel y de la voz están perfectamente medidas. El montaje produce una obra completa y cerrada. En el teatro siempre es perfecta pero no es una obra, sino tantas como representaciones, y en el caso de los actores de “Por el placer de volver a verla” del canadiense Michel Tremblay, suman miles a ambos lados del charco Atlántico. Durante dos horas Miguel Ángel Solá y Blanca Oteyza nos permiten ver, como si fuéramos voyeurs, los momentos y conversaciones íntimas de una madre y su hijo. Probablemente el hijo menor de esta madre, que despliega un peculiar carácter para enfrentarse a las durezas de la vida, a sus propias contradicciones y sobre todo, a sus propios deseos como mujer y madre, a los deseos de sus hijos y en concreto, de este hijo menor. Una madre que me recuerda al universo de Almodóvar, una madre de hijo artista al que desde pequeño le deja soñar, le deja seguir sus deseos y realizarlos, aunque desde cierto punto de sus vidas, ella quede excluida de ese mundo que ha ayudado a construir. El hijo escribirá esta obra para redimir este pecado capital: no haber incluido a su mecenas en el placer de ver, leer y escuchar sus primeras producciones teatrales. La obra la escribe y la narra este hijo artista que se convierte en teatrero, para que esta madre vuelva a ser la protagonista de la vida de este hijo. Y su vida es el teatro. Le escribe una obra a su madre, para su madre, para que cumpla su sueño de ser la protagonista de dos horas en el escenario, dos horas en las que se suspende la realidad tanto de los actores en cuanto personas, como la de los espectadores. El efecto es una suspensión general de la identidad personal que se sustituye por la acción de la escena. Cada uno olvida el sí mismo y se sumerge en los personajes, en sus sentimientos y en la acción. Un lujo que la vida diaria y las exigencias sociales no suelen permitirnos: descansar de nosotros mismos y dejarnos soñar y vivir con otros, a través de otros. Pero todo esto sucede cuando su querida madre ha muerto. El hijo revive a la madre en las tablas para volver a verla, para que sus recuerdos sean más vivos, para que revivan en la carne de los actores. El hijo cumple el sueño de la madre después de muerta. Hijo y madre nos enseñan sus intimidades a lo largo de varias escenas en las que predominan sus diálogos sobre literatura, sobre el poder, la religión y el teatro. La risa que predomina en la obra crea una empatía enorme con los personajes. Para cuando llega la muerte el público llora, gime y se seca las lágrimas. El texto sin embargo no acaba ahí, plantea una reflexión sobre la función del teatro, su magia, su atractivo, aquello que durante 25 siglos ha hecho a los seres humanos seguir haciendo historias para llevarlas a las tablas y buscar la katarsis, ¿pero cuál es la katarsis de “Por el placer de volver a verla”? El autor está en una posición que un psicoanalista no dudaría en llamar, claramente, edípica. La madre como ídolo, la madre como referente, la madre a la que se le debe todo, la madre cómplice, la madre amiga, compañera. Pero un Edipo de artista es peculiar como Edipo, porque la creación artística ayuda a sublimar los instintos que el común de los mortales lucha por canalizar y satisfacer en cierta medida y de cualquier modo. La sublimación de este hijo menor con vocación de artista es dedicarle una obra a la madre de su Edipo, cerrando el círculo y proclamando al mundo entero su amor incondicional, su amor eterno, más allá de la vida y de la muerte, su amor a su primera mujer, a la única: la madre. Y si, el teatro llora, porque cada uno revisa su relación con su Edipo, sus injusticias, sus canalladas, sus egoísmos. La trampa está en que este Edipo no está superado, este artista no ha pasado del amor de madre al amor de mujer, por eso su madre es divina, es su diosa y se convierte en la censura del espectador. El placer de revivir el pasado perdido, el placer de volver a vivir lo que el tiempo dejó atrás es el placer de soñar que se pueden saldar cuentas con el ayer, más allá de la muerte. Proponer esta hazaña a un público falto de reflexión sobre sus afectos y sus emociones, falto de psicoanálisis, falto de amor sano es una hazaña propia del teatro.

  8. Llegué a ver la última función por los pelos. No había butacas, pero dos señoras mayores devolvieron sus entradas por una torcedura de tobillo, y yo, que me había quedado a esperar a mi novio (que llegó tarde como siempre, pero esta vez acertó) fui la beneficiada de tanta mala suerte ajena. Es sencillamente acojonante la función. Los actores son de otro mundo, nunca nadie me introdujo en una historia como ese hombre; y ella: era ¡mi mamá!, ¡y mi abuela también! Solá y Oteyza son dos actores cuyos nombres deberían figurar en la gran muralla china, ja, ja, ja… como en la obra el que escribió -pinta a tu madre y pintarás el mundo-, y si no han de estar allí, mi corazón es ya para ellos la más grande de las murallas. Fantástica tarde. Y Paco, mi niño grande, mi novio de siempre, sigue hoy con los ojos que se le llenan de lágrimas cada dos por tres, porque perdió a su mami hace nada, y le han quedado cosas por decirle. Ojalá todo el teatro fuera así, tan simple, tan intenso, tan profundo y tan vital. Y la sala es muy bonita y cómoda, y está impecable, lo que es mucho decir. No la conocía. La recomiendo, y a esa función le deseo laaaaargaaa viiiidaaaaa!!!! Bego

  9. La he visto tres veces. Volverán el 15 de octubre al mismo teatro, que por cierto, también está muy bien. Enhorabuena por las cosas tan bonitas que decís en esta página, con qué calidad escribís lo que escribís. La obra inspira, pero animarse a mostrar los sentimientos en forma de ideas y participarlos con limpieza de manos para abrir un diálogo no es habitual en internet, sin gamberradas, insultos, y modales desdeñosos para con el trabajo del otro. Soy actriz de vocación y maestra desde toda la vida. Esa función, de tan sencilla es mejor, y, de tan sabia es hasta sanadora. Mi cariño. Lola

  10. He copiado todos los extractos de las críticas que figuran en el programa de mano, para que, quien no haya visto la obra, pueda saber qué han opinado los a veces verdugos y a veces cómplices del teatro (soy Lola, actriz y docente)

    “No es una obra para alargar la tarde ni para matar el rato. Es una pieza redonda. Para reír, para llorar, para pensar.” Calidad y sensatez. Mikel Bilbao. EL CORREO VASCO DE VITORIA.

    “Trazos llenos de ternura, de humor, de mimo, de cariño, de melaza, de amor, que dibujan un lienzo acariciador en el que ella es un torrente de simpatía y exageración, y él un hombre que pasa de la infancia a la madurez marcado por esa especialísima relación.” Por el placer de volver a verlos. Julio Bravo. ABC.

    “…Y por encima de cualquier aspecto del montaje, está el más rotundo y atractivo: la excelente interpretación de dos actores.” Entre la verdad y la realidad. Rosana Torres. EL PAÍS.

    “Esta obra aprovecha la magia que un escenario puede ofrecer para ir transportando a personajes y público a través de pequeñas y paradójicamente profundas emociones.” ¡Mágico teatro! Óscar Romero. DIARIO SUR.

    “El trabajo del equipo creativo de esta pieza no hace otra cosa que aportarnos convicciones. Los dos actores van presentando sus personajes con tal solvencia y cercanía que acaban emocionándonos constantemente. Esta bella historia, tan bien contada, bajo una dirección esencialmente cautivadora, nos arrulla, nos compromete, nos arrebata y nos emociona.” Mamá en el Paraíso. Carlos Gil Zamora. REVISTA ARTEZ DE BILBAO.

    “Teatro sencillo y de emociones, directo al estómago. Aquí se han unido dos magníficos actores, con mucha, pero mucha química, tanta como un talento expresado en común.” La química de Oteyza y Solá. M.E.D. / L.C. TRIBUNA DE SALAMANCA.

    “Solá y Oteyza, aquí hijo y madre, muestran otra vez su buen hacer y su química. Muchos y cálidos aplausos.” Una madre muy especial. Julia Amezúa. ABC VALLADOLID.

    “Solá se mostró enorme, y Oteyza se agrandó en cada escena en la que insuflaba vida a esa madre que fue todas las madres.” Morirse es una estupidez. Saúl Fernández. LA NUEVA ESPAÑA DE AVILÉS.

    “Magistralmente interpretada, la función se transforma en un viaje a lo más profundo del corazón humano.” Por el placer de verlos. Walter C. Medina. Y MÁLAGA.

    “Medios tonos, delicadeza. Y siempre perfeccionismo. El placer, en compañía de la palabra teatral, tiene en Tremblay, en Solá y en Oteyza a tres cumbres.” La difícil sencillez. Pedro Barea. EL CORREO VASCO DE BILBAO.

    “Un teatro intimista y de sentimientos, con sensibilidad, sencillez y suave humor, que se dirige a toda clase de espectadores y homenajea a aquello que dota a la vida de sentido para dejar en el espectador ganas de volver al teatro.” El placer del público. Marc Llorente. INFORMACIÓN DE ALICANTE.

    “Hay belleza en la simplicidad cambiante, en las emociones contenidas y hay una belleza emocional en la interpretación en verdad apabullante. El placer de volver a verla es el placer de la interpretación y no sólo por parte de Solá, un verdadero crack de la escuela argentina depuradísima; Oteyza, está, en términos coloquiales, que se sale. Gracias por el inmenso placer de volver a veros.” Don y virtud del arte de interpretar. Javier Villán. EL MUNDO.

  11. Gracias Lola. Con forofos como tú hasta el Atlético podría salir campeón algún día. Hoy los veré en Pinto (a ver qué pintan éstos). Mañana os cuento.

  12. Ya veréis qué bonita función. Será un placer volver a verla. Yo, en Toledo por cuarta vez

  13. Vienen a Tres Cantos el sábado. No puedo ir pero irán mis padres, mis tíos y mi abu.

  14. gustó mucho. Vale la pena. Ir tranquilos y con cleenex , los hombres también. Un abrazo a todos.

  15. Si se desconectaran los móviles, mayor sería la emoción que esa obra puede transmitir. La noche en que la vi en el Amaya sonaron ¡once!. ¿Es posible? ¿Y tras haberlo rogado por megafonía y por el actor en persona de una manera muy curiosa y simpática?. ¡No es televisión, ni cine, donde se altera al vecino y nada más! ¡Es teatro! Seres en carne viva, haciendo lo mejor que saben y pueden para que otras disfrutemos… ¿Cómo se puede olvidar cualquiera de apagar su móvil, por respeto al teatro?
    De todos modos, aplaudimos de pie. Lo merecen. Son buenos buenos de verdad.

  16. Tienes razón. Es falta de amor propio, y se traduce en falta de amor al otro. Una pena.

  17. ¡Bueno, bueno, bueno! ¡Qué actorazos! Todos de pie aplaudiendo, lagrimeando, sonriendo, todo a la vez. Hemos pasado una noche impagable. Lo dicho Lola, con forofos como tú, hasta el Atlético podría animarse. Pero, además, llevabas razón: ¡for-mi-da-ble! Gracias.

  18. Todos de pie también en el Teatro de Móstoles. Ya podemos decir que por aquí ha pasado EL TEATRO. ¡¡Qué función, amigas y amigos!!Solá terminó interrumpiendo el aplauso final para decir: “Así da gusto”. Qué bien lo hemos pasado todos, el teatro a tope y los gritos de ¡bravo! y los aplausos atronadores no nos han bastado a muchos, y les hemos esperado a la salida para seguir agradeciéndoles su calidad.
    ¡Qué actores y qué función!. Ali

  19. Pues, Maggie, puedes estar contenta, porque te hemos seguido, y, realmente has estado acertada, pues a todos nos ha encantado, exceptuando a Martín que debe de haber tenido un mal día, porque la función es muy buena para el noventa y nueve por ciento de la gente que conozco y la ha visto. La obra estará también por alguna plaza de Castlla la Mancha (Manzanares) y también en Toledo y
    creo que en Santander y Torrelodones. Sigamos en contacto porque esto que ha ocurrido en este magazine no es común. Cuántas cosas tan bonitas se han escrito aquí, ¿no les parece?, y no de fútbol justamente, sino de arte.

  20. SIEMPRE SE VUELVE AL PRIMER AMOR Existe en nuestras vidas un ser inolvidable al que siempre añoramos, un ser al que deseamos retornar y que nadie puede jamás equiparar. Ese otro inolvidable, nos enseña Freud, es la madre, nuestro primer objeto libidinal, nuestro primer gran amor. Pido disculpas por el uso de la jerga, pero a menudo así pensamos los psicoanalistas. Esta obra de teatro maravillosa, simple y compleja, nos invita a descubrirnos como padres y como hijos, porque en esta pieza volveremos a ser niños y llegaremos a adultos, y todo el tiempo vamos a darnos un chapuzón placentero en el océano de aquel primer gran amor que nos marcó, que nos hace ser quienes somos, que nos hace amar como amamos. En esta obra estupenda acompañamos a Miguel adulto, un hombre realizado en su profesión, y lo vemos metamorfosearse frente a nuestros ojos en el niño que una vez fue -un niño con toda la fuerza creadora, la rebeldía y la curiosidad irreverente y hasta insolente de la infancia, pero también con los elementos en potencia que lo harán un artista cuando mayor- y lo vemos desplegarse y madurar en la cotidianeidad, en el delicioso contrapunto doméstico con su madre, una mujer que a pesar de ser un personaje muy único -dramática, estrafalaria, y propensa a los extremos-, no sólo es la aliada solapada de su hijo, sino que encarna a todas las madres. Lo que es inigualable es que la interpretación que de Nana hace Blanca Oteyza, logra evocar -en su adorable singularidad- una amalgama de todas las madres posibles: las dramáticas y las sobrias, las expansivas y las reservadas, las soñadoras y las racionales. Nana, con todas sus idiosincrasias, convoca un retrato de una madre que es “la” madre. Los actores, con un talento magnífico, trascienden la caja del escenario y la expanden al tiempo que nos transforman apenas con un gesto, un cambio en la voz, una mirada, una respiración. Miguel Ángel Solá y Blanca Oteyza dilatan esa caja mágica al infinito con inteligencia y corazón. Cinco minutos dentro de la función y ya se disparan los recuerdos de nuestra propia historia. El triunfo de Por el placer de volver a verla radica en la habilidad con la que universalizan lo particular. Nos conmueven, nos hacen reír a carcajadas, nos despiertan recuerdos olvidados, nos emocionan y nos vuelven mejores personas, nos revigorizan, nos hacen sentir agradecidos y afortunados de haber rescatado del letargo de la apresurada vida diaria un poco de nuestra vapuleada sensibilidad. La actuación de ambos es magnífica, elocuente, renovadora. Y la función una celebración del buen teatro, y, al salir de él no somos los mismos que al ingresar; porque esta obra de teatro es generosa: nos enaltece. Una obra que placentera, llena de amor, que nos deja con ganas de volver. Como una buena madre que nos ayuda a ser lo que seremos. Asegúrese una butaca y volverá a verla. Tuve el placer inmenso de verlos en su última función en Madrid. Espero poder volver a gozar de su teatro en el Festival de New York. Patricia Gherovici (Escritora. Catedrática. Psicóloga. Filadelfia. EEUU)

  21. La vi ayer en Tres Cantos, donde no sonó ni un solo móvil. Me fascinó ella, y él es, aunque esté contando su propia historia, impresionante.
    Que bien describe Patricia lo que nos pasa a los espectdores. Y es verdad que esta obra hace de todos el universo de dos. Una joya. Mona

  22. Muy buen espectáculo. Fui con mi madre. No me soltó la mano hasta que se largó a aplaudir. Después me llenó de besos y de ¡gracias hijo, gracias hijo! Estábamos en primera fila, no se nos escapaba nada. Que bonito momento no han hecho pasar. A mi madre, porque hacía tiempo que no disfrutaba de esa manera, y a mí porque la tuve todo el tiempo para mí.

  23. Miguel Ángel Solá en el escenario es un espectáculo. No necesita nada, es así de enorme. Si además, está acompañado por una Blanca Oteyza en estado de gracia, como lo está, y el texto es bueno y toca lo más profundo del sentimiento, se unen los ingredientes necesarios para que “Por el placer de volver a verla” de Michel Tremblay se convierta en otro Diario de Adán y Eva de más de millón y medio de espectadores. La obra nos cuenta las reflexiones de un escritor de teatro que recuerda momentos de la vida con su madre. Pero, sobre todo, la obra destila ternura, sensibilidad y amor. ¿Hay alguien que merezca más un homenaje que la madre de cada uno? Estuve viendo la obra con mi amigo Axel, colaborador en mi revista radial todos los viernes a la noche y se pasó más de una hora sin dejar de llorar recordando momentos muy personales. Me atrevo a contarlo, porque él mismo lo escribió en su blog ni bien llegó a su casa. Yo, en cuanto salí del teatro tuve que llamar a la mía. ¡Enhorabuena, actores, director y equipo técnico! Por el placer de volver a verla se ha lucido en Móstoles. Es para repetir.

  24. Yo también estuve el domingo. Me has robado todas las palabras, Andrés. Me encantó, me sacudió, me hizo sentir y pensar, indirectamente supongo, porque la función no toca ningún tema revulsivo. Aunque quizás no haya mayor revulsivo que el cariño admitido y asumido cuando éste deja de estar ahí a la mano, al tacto, a la vista, al oído, como en el caso de quienes han perdido a su madre. Mi madre lo fue todo para mí, que crecí sin padre en casa; pero un alzeihmer me la fue quitando y sigue quitándomela casi todo el tiempo. A veces, en sus ojos, distingo un brillo que dice “hijo…”; y muy en el fondo de esos ojos veo a mi madre en el alegre, bailando, cantando, ilusionándose e ilusionándome con una vida que no fue nada fácil para ella. La obra ha calado profundo en mí. Por las razones que tanto quiero a esa madre extraordinaria que disfruté a tope cuarenta años, y que hoy, cuando me besa en la mejilla, sé que sabe quien soy. La función: inusual para Móstoles. Todos de pie. Todos agradecidos.

  25. Quería deciros que a mi no me pasó lo que os pasó a vosotros, pero, sí es verdad que todo el teatro aplaudía de pie en Móstoles la tarde del domingo. Me pareció una comedia bien hecha y bien actuada, y, por momentos, divertida. El final fue lo que menos me gustó por irreal. En cambio me encantaron la música y las luces. Sí la recomendaría, pero no me parece la función del año. De todos modos, llama la atención la cantidad de cosas bonitas que os ha inspirado, y concuerdo en que da gusto contrastar opiniones a este nivel. Enhorabuena, entonces.

  26. Félix, me han encantado tus palabras. Es algo maravilloso cuando una obra de teatro, es capaz de conmover y reunir a miles de personas a través de un sentimiento común. es lo bonito del teatro, que nos hace pensar y conmovernos y a veces darnos cuenta de lo maravilloso de la vida aunque a veces tenga su parte triste. Cuando la representaron en Valladolid, el teatro estaba en pie, y los sentimientos a flor de pie, algo inusual también aquí, pero da gusto ver que no todo está hecho y que el teatro de nuestros días es capaz de ponernos de acuerdo, con lo difícil que es en estos tiempos. al fin y al cabo todos tenemos madres, los que no la tenemos con nosotros no pudimos correr a abrazarla después, espero que los que la tengáis al lado lo hagáis sin dudar.

  27. La vimos en el Calderón; estábamos de paso tras un corta estadía en Palencia por los negocios de Junio. La obra es emocionante y creo que muy fácil de entender por todos, no sólo en lo que cuenta, sino en lo que queda en el tintero. Pero, para las que somos madres es hasta socialmente reivindicativa, mucho más que cualquier panfleto que lanzan ésos políticos que la vida nos dio, porque lleva impresa nuestra piel, esa que dejamos al criar. Por supuesto, desde que la vimos,para Clara y Miguel, nuestros rompederos de cabezas particulares, y hasta para Junio yo pasé a ser Nana. Y con orgullo dejo que me llamen así. Volveré a verla en Madrid cuando se ponga en cartel. Sacaré abono, porque es deliciosa.

  28. No he podido enterarme de la gira completa de la obra. Si alguno de vosotros puede hacerlo., publicarla aquí, por los amigos que hay por allí sueltos y aburridos. Un abrazo. Me encanta esta página, es hasta delicada con nosotros mismos. No está mal para los tiempos que corren, ¿no les parece?. ACB

  29. Gran Teatro de Manzanares. No creo que fuésemos cien personas viendo la función. Me quedé pensando luego: ¿les valdrá la pena hacer tantos kilómetros a esos artistas, para encontrarse con un lugar casi vacío? Hoy, a quienes encontraba por las calles, les preguntaba ¿cómo te has perdido esa función tan bonita? Las excusas han sido dignas del polvo que nos cubre. Algo nos pasa y no es bueno. Mis disculpas, no en nombre de pasotismo alguno, que, de tanto, ya parece ambición de ignorancia, sino por no haber podido gritar más bravos de los que grité ni aplaudir más fuerte de lo que aplaudí. La poca gente que os acompañó ayer salió feliz de haber vivido Por el placer de volver a verla. No merecemos el Gran Teatro que tenemos, ni las funciones que nos traen. ¡Sí los bautizos, las comuniones, los casamientos, los litros y litros de vino y las tripas como anclas para soportar estos vientos! Bien amarrados siempre. Que nada nos lleve lejos y menos un sueño.
    Gran función; delicada, amable, tierna, inteligente. Sé que estarán por Ciudad Real. Allí iré.

  30. Lo lamento Pilar, pero, bueno, a veces las cosas son así en nuestra tierra. Ni pasotismo, ni ignorancia: indiferencia ante quien les lleva un regalo. Les basta con la tele, con las cirugías de Belén Esteban, quien, mostrándose tan sincera en su grosería y su nada, se hace acreedora al premio de darnos las campanadas; ¡y que se nos atraganten las uvas a los que le pedimos a la vida otra cosa! Al menos ya sé que pasarán por Ciudad Real. Si alguien conoce los restantes puntos de la gira, ¿puede incluirlos en esta página, por favor? Gracias.

  31. Torrelodones, Fuenlabrada, Ciudad Real y creo que Getafe, me han dicho. Los tres primeros con seguridad. Y Toledo también. Lucía

  32. A Getafe no van. Sí Torrejón de Ardoz, además de Toledo, Ciudad Real, Fuenlabrada y Torrelodones.

  33. Gracias, Lucía. ¿Santander? ¿Santiago de Compostela? ¿La Coruña? ¿Vigo? ¿Lugo? ¿Gijón?¿Alguien sabe si vendrán por el norte?

  34. Porque una madre es una madre. Nada más cierto que una madre quiera explicárselo todo, todo, todo, a su hijo de once años, incluso aquellas cosas que no entiende pero de las que sabe cómo hacerse la escurridiza para dejarle satisfecho. Así es la madre de “Por el placer de volver a verla” de Michel Tremblay, una cosa tan asombrosamente tierna que da pena que se vaya del escenario y se convierta de nuevo en Blanca Oteyza. En esta obra se tiene en cuenta sólo lo que es más auténtico en el hombre, esa pasión por amar de verdad. La obra de Tremblay es un mentís a los ajustes de cuentas que muchos artistas han realizado con sus progenitores, como el caso de Jules Renard y su “Pelo de zanahoria”, o la “Carta a mi madre” de Georges Simenon, en la que el escritor se lamenta de haber recibido todos los elogios del mundo por parte de los extraños, pero nunca de su propia madre; o la tristeza de Paul Auster hablándonos de un padre de pedernal en “La invención de la soledad”. Tremblay nos lleva a un punto donde todos convergemos: la madre es insustituible, no por unas virtudes específicas sino por ese lazo invisible de pertenencia con su hijo, que el parto no logró desligar. Solá y Oteyza son la pareja de actores más importante del panorama iberoamericano. Solá tiene tanta verdad en el arranque de la obra que rompe la ligera membrana de la magia que separa el arte de la realidad. El espectador se ríe con esta comedia de verdades no tanto por las muescas de humor de la obra, sino por la verosimilitud en la interpretación de los actores. Anna Caballé cuenta que el escritor Albert Cohen se desesperó cuando su madre murió en Marsella bajo la ocupación nazi, mientras él estaba inmovilizado en Londres. Como no puede acompañarla en sus últimos momentos, escribe “El libro de mi madre”, donde vuelca todo su desconsuelo por la pérdida. En cambio, Tremblay nos puede traer de nuevo a la madre fallecida, gracias al sortilegio del teatro. La obra acaba de terminar funciones en Madrid y empieza a hacer “bolos” por toda España, atentos. Agustín Guzmán del Buey

  35. Esa es la cosa, amigo, ¿por dónde? ¿Vendrán a Galicia? ¿o sólo tocarán los lugares que han mencionado Lucía y Albert?

  36. ¡Qué maravillosa función! ¡Solá es un actor inglés, es subyugante! Y ella es apocalíptica, tierna, bella, simpática, dueña de unos recursos que las de hoy, desde hace mucho ya, no tienen. La sala, a completo, y vivando al espectáculo de pie, y felices y llorando. Gran noche. Inolvidable para muchos, mi marido, por ejemplo, que no paró de secarse lágrimas desde el comienzo, en la primera exposición de Solá, que dejó entrever que esa noche no sería una más. ¡Qué actores!Paloma, te has apuntado un gol de portería a portería trayéndoles. ¡Enhorabuena! Hasta la sala parecía más bonita. Agus.

  37. A mi madre la quiero con toda mi alma. Acabo de ver la función, y con toda mi alma digo que así quiero a mi madre. Y que soy feliz de haber venido al teatro por primera vez en muchos años, hoy, en Torrelodones. Y que entre ese mar de gente con la emoción suelta como yo, en lo único que pude pensar es en mi madre y en lo que le he hecho sufrir y en las alegrías que le he dado. Y que, aquí en casa, sigo besando su foto, porque si la llego a llamar a esta hora le da un parreque, pero por la mañana, lo que no voy a decirle… Madre mía de mi corazón, te adoro. Lucía

  38. Excelente. Preciosa obra, generosamente bien interpretada. Qué bien nos hizo a mi hijo y a mí estar allí, juntos. La recomiendo. La recomiendo. La recomiendo. Ya soy incondicional de esa propuesta. Volveré a verla cuantas veces la vea anunciada. Gracias, Héctor, por haberme aconsejado ir con Pablo. Qué noche más bonita. El Quijano, de bote a bote, y los amigos y los no tanto con cara de haber visto un ángel. Gracias, gracias, actores, técnicos y Ayuntamiento, habéis acertado todos

  39. Pues de Fuenlabrada ha salido esta pareja por la puerta grande. Ha sido una fiesta como no recordamos igual. Y si vuelven tres veces, tres veces llenamos los mismos el Auditorio, que no os quepa duda. Es una función ¡de puta madre! (¡no digas tacos!), ja ja ja… Todos en pie, los actores han tenido que enfrentarse seis veces a nuestros gritos y aplausos. Nadie se ha movido ni para ir al servicio. Éramos casi ochocientas personas, el total del aforo, de verdad digo que no recuerdo, ni mis amigos, un aplauso igual en nuestro Tomás y Valiente. Y soy de los que se han perdido muy pocas ¡Qué obrón! ¡Qué actores! y ¡Qué público el nuestro! ¡No sonó un mísero móvil! Qué bien lo hemos pasado, y también charlando hasta hace nada. Hemos llegado recién a casa y os lo quería contar. Mañana la función irá a Torrejón, al Rodero, que está abarrotado desde hace quince días, me decía Santiago. Pero, después de lo que se ha vivido aquí, nos echaréis de menos artistazos, lo veréis; aunque allí también os tratarán estupendamente bien. ¡Os lo merecéis! Enhorabuena y ¡gracias!.

  40. Doy fe. Noche maravillosa, mágica, tierna, elegante, graciosa, llena de memoria; teatro vivo, querible, que te devuelve la energía que el pensamiento basura, el sentimiento basura y la gente basura del día a día basura te van robando. Gracias teatro por ser así de vez en cuando. Gracias actores, director, productores y técnicos por elegir tan bien. Caro.

  41. ¡Solá y Oteyza son mundiales! ¡Los requiero! Un argentino de paso. Darío.

  42. Noche inolvidable. Allí estuvimos mis hijos, mi padre y yo. Reímos y lloramos, y nos pareció entretenida en todos los sentidos. Con un lenguaje delicioso (soy maestra y mi hija también) y sobre todo: sencilla, espontánea e inteligente. Y, por momentos, nos ha devuelto a mi madre, fallecida hace cuatro años ya, pero recordada todos los días. No puedo decir lo que ha llorado mi padre que es un asturiano duro como el pedernal. Hasta tuve miedo por él sobre el final y le pregunté si quería que saliéramos al pasillo; pero él me cogió la mano y susurró sonriendo y temblando: ¡Calla, hija, escucha a tu madre!, a partir de ese instante supe que él había comprendido todo, que no desvariaba por estar viendo un fantasma, y que él, como el autor de la obra la estaba haciendo vivir a su antojo. Quien no había entendido lo que estaba ocurriéndole, por el temor de que le diera un parreque, era yo. Creo que ha sido el día en que más cerca he estado de mi padre. Ignoraba que guardara tanta delicadeza dentro, tanta dulzura. Tan callado como es, tan sombrío a veces, tan esquivo a los abrazos y los besos. Mi madre le adoraba, ya sé por qué. Cuando los actores saludaron fue el primero en ponerse en pie y gritar con su voz más bronca ¡Así se hace! varias veces. Sus nietos le miraban con la boca abierta y los ojos empañados. A todos nos encantó la función, pero mi padre fue lo más bonito de la noche. Gracias. Enriqueta Fuentes Quintal.

  43. Excelente. Gran teatro, con lo esencial: talento, talento y talento. Recomiendo esta función. Ir con hijos y con personas queridas, la sobremesa es de antología. La gente de a pie se apasiona con esta obra, y lo entiendo: es muy buena. Hace bien porque la hacen bien. Luis Damián Gelly y Obes

  44. ¡Bravo, bravo, bravo, bravísimo, bravo! Nos habéis hecho llorar in profundis, tras reír de cosas intrascendentes pero adorables. Sóis muy especiales; ya en Adán y Eva os encargásteis de dar otro sentido al teatro que solíamos ver. Opine quien opine, por boca propia o interesada boca: hay un antes y un después de El diario de Adán y Eva. Eso era teatro para la gente, pensado para la gente. Esto que hemos visto en el Tomás y Valiente es teatro para la gente, pensando en la gente que aún sigue siendo gente. Para los que nos da gusto sentir: Oteyza y Solá. Hay otro tipo de teatro, sí, que agigantan con sus loas cuatro versados en nada, que pretenden que sintamos el retorcimiento de la vida a la fuerza, el maltrato mental y anímico a la fuerza, hasta caer derrotados, hasta que dejemos de hacer y de ir al teatro. ¿Y la ropa tendida al sol, oliendo a frescor de bosque, como dice Nana en la obra?, ¿para cuándo?. ¿Para cuando ya no haya presupuestos formidables que repartir entre cuatro también? Ahí sí, nos preguntamos: ¿cómo os ingeniaréis, vampirillos para vivir del teatro? Solá y Oteyza, como en las cavernas: con lo puesto, a fuerza de costumbre, a fuerza de crear de la nada, con lopoco que se tenga. De actores a actores: las copas de los pinos os cosquillean el ombigo, ¿verdad que sí? ¡Os admiramos! Roberto, Ana, Juan, Caro, Beatriz, Emilio, Ruben, Mikel, María, María Eugenia, Bego, Lucía, Aitor, Ele, Luisa y Diego

  45. La recomiendo a todos. Estupenda. Será un placer volver a verla. Juan Pablo Segura Ortiz.

  46. Bonita, tierna, deliciosa, divertida, hecha con elegancia y maestría actoral. Esta pareja es absolutamente original en todo lo que nos brinda. Ir a verlos, es el mejor consejo que os puedo dar. Martade Torrejón de Ardoz

  47. Por la Puerta Grande, señoras y señores. Pétalos de rosas para ella y un jamón de Jabugo para él. Y todos nuestros corazones. Os deseamos lo mejor porque dais lo mejor. Gracias desde la tierra del teatro: Fuenlabrada

  48. La recomiendo. Me han arrastrado al teatro, mi mujer y mis hijas que ya la habían visto. Reí y también me largué a llorar pero con tantas ganas como hacía mucho, desde la muerte de mi ña’Pancha, la bendita que me crió. A falta de padres ella lo fue todo para mí; y, por momentos, los del escenario éramos nosotros: ella una mujer que no paraba de trabajar y de contestar a todas mis preguntas y yo, una mosca cojonera de cuidado, que salió bien gracias a ella. Me hizo mucho bien ese teatro, hasta que mis hijas me viesen llorar que era hora, y reír, que, con lo de la crisis parezco un ayatolá. Marta y Pepe llevan razón: no os la perdáis.

  49. Muy buena. Yo también la recomiendo. Muy buena. ¡Bravo, Paloma, por tu gestión! Olga de Torrelodones

  50. Ideal para los tiempos tan feos que corren. Te hace pensar, porque te hace sentir, en lo que te sirve para seguir a pesar de tanta traición a la vida: el cariño, la cantidad de cariño que se logra sin saberlo. Una Nana más.

  51. Estupendos actores. Muy buen texto. Ríes, te emocionas, sueñas un poco, vences a la muerte por un rato, y te devuelve con una sana magia un tiempo que ya fue y conversación para varios días. Una obra que voy a volver a ver con placer en el Rojas con mi padre. Miguel

  52. Magnífica. No tengo palabras. La he recomendado a todos mis conocidos. Magnífica, repito. Para ellos somos personas ávidas de sentir, pensar y soñar. Eso no tiene precio. Ir, por favor. Juan Ramón

  53. He hallado en la web esta crítica a Por el placer de volver a verla, no tan condescendiente con la obra, pero rendida ante el trabajo de los actores. Me gusta compartirla. Es otro punto de vista válido. Leer, luego ver la obra y opinar.

    SIMPLEMENTE GRANDES –
    POR EL PLACER DE VOLVER A VERLA

    Un dramaturgo aprovecha su profesión para homenajear a aquélla que siempre habrá de habitarlo y habitarnos; aquélla que le descubrió su pasión por el teatro, aquélla que nos descubre todas las pasiones; aquélla de la que jamás podrá vaciarse, de la que jamás podremos vaciarnos, pues no hay vacío cuando el amor es el que nos hace. Es ésta una obra pequeña, intimista, incluso fácil. ¿Cómo no empatizar con los sentimientos que coloca sobre el escenario “Miguel”. Cómo no emocionarse con el viaje hacia la infancia que inicia un hombre que nos habla del placer de volver a ver a la única mujer que jamás se va de nuestras vidas. Cómo no llamar al éxito con una obra eminentemente emocional, evocadora, vestida de la inocencia de unos recuerdos que son en presente, que es una verdad que sobrepasa, majestuosa a una realidad cruel y teñida por el color gris de un tiempo que pasa, que transcurre y que nos deja absolutamente solos. Cómo no ganarse al resto del mundo con un final tan irreal como deseable?El impulso de esta obra es, repito, fácil, demasiado fácil. En sí misma, no tiene nada de particular; ni tan siquiera el misterio del teatro, pues todo se hace cara al público. El protagonista nos introduce en sus recuerdos, en su pasado. Ese tiempo pretérito se hace real de la mano de los técnicos y a veces, se funde con el presente, rozando la magia, gracias a la química que incuestionablemente existe, respira, Es, entre estos dos intérpretes; tanto es así, que si hubieran sido otros quienes nos hubieran invitado a recordar esta obra pasaría sin pena ni gloria. Si hubieran sido otros quienes nos regalasen este placer no podríamos saborearlo de la misma manera, también es cierto que otros no lo abrazarían como ellos, otros no lo envolverían con el mismo mimo; otros no habrían sabido hacerlo con la exquisitez que se respira sobre el escenario del Teatro Amaya. Lamentablemente, no podemos decir que este proyecto esté a la misma altura que la recordada “Hoy el diario de Adán y Eva, de Mark Twain” y sin embargo, es inimaginable no rendirse ante el trabajo de Miguel Ángel Solá y Blanca Oteyza. Ellos hacen grande un proyecto pequeño. Ellos envuelven la cotidianidad de Magia. La Magia de un teatro repleto de emociones y de una profesionalidad que nos conduce hacia un territorio donde todo puede ser posible. Es, en definitiva, el placer de volver a verlos lo que hace Grande la conmoción de sentir, nuevamente, el calor del rostro de nuestras madres, en la madre de Miguel. Sofía Basalo

  54. Coincido con ella en que los actores son de aúpa, pero no en que sea una obra fácil. Es una obra que tiene los ingredientes necesarios como para que los actores se luzcan, y si eres buen actor pasa lo que con ellos, opacan todo lo demás; porque todo lo demás texto, dirección, luces, escenografías, música y sonido pasan a ser un correlato de esos seres. Es una obra inteligente, que de tan sencilla que la presentan puede parecer fácil, pero de fácil nada. Hay que tener la estatura suficiente como para emocionar como emocionan, pero sin el material que provee la emoción eso no sería posible. De todos modos, me gusta como escribe Sofía, tiene buena pluma. Y se ve que es alma de teatro, que lo quiere a rajatabla. Mi humilde opinión es que la obra resuma la grandeza de los pequeños seres que somos. Ella es mucha madre, y él, es mucho hijo. Felizmente. Y los actores son dos iluminados, saben hacer luz. Está muy bien la página. Hay escritos dignos de estar en la prensa escrita, entre la poca buena que queda.

  55. Maravilla en Santander. Lo mejor que hemos visto en la temporada. No tengo ninguna crítica que hacer, es una pieza teatral que nos ha parecido en todos los sentidos ¡e-x-c-e-l-e-n-t-e!. Formamos un grupo de treinta personas que ocupamos la zona central del José María Pereda. La opinión unánime fue: volvemos mañana, pero no quedaba una sola butaca a la venta. Una pena, porque nos arrebató. Una maravilla. Por lo que he leído aquí, os ha ocurrido algo similar. Nosotros también la recomendamos.
    Saludos

  56. Por el placer de volver a verla irá a Toledo y también a Almansa. Y luego hará una mini temporada en Barcelona. Y el 15 de octubre regresan al Amaya de Madrid. Pásalo.

  57. Solá y Oteyza juntos son dos fieras. ¡Qué grandes actores! ¡Qué lecciones dan! No los veíamos desde Buenos Aires, allá por el 97, el otro siglo, qué digo, el otro milenio. ¿Serán eternos? Allá los queremos mucho. Tienen un gran valor humano, y por donde pasan dejan una estela de cariño. Y, además son así, humildes, ranquilos, buena gente. ¡Y qué artistas nos han robado amigos de España! Cuidarlos mucho, por favor. Marcela y Juan Ignacio Vélez. ¡Qué ciudad tan bonita es Santander, cuánto buen gusto y qué amable su gente!

  58. Estupenda noche de teatro, emocionante, sincera, de buen gusto, alegre y triste, pero llena de vida y de cariño, y de ternura y de imposibles posibles. Madre e hija nos hemos ido del teatro caminando, caminando, caminando, abrazadas mirando el mar, noche ideal para darse cuenta de cuánto hay que agradecer. Estamos vivas, sanas y queriéndonos y perdonándonos las tonterías del aprender a ser madre e hija. No es que os la recomiende, hay cosas, muy pocas, que deberían ser obligatorias. Ir al teatro, a participar de un encuentro así, es una de ellas. No os perdáis vuestro disfrute. Emocionada aún. María del Carmen

  59. Muy buena. Vale la pena. Entras de una manera, sales de otra. A mi me pasó y soy actor, no es fácil atraparme. Y a varios colegas que conozco, la misma cosa. Son muy buenos y muy sinceros. Rompen la barrera. Enhorabuena.

  60. La hemos visto en Santander en un Pereda abarrotado. Se nos han llevado todos los aplausos, los corazones y la gratitud. Actúan lo que no está escrito y la obra es de una ternura y un respeto a la vida, que no nos cansaríamos de verla una y otra vez. Será un placer para todos nosotros que decidan regresar. Y un placer volver a verles.

  61. Pues tendré que ir a verla cuando vuelvan a Madrid. Ya me he enterado que el 15 de agosto vuelven al Teatro Amaya. ¿Y por qué estuvieron tan poco tiempo en cartel?, ¿no les fue bien? A veces pasa que por mejor hecha que esté una función, fracasa incomprensiblemente; pero de ésta se dicen cosas muy chulas.
    A veces somos muy indiferentes ante lo que se hace bien. No nos entiendo. Iré cuando vuelvan y os contaré.

  62. El 15, pero de octubre, vuelven. Y no ha ido mal. Ha estado lleno el teatro desde el primer al último día. ¿Y por qué se fueron?, quizás por compromisos contraídos con anterioridad. Pienso como tú: a veces pasan esas cosas injustas con espectáculos estupendos. No es el caso. La obra es magnífica y el público respondió de manera instantánea. Ve a verla y te sumarás a todos los que la tenemos ahí, arriba, como la más limpia y contagiosa expresión de teatro.
    Félix

  63. Irán a Toledo, luego a Almansa, y, sé, por mi primo que es jefe de prensa, pasarán en Barcelona todo el mes de julio en el Teatro Borrás. Avisar a todos los catalanes que conozcáis.

  64. Me encantó. Les vi en Santander. Preciosa obra de teatro y unos actores que te abren el corazón con una ternura y una limpieza de modos alucinantes. Quiero verla otra vez, mucho más cerca, porque si lloré lo que lloré desde la fila 19 sólo con sus voces, qué no habrá de pasarme en fila cinco o seis viéndoles los ojos. Gracias. Vivo en Madrid, pero soy de aquí, de Santander, y pude ir gracias a mi prima, pero mis padres no consiguieron butacas y eso me apena porque sé que El placer de volver a verla hubiera sido inolvidable para ellos. Saludos.

  65. Se llora, se ríe y se aprende. Es un espectáculo tan sencillo como iluminador. Luminoso Solá; encendida y conmovedora Oteyza; cada recital que dáis es un festín para engrandecer el arte de actuar. Sóis únicos y magníficos. Os vi en Santander y os aplaudí hasta con rabia de no saber dar palmas poderosas para corresponderos. ¡Que viva el teatro que hacéis!

  66. ¿Es una obra como para que pueda disfrutar un no vidente? Mi padre ha quedado casi ciego de ambos ojos, ¿la recomendáis para él, sin tener que contarle las cosas que van ocurriendo en ella?

  67. Creo que es ideal porque se trata de un diálogo muy ágil y muy cambiante. Pienso queal no tener efectos especiales más que la voz humana y una bella música, la obra se muestra como la mejor elección par alguien con problemas de visión. Es mi opinión.

  68. Sí. Boanny está en lo cierto. Tu padre va a disfrutar de la función. Y mucho más si le acompañas.

  69. Una nunca puede estar segura de si dos actores son o no suficiente en una obra de teatro. Digo «suficiente», no «suficientes». Una nunca puede estar segura de si dos actores, dos buenos actores, son materia suficiente en una obra de teatro como para que no te importe nada más. Pienso esto en relación con la obra programada este fin de semana en la Sala Pereda del Palacio de Festivales de Cantabria, ‘Por el placer de volver a verla’; una obra del canadiense Michel Tremblay, llevada a las tablas bajo la dirección de Manuel González Gil e interpretada al alimón por el matrimonio formado por Miguel Ángel Solá y Blanca Oteyza, sobradamente conocidos por sus trabajos en cine, televisión y teatro.
    ‘Por el placer de volver a verla’ es una obra de doble homenaje: por una parte, se festeja la figura de la madre del autor, que de algún modo quiere representar a la madre de todas las madres; por otra, en una suerte de metadramaturgia, se ensalza la esencia del teatro como cordón umbilical entre la verdad y la realidad. Algo que en principio no tiene por qué parecer mal en un texto con una cierta consistencia, con planos bien delimitados, con personajes bien construidos, con espacios bien señalizados. Hay que decir que Tremblay no estaba en su mejor momento al escribir su texto, que adolece de situaciones y diálogos ingenuos, que mezcla sin excusa una situación personal con una descafeinada reflexión sobre el teatro como referencia vital, que derrama azúcar y sal a puñados sobre una trama sentimental en el sentido menos favorable del término, destinada a arrancar la sonrisa y la lágrima más fáciles en el espectador tendente a la emoción. Con este punto de partida, Manuel González Gil no hace sino lo que puede hacer, y no siendo ello mucho -visto lo visto-, pues opta por llamar a dos actores excelentes para elevar la catadura del desaguisado. Solá y Oteyza están excelentes, y por ello causan una sensación de talento desperdiciado en aras de una causa poco noble.
    La cosa se estructura en torno a una serie de escenas más o menos breves -aunque la obra termina por alcanzar unos excesivos ciento diez minutos- que van mostrando la evolución de la relación entre madre e hijo, desde la niñez de éste a la muerte de aquélla. Solá alterna el registro adulto desde el que presenta la obra y hace sus recesos cara al público entre cuadro y cuadro con una buscada afectación pueril que no abandona en ningún momento de los pasajes materno-filiales, ni siquiera -extrañamente- en los últimos, en los que se supone que ya es un hombre hecho y derecho. Oteyza, la madre, configura un retrato un tanto estereotipado de mujer anacrónica que bascula entre la histeria y la ignorancia, la ensoñación y el victimismo. Ambos actores, no obstante, están espléndidos y enganchan con su carisma al público desde el minuto uno, manejando bien los ritmos y adueñándose de la voluntad de los espectadores con soltura.
    Cabe reprochar a la producción la desnudez excesiva de la escena, consistente solamente en un fondo que cambia de color en cada cuadro y un par de cubos que, a modo de mobiliario portátil, sirven de asiento a la madre y, sobre todo, al hijo.
    Excesiva sencillez formal que quizá se corresponde con la excesiva sencillez con que acomete Tremblay los asuntos abordados. Una sencillez que, sin embargo, no fue óbice para que el público, casi entregado de antemano, disfrutara y refrendara con aplauso sostenido una función en la que el pálpito del ‘cuore’ fue la brújula y el objetivo perseguido.
    Ana Rodríguez de la Robla

  70. Y esto es lo que le han contestado los lectores de El Diario Montañés de Santander:

    La crítica de la señora de Roblas es muy respetable, aunque omita que ochocientas personas ovacionaron -de pie la mayoría-, la obra sobre la que opina. Su gusto personal y el de algunos pocos más –supongo que el de alguno más-, en todo su derecho, no ha coincidido con el de esas ochocientas personas, ni con el espectáculo ovacionado por ellas, en el José María Pereda. Bien. Pero no estaría mal recordar que la señora de Roblas era una de las pocas poquísimas. Ella no lo ha dicho, yo os lo recuerdo con gran placer porque estuve allí.
    Me he tomado el trabajo de copiar otras opiniones de la crítica tan merecedoras de atención como la escrita por la señora Rodríguez de Roblas, porque deseo que quede constancia de que hay quienes bien nos expresan a los que creemos en funciones que conmueven sin prospecto único adjunto.
    LA DIFÍCIL SENCILLEZ. PEDRO BAREA. EL CORREO VASCO DE BILBAO. “Es una anécdota pequeña, no se oculta. Un amor imposible en una pareja imposible de desgajar. Medios tonos, delicadeza. Y siempre perfeccionismo. El placer, en compañía de la palabra teatral, tiene en Tremblay, en Solá y en Oteyza a tres cumbres.”
    MAMÁ EN EL PARAÍSO. CARLOS GIL ZAMORA. REVISTA ARTEZ DE BILBAO. “El trabajo del equipo creativo de esta pieza no hace otra cosa que aportarnos convicciones. Los dos actores van presentando sus personajes con tal solvencia y cercanía que acaban emocionándonos constantemente. Nos proponen un bello juego del que participamos de manera incondicional, e, inmersos en esos vaivenes sentimentales, nostálgicos o emocionales, nos sumergimos en un mundo surgido ante nuestros ojos con los elementos más sencillos. Esta bella historia, tan bien contada, bajo una dirección esencialmente cautivadora, nos arrulla, nos compromete, nos arrebata y nos emociona.”
    SENCILLEZ Y GRANDEZA. VILMA COCOOZ. ESPECTADORES. “El título es simple, la escenografía es simple, la escena se reduce a un actor y a una actriz. Sin embrago, nos vemos llevados, al final de la representación, a exclamar: ¡qué grandeza! Ella, encarnada en la magnífica Blanca Oteyza: intensa, verdadera, maravillosa. Él, con sencillez, soberbio, Miguel Ángel Solá, puede hacernos creer que tiene once años, catorce, veinte… hasta ser un autor maduro que tiene la ocasión de presentar al mundo esas pequeñas cosas que formaron su ser. Ese camino sin el cual no seríamos lo que estamos intentando ser. Un camino tejido con las personas y con los encuentros que nos enseñaron, nos decepcionaron, nos conmovieron y que hemos transitado en medio de trompicones, sollozos y saltos de alegría. Un camino en el que se va formando, también, lo que no sabemos de nosotros mismos, hasta el día en que comprendemos que algunos, que nos quisieron, nos brindaron el tiempo necesario para que pudiéramos equivocarnos aprendiendo a vivir.”
    POR EL PLACER DEL TEATRO. ANTONIO CASTRO. REDM. “Solá y Oteyza se bastan y sobran para llenar el escenario. Los dos intérpretes manejan las emociones a su antojo. Saben llevar al público de la risa al nudo en la garganta; de las lágrimas a la sonrisa. Y los espectadores se les entregan desde el primer minuto.”
    ¡POR EL PLACER DE TODOS! NO-TO-DO ESCENA. EQUIPO DE REDACCIÓN. “El texto de Por el placer de volver a verla no tiene pretensión alguna, salvo la de llegar al corazón sin apenas buscarlo. Es el teatro de los pequeños detalles, el de la rutina diaria, el del amor y la ternura. Y su eficacia se basa en la humildad y la autenticidad, en la cercanía de las situaciones por las que pasan sus personajes y en la empatía que, inevitablemente, se crea con el espectador. El protagonista nos sugiere: alguien es único cuando logra despertar en el otro el placer de volver a verle. ¡Cuánta verdad hay en esta frase! Una obra entrañable, para no perdérsela.”
    DON Y VIRTUD DEL ARTE DE INTERPRETAR. JAVIER VILLÁN. EL MUNDO. “Hay belleza en la simplicidad cambiante, en las emociones contenidas y hay una belleza emocional en la interpretación en verdad apabullante. El placer de volver a verla es el placer de la interpretación y no sólo por parte de Miguel Ángel Solá, un verdadero crack de la escuela argentina depuradísima; Blanca Oteyza, está, en términos coloquiales, que se sale. El feeling emocionante, contradictorio, tenso en ocasiones, entre madre e hijo, brota en el escenario, entre actriz y actor, con complicidad y pureza. Por encima de todo, el mérito de Por el placer de volver a verla radica en una interpretación dúctil e intensa. Si Miguel Ángel Solá, en pleno dominio del gesto y de la voz, recorre la escala de la infancia, juventud y madurez con naturalidad, Blanca Oteyza hace de su personaje una cascada de emociones sin límite: una fuerza de la naturaleza… Gracias por el inmenso placer de volver a veros.”
    QUERIDA MAMÁ… JUAN IGNACIO GARCÍA GARZÓN. ABC. “Manuel González Gil dirige con pulso sensible esta comedia emocionada y emocionante, sobre un bonito espacio escénico que juega con los calores cromáticos. Miguel Ángel Solá y Blanca Oteyza se complementan a la perfección en su cariñoso pulso y otorgan peso y credibilidad a unos personajes coloreados con el pincel de la nostalgia.”
    LA EMOCIÓN DE LO COTIDIANO. NOTEDETENGAS.COM “No sólo trata de teatro, sino que es una obra de teatro puro: dos actores, los elementos justos, un ciclorama que cambiaba de color en cada escena y aportaba el elemento estético y un texto increíble del que brotaba la más emocionante y cotidiana verdad interpretada con extraordinaria sinceridad por estos grandes actores. La apropiada música ponía la guinda a esta oda a una madre, a este dulce que tiene el ingrediente secreto de las obras maestras: el don de llegar a todo el mundo.”
    EL PLACER. RAQUEL GÓMEZ. 20 MINUTOS. “… Solá se dirigió al público… Seguramente pensaron que quien les hablaba era el actor y no su personaje… Lo traigo a colación para que se hagan una idea -por si no se la hacían ya- de la inmensa calidad interpretativa del argentino. Solá y su pareja, Blanca Oteyza, han vuelto a elegir, como en Hoy: el diario de Adán y Eva de Mark Twain, una pieza intimista para conquistar de nuevo a los espectadores españoles, y lo logran… Ella está genial cuando sale a relucir la vis disparatada y cómica de Nana. Él -permítanme que me repita-, alcanza un nivel de realismo insólito. Se bajó el telón. A varios se les cayó una lagrimilla.”
    OTRA NOCHE EN EL EDÉN. MIGUEL AYANZ. LA RAZÓN. “… Construir en vez de destruir, el bien en vez del mal. De nuevo ríe el público, de nuevo se emociona y comulga con las vidas, historias y sentimientos de los protagonistas… Y aunque el trabajo de Solá es divertido y emocionante, como nos tiene acostumbrados, es Oteyza quien brilla con una luz especial en esta función: su Nana es un regalo, para la actriz y para el público.”
    Y hay más:
    “Trazos llenos de ternura, de humor, de mimo, de cariño, de melaza, de amor, que dibujan un lienzo acariciador en el que ella es un torrente de simpatía y exageración, y él un hombre que pasa de la infancia a la madurez marcado por esa especialísima relación.” POR EL PLACER DE VOLVER A VERLOS. JULIO BRAVO. ABC.
    “…Y por encima de cualquier aspecto del montaje, está el más rotundo y atractivo: la excelente interpretación de dos actores.” ENTRE LA VERDAD Y LA REALIDAD. ROSANA TORRES. EL PAÍS.
    “… Solá se mostró enorme, y Oteyza se agrandó en cada escena en la que insuflaba vida a esa madre que fue todas las madres.” MORIRSE ES UNA ESTUPIDEZ. SAÚL FERNÁNDEZ. LA NUEVA ESPAÑA.
    “Esta obra aprovecha la magia que un escenario puede ofrecer para ir transportando a personajes y público a través de pequeñas y paradójicamente profundas emociones.” ¡MÁGICO TEATRO! ÓSCAR ROMERO. DIARIO SUR.
    “Las interpretaciones de Solá y Oteyza confieren entidad suficiente a éste antiespectáculo, y, el verdadero homenajeado, en este aspecto, es el teatro.” DEL MILAGRO COTIDIANO A LA EXCEPCIÓN. PABLO BUJALANCE. MÁLAGA HOY.
    “Teatro sencillo y de emociones, directo al estómago. Aquí se han unido dos magníficos actores, con mucha, pero mucha química, tanta como un talento expresado en común.” LA QUÍMICA DE OTEYZA Y SOLÁ. M.E.D. / L.C. TRIBUNA DE SALAMANCA.
    “Química de la buena. No es una obra para alargar la tarde ni para matar el rato. Es una pieza redonda. Para reír, para llorar, para pensar.” CALIDAD Y SENSATEZ. MIKEL BILBAO. EL CORREO VASCO DE VITORIA.
    “El texto aborda, desde el equilibrio y la ternura, la relación entre una madre y su hijo. Solá y Oteyza, aquí hijo y madre, muestran otra vez su buen hacer y su química. Muchos y cálidos aplausos.” UNA MADRE MUY ESPECIAL. JULIA AMEZÚA. ABC VALLADOLID.
    “Esa madre, magistralmente interpretada por Blanca Oteyza, se convierte en el eje de todas las melancolías, y, la función se transforma en un juego de espejos y en un ejercicio que da lugar a la humanización más extrema de los personajes. Un viaje a lo más profundo del corazón humano.” POR EL PLACER DE VERLOS. WALTER C. MEDINA. Y MÁLAGA.
    “Un teatro intimista y de sentimientos, con sensibilidad, sencillez y suave humor, que se dirige a toda clase de espectadores y homenajea a aquello que dota a la vida de sentido. El amor y el teatro hacen posible lo que parece imposible. La ternura seduce y las emociones del público cobran vigor con el noble trabajo para dejar en el espectador ganas de volver al teatro.” EL PLACER DEL PÚBLICO. MARC LLORENTE. INFORMACIÓN DE ALICANTE.
    Y hay muchas más, pero no sé si caben aquí. Caben sí mis abrazos a quienes llenaron a tope el José María Pereda e hicieron oír su verdad -aunque en la crítica de la señora Rodríguez de Roblas no se los considere factor imprescindible del teatro- en los noventa y no ciento diez minutos de función. Un abrazo a todos.

  71. El anterior sue enviado por Alberto, pero hay más y muy jugosos. Ahí van:

    La función nos resultó de buen gusto y calidad. Ellos, actores del mayor calibre. Nos fuimos del teatro llenos del placer de haberlos visto. No concuerdo con lo expresado en la crítica del periódico. No refleja nuestro criterio. Yo recomiendo a todos esta obra de teatro. Ana Lascano

  72. La libertad de palabra es sagrada. Y si a ella no le ha gustado es su rollo. A mí me encantó y nada de lo que la señora de la Robla habla de lo que yo viví en ese teatro. Yo fui feliz. Ella no. Yo me sentí querida y bien tratada por el espectáculo. Ella no.
    Haber ido con mi hijo me permitió, luego, una conversación tan bonita como la obra, que ella tampoco habría podido disfrutar. El dinero que gasté en las butacas me fue recompensado en cada risa y cada lágrima (de ambos), y en cada recuerdo de mi madre que se nos voló hace tres años y que echamos de menos día y noche. A esa señora que nos orienta para señalarnos qué sirve y qué no del teatro no le pasa nada de eso, presumo. Mi hijo y yo llegamos a casa abrazados y diciéndonos lo que no está escrito. A ella no sé si la abrazaría alguien y la necesitarían como a mí en ese momento. Mi hijo llevaba más de un año (como en la obra casi, pero por un motivo distinto al de no querer crecer) rehuyendo al diálogo y a mi compañía. No creo que a ella le sucediera algo parecido tampoco. Por eso terminó contándonos el velatorio de la fiesta. Leo lo que dice y pienso: nadie la sacó a bailar. O no sabe. Por eso ha escrito lo escrito. Pero la libertad de palabra es sagrada. Y si a ella no le ha gustado, es su rollo, no el nuestro. Un punto para ella. Diez para la obra. Angelines.

  73. No le pongo cara, ¡pero qué mal momento estuvo pasando esa señora, mientras nosotros tan bien nos lo pasábamos! ¿Escribe teatro?, ¿dirige teatro?, ¿es actriz?, ¿podría alguien explicarme cuál es su autoridad en la materia? ¿Por qué vapulea así a esta gente que vino a traernos eso que tan bien sabe hacer, y que se ha dejado la piel para arrullarnos y contagiarnos un poco de sentido y calor y fuerza para el día siguiente, tratándoles de excelentes… embaucadores?, porque eso y no otra cosa es lo que leo en el mareo de entrelíneas que provoca ¿Por qué esa gratuidad, ese manoseo? ¿Cómo se atreve a querer meternos con ella en su frigorífico particular lleno de reses cortadas en trozos a su placer, que no al nuestro? Me asusta esta gente de corazón estreñido que trata de tonto al otro porque ha reído, llorado, pensado, sentido, aplaudido y gritado veinte bravos. ¿Desde qué altura mira a quien mira?; ¿y, debido a qué desliza sobre estos artistas la mala sombra de ser unos astutos manipuladores del corazón -cuore, escribe, como si no conociera la palabra en español o le diera vergüenza pronunciarla, o tenerlo le sobrara-, como si cada uno de los otros no se las arreglara con el propio. Como si solamente permitiéramos -no ella, claro, que lo tiene tieso-, que nos llevaran a la deriva, presas fáciles, para estos profesionales como la copa de un pino que saben hacerlo latir, y que, repito, se han dejado la piel, y no para que le eructen en la cara con injusta medianía. Insisto: ¿qué le autoriza a ser la voz de los lectores del Diario Montañés? Que quede claro: no es eso que balbucea esta señora en tono conspirativo ni mi verdad ni la de los que allí estábamos festejando el placer del teatro. Puede decir misa, en italiano, que ya sabe una palabra; escucharán tres, comulgará sola. Miguel

  74. Puaff. Qué presuntuosidad al pretender lastimar, y qué falta de estilo. Como dice la madre en un pasaje la obra: ¡Mira lo que te digo…: ¡¡tachada!!
    Mercedes

  75. Esta obra significa un antes y un después para mí. Por vivencias, y por esto insólito que ha terminado sumando voces ante la supuesta crítica teatral, vertida al alimón por la señora Rodríguez, inmerecida protagonista de un espacio que debió haber servido para halagar a nuestros visitantes. Quizás lo mejor sería ignorarla y comprenderla. Ignorarla porque merecido lo tiene; y, comprenderla porque se palpa sin las yemas de los dedos que desconoce lo de viajar ligera de equipaje por territorios que le son ajenos. La obra es excepcional en toda su valía: grandes actores, una sencillísima y clara utilización del espacio escénico que hace fluido el juego, una partitura musical deliciosa que resuena en las profundidades, y que asocia melodía con diálogo, con promesa, con madre. Una precisa y profunda dirección artística. Es verdad que a muchos nos ha resultado corta, que nos habría gustado tenerlos para nosotros más tiempo. Pienso que estos excelentes profesionales se han ganado un desprecio palpable por parte de Rodríguez porque los motores de su trabajo -a más del talento de sujetarnos en un puño durante una hora y media-, son la alegría y el amor. Es evidente que a Rodríguez le disgustan esos motores. Pero no a los que llenamos el teatro con carcajadas, sonrisas, pucheros, verdaderos llantos, y aplausos y vivas, y que hoy, como si de un acuerdo se tratara, firmamos estas cartas desplazando embustes y vociferando verdades a favor de quienes nos han brindado esa especie de ensoñación que reclamamos del teatro. Quizás porque intuimos que estos motores, y no otros, son la confirmación de que las máscaras (las de la risa y el llanto) que identifican al teatro no pueden pasar como meros conceptos del arte que representan, sino ser significado en acción. Y a Rodríguez, eso, le aburre, porque respira por la conceptualización. Esta gente que aquí escribe, harta por cierto del teatro frígido, inmovilizante, vacuo, portentoso en ideas y símbolos estériles que precisan de traducción constante -tan alejado del ser de a pie-, que hace años nos vienen queriendo hacer tragar como manjar tres salidos de academias del fracaso de la escritura y el pensamiento crítico; esta gente, digo, con más idea y mejor pluma que quien firma el desgraciado espacio titulado azúcar y sal, no comulga evidentemente con quien nos indica que lo que hemos vivido no es teatro. A estos siempre callados nosotros, no nos apetecen los eunucos que dan consejos sobre el verdadero sexo que jamás practicaron, y a veces se nos da por señalarles que dos mas dos son cuatro, no lo que ellos piensan que piensan. Y a mí, personalmente, me enervan los aburridos y las aburridas. Cuando le pregunto a mi hija: ¿Quién se aburre, hija?… Los tontos, papá; me contesta. Y tiene razón, no hay tiempo para serlo tanto. Nacho

  76. Preciosa obra, gran actuación y un publico cautivado y que ha sabido agradecer que se acordaran de él, que trabajaran para él, y no para la esterilidad del intelecto adulterado. Ya pocos hacen teatro a escala humana. El teatro que imanta al personal, a los que queremos que el teatro siga viviendo es éste. A la vista y al oído estuvo servido a domicilio en nuestro Palacio. No hay más ciego que el no quiere ver, no hay más sordo que el que no quiere oír. No hay ignorancia comparable a la insensibilidad. F.L.C.
    (Francisco)

  77. Yo estuve allí y esta señora no puede engañarme, pero quien no haya ido a ver el espectáculo puede que la crea y llamarse a engaño. Que no lo haga. Su opinión es una menos no una más. La función es ideal. Y los que hacen con tanto mérito en la vida, no deberían ser sometidos a la lupa de la sospecha del que no sabe hacer la o con un canuto. Y esto último lo ha dicho Leonard Cohen, no yo, y a mi me encanta Leonard Cohen y me encantó Por el placer de volver a verla. Ana.

  78. Probablemente tendría un mal día. Nos pasa a todos. La mala uva es gratuita en primavera cuando la propia flor no quiere oler. De lo contrario no entiendo cómo se las ha ingeniado para travestir las virtudes esenciales del espectáculo que todos estamos defendiendo de su maledicencia, hasta mostrarnoslas como un concurso de vicios, artimañas y mala fe por parte de su autor, director, productora y actores. Y eso sí que no nos pasa a todos. A mí sí me bastan dos grandes actores haciendo enorme su tarea, el resto cuenta con la ayuda de mi imaginación –para la que ella no destina espacio-, mis vivencias, mis sueños, mis pérdidas y mis ganancias. La función se torna entrañable desde cualquier punto de vista para cualquier ser vivo. Y creo que nadie le avisó del requisito. Alfonso.

  79. No es necesario recordarles que esto lo he copiado de eldiariomontanes.es por el placer de volver a verla. Y luego, ya dentro en BUSCAR: por el placer de volver a verla azúcar y sal. Y ahí se pincha la página y leerán esto que yo estoy copiando para vosotros. Allí sale todo, pero como nuestra página es ésta, traslado lo ahí publicado por la crítica y sus críticos, ja, ja, ja… Esto que viene es precioso y lo firma Matesa:
    AMAMANTÁNDONOS.
    Teatro. Silencio. Semioscuridad. Un señor va a contarme un cuento. ¿Me gustará? ¿Tengo ganas de oírle acaso? No, no las tengo. No es su culpa. Ni la mía. Ya empieza. ¿Qué hago aquí, escuchando a ese señor sin escucharlo? Mi cabeza está llena de la enfermedad de la madre de Alba, y de la voz de Alba, mi amiga, la que más amiga es, que me describe por el móvil ese terror que se le alojó en el pecho y que no puede calmar. Así entré a esta sala, y así odié a ésta sala por pedirme desconectar el móvil con insistencia. Me voy. ¿Qué hago sola en este teatro, sin mi amiga que se quedó pasmada en su casa deshecha por la novedad que le asaltó dos horas antes de nuestro encuentro? ¡Esclerosis múltiple! ¡Qué nombre horrible para algo que se va a llevar la brillante vida de Matilde y su belleza al más oscuro de los sótanos! Matilde y su agudeza, y su don de gente, y su bondad y su solidaridad a toda prueba, va camino a la desesperación y a la derrota; y yo, aquí, en el teatro, viendo qué sé yo qué sin ver, oyendo sin oír, a un señor, ni guapo ni tampoco, que dice tener ganas de contar algo que para él parece ser muy importante. El gris oscuro se ciñe a su cuerpo pasado de kilos, no tiene glamour alguno, sólo el brillo de sus ojos y una sonrisa sufrida que se escora hacia la izquierda, hacia el micrófono que me molesta bastante así tan a la vista, y que, ¡no lo es! se trata de una cicatriz, que le cruza la mejilla y que, descubrirla, me ha entretenido hasta perder el hilo conductor del cuento que me cuenta ese señor que impone un enorme silencio en la platea, y, por lo que observo a mis lados, caras sonrientes, esperanzadas de pasarla bien. No he conectado aún con él, ni pongo voluntad de mi parte, espero que me atraiga. No sé qué anuncia que va a pasar. Su mamá, eso, acaba de presentar a su mamá… ¡¡¡¿Eres tonto?!!!, es lo primero que le escucho decir a la mujer, y el señor se tapa asustado con una manta oscura, se sienta en unos cubos a modo de camastro y su voz toma un tinte agudo, y grita contento, feliz ante el insulto: ¡Mi mamá!… Es lo último que recuerdo de mi enojo, porque, a partir de ese momento, mi madre, la de Ana y su dolencia feroz, y la madre de mi madre, mi abu, acudieron a mí, se sentaron en esa butaca vacía de Ana y me hicieron compañía hasta acabar el espectáculo. Un gran espectáculo -hecho con nada más que inteligencia emocional, tranquilidad de espíritu, cuentas saldadas, amor y alegría expresa de haber sido para el otro y con el otro- se adueñó de mí, y me arrastró hasta elevarme y sentir mi vida y todo lo que me rodea como un viaje fecundo y alucinante. Soy una voraz lectora, leer me gusta más que el cine y, por supuesto, que el teatro. Hasta antes de ayer, hasta: Por el placer de volver a verla, que hizo conmigo lo que el mejor de los libros. Debo pedir disculpas al señor Solá por haber dejado que el comienzo de la obra me pasara por delante sin entenderlo, y por juzgarlo así, tal cual lo conté, sin atractivo, como miro a un señor ya mayor en la calle, sin pena ni gloria. Era mi tristeza, el desencanto con el que entré al teatro. ¡Qué lección me dio! ¡Qué señor actor! Debo agradecerle a Blanca Oteiza: el torrente implacable de amoroso sinsentido y su calor humano; su ampulosa entrega representando ser quien es; y el terremoto de fotos recuperadas de los álbumes de mi corta vida, pero mi vida entera, (cumplí en el teatro Amaya los veintiséis), y cientos de imágenes plasmadas en papel, antes del vértigo digital, A ella, sencillamente le agradezco haber sido la madre de Ana, mi madre, mi abuela, la madre de cada amigo y amiga que me puso un caldo o un bocadillo en noches de estudio e insomnio; a ella, que, sin nada más que su amor expuesto, me devolvió una memoria que no pasará a la Historia, pero que dibuja mi historia, la del crecer. ¡Vi tan claro! ¡Oí tan profundo gracias a ella! ¡Comprendí tantas cosas incomprensibles sin haber sido madre, antes de serlo! ¡Y sin decir nada más allá que las diez cosas que ponen en juego las madres en su desesperación; cosas que no dicen lo que dicen, pero que sienten más allá del pasado y del futuro, con esa carga de llevar la historia a un destino incierto, frágil, a veces sin consuelo, con la única intención de seguir adelante, con la casa a cuestas, el amor a cuestas, el dolor a cuestas…! Esa obra, tan sencilla como respirar para cualquier persona sana, ¡me demolió y me reconstruyó! Riendo y llorando. ¡Lo más complejo puede ser tan simple!, y ¡tan contagioso en sus tesoros más escondidos! ¡Qué teatro tan bonito, tan sencillo, tan claro, tan gozoso, tan seguro de sí, vi anteanoche! La música, los colores en juego, y ese “sonido de lo que decían” que no eran palabras hilvanadas, sino “nanas” -benditas nanas que ya nadie me canta y por las que clamaré a mi abuela de aquí en más-; territorios protegidos que se acaban al pasar la frontera, al ser mundo como cualquiera, ya nada especial, ya un poco nadie para todos… Volveré. Con Alba. Y con Ana. Y con mi madre y mi abuela. Y con Matilde. Algo me dice que, antes de la gran pelea, necesitará que le hablen como esta obra me habló a mí. Del tiempo, de la memoria, de la presencia que se impone a la ausencia, del milagro, el único y verdadero, de haberse encontrado, de haber coincidido, de haber aprendido a ser juntos. De haber entendido. Nos iremos yendo, público y actores; quedará la obra: amamantándonos, pensé. M. T. A. T.

  80. Con modos se crece tras nacer, y, a veces, se logra imitarlos con educación. La señora Rodríguez de la Robla no ha estado afortunada y puede parecer que ha asimilado mal en su hogar y posteriormente en su formación. En cambio, me llama a admiración y sorpresa, la respuesta adulta de los que compartimos una noche tan vivificante gracias a esa función. No voy a hablar de ella más que para decir que la veré tantas veces como pueda, supongo que en Madrid, porque aquí no creo que vuelvan. Pero quiero felicitar a la criatura que ha escrito Amamantándonos con tanta delicadeza y contenida desesperación. La nota de Nacho me parece un tanto agresiva, pero si piensa y siente como escribe, merecería ser defensor del pueblo en estos asuntos. Frases sueltas como: *la mala uva es gratuita cuando la propia flor ya no huele*, o:
    *me asusta esta gente de corazón estreñido que trata de tonto al otro porque ha reído, llorado, pensado, sentido, aplaudido y gritado veinte bravos*, o: * por eso terminó contándonos el velatorio de la fiesta. Leo lo que dice y pienso: nadie la sacó a bailar. O no sabe. Por eso ha escrito lo escrito*, son brillantes y fieras ironías que me parecen de lo más apropiadas en este caso y que me encantan; y hay otra opinión más que es imperdible toda ella: * La obra es agua y pan; un mata hambre y sed sencillo, sin dobleces; esencia; síntesis; amor; cosas bonitas; detalles de la buena memoria y una rebelión contra el olvido de lo propio; y luz, energía, alegría de estar vivos, llanto tranquilo que lava la cara de tantas mentiras que nos refriegan en ella; un antídoto contra los ofidios; hasta decencia si se quiere. Y si no se quiere, se escribe eso que se lee arriba, en letras más grandes que las nuestras. En fin, adhiero a nosotros, los de por aquí abajo*, que suma hallazgo tras hallazgo. Me encantó la función, pero, esto, producto de la función también, esta libertad de apabullar al personaje injusto sin sangre derramada, tendríamos que agradecérselo, además, a la señora Rodríguez de la Robla también, por su falta de tacto, sus escasos y banales modos y su cortedad en materia de sentimientos. ¿No les parece? Seguir escribiendo, por favor, para divertirnos más aún.
    Ana

  81. Es increíble la defensa encendida de los amantes de la obra; yo el primero. Hasta el momento, la crítica de la señora de Robla sumaba cuarenta votos de un punto sobre cinco (por cuarenta) posibles. Ha sido aplazada con cuarenta unos y aplastada por unos veinte comentarios del mismo tenor. Creo que la mayoría es gente que lae conoce y está un tanto harto de ella. La verdad es que leyéndola uno se pregunta si no se la habrá contado alguien en quien ella confía. En varias oportunidades falsea el contenido de la obra y el comportamiento de los personajes. Lo del suero antiofídico es muy aplicable a esta “crítica”. Nada más por hoy. Viva Maggie que ve con los ojos del corazón.

  82. He encontrado en la página web de un gran periodista bonaerense, Fabián Pico, esta “foto” que pinta entero a Solá, para regocijo de sus admiradoras. Tienen por qué. Ahí va:
    COMO MIGUEL. TAL CUAL.
    Hace algunas noches hablaba con mi amigo Rodolfo acerca de lo conveniente o no de manifestar los sentimientos. De cómo esto, algo que debería ser tan natural y bienvenido por el otro se transforma en materia de especulación, manipulación y ases en la manga. Mi duda tenía que ver claramente con ‘si sirve’ decirle a quien querés, eso, que la querés, y algunas cosas más. Hay quienes piensan, como yo, que de esa forma, uno, va de frente, libera emociones y estaría generando en el otro una suerte de confianza y validez en los cimientos de esa relación. Otros, como mi amigo, sostienen que no, que es el suicidio hecho acción. Que las mujeres son como las aves de rapiña, que atacan a su presa y la comen mientras está caliente, pero eso sí, en cuanto lo que con tanta astucia consiguieron está ‘muerto’ ante ellas, lo abandonan. En otras palabras, como que no suma ser cariñoso, decir cosas relacionadas con el amor y tal, porque pareciera que uno se transforma en un ser débil, fácil de manejar. ‘A las minas les gustan los hijos de mala madre, los que las hacen sufrir’, dijo Rodo. Y me dejó helado, hecho un mar de dudas. Me puse a repasar mi trayectoria, larga, complicada, rica, llena de emociones, de éxitos y fracasos y me encontré con que un poco de razón tenía, que en los momentos en los que ‘peor’ me porté mejor me fue, y que cuando quise hacer las cosas bien no fui muy tenido en cuenta. Entonces, ¿qué hacer? Ése era el dilema. Y justo cuando, por una circunstancia en particular, el tema había vuelto a la escena de mi vida y volvía a preguntarme, me topé en la antesala del dentista con una entrevista que en el suplemento Mujer le habían hecho a Miguel Ángel Solá. Si bien hace añares que no lo veo, conozco a Miguel bastante bien, no soy su amigo, pero lo he entrevistado muchas veces y tomado con él muchos cafés. También viví de cerca el nacimiento del teatro que construyó con sus manos: El Callejón de los deseos, y, al tiempo, se fue. Aclaro que lo conozco porque sé cómo piensa y cómo es. Por eso no me sorprendió verme tan reflejado en sus palabras esta mañana. Resulta que el tipo se fue a vivir a España en 1999 junto a su mujer, la actriz Blanca Oteyza. Con ella tuvo dos hijas: María Luz y Cayetana, hoy de 13 y 9 años. Miguel ya tiene casi 60 años y una vida artística de puta madre, pero no es eso lo que me ocupa en estas líneas. En la nota a la que hacía referencia, y que viene a cuento por su estreno en teatro de Por el placer de volver a verla, se le pregunta por un par de cuestiones personales. La primera tiene que ver con un accidente que tuvo el 26 de setiembre de 2006, cuando una gran ola le afectó la médula ósea en una playa de la isla Gran Canaria, recuperándose satisfactoriamente tras varios meses de rehabilitación. La segunda es mas íntima aún. Habla de su mujer. Pero no como hablaría un especulador, ni un manipulador de sus sentimientos, habla como un hombre. La periodista le pregunta acerca de la devoción que tiene por Blanca inquiriéndole: Declaró devoción hacia su mujer. No son palabras ni sentimientos habituales de un hombre hacia una mujer. ¿A qué se debe tanta devoción pública? Y Miguel contesta: ¿Y cómo son las palabras o los sentimientos habituales de un hombre hacia una mujer? Siento y digo. Me preguntan, como vos me preguntás, y, ni digo ni siento ante los demás nada que ella no sepa. ¿Y qué más da? ¿Y por qué no? Yo no soy un humorista, ni un púdico, ni un macho brutal que necesita ir con subterfugios grotescos para hablar de su amor. Yo soy un tipo muerto por una mina, o mejor, un tipo que vive por una mina. ¿Calzonudo?, ¿y qué? Si ella merece que la amen así y mejor todavía, cosa que no sé cómo se podría, ¿qué hago?, ¿se lo confieso a un cura?, ¿se lo cuento al terapeuta?, ¿lo murmuro en la tumba?, ¿lo callo para no arriesgarme a que ella no me quiera igual y hacer el ridículo?, ¿ridículo, ante quién?, ¿y qué me importa ese quién? ¿Pensás que debo evitar eso que se te ocurre llamar ‘devoción pública’ y que no es otra cosa que justicia? ¿O quisiste decir ‘devoción púbica’, que también sería más que justicia? ¿Qué es el amor?, repregunta la periodista como queriéndose asegurar de lo que este hombre está diciendo? Miguel responde: El amor es una rareza. Y este asombro de preferirla por sobre todas las cosas. Y este descontrol porque en un rato nos vamos a revolcar por enésima vez. Y esta dificultad de saber a quién pertenece cada sentimiento. Y ese ir pensando en ella, que no está más allá del asiento trasero del coche, abrazada a una hija a la que se le dio por llorar en el instante en que yo tengo por costumbre acariciar las piernas de su madre. Amor es su olor. Y su despertar. Y su dormirse confiando en mí. En nosotros. En lo que nos animamos a hacer juntos. En el habernos regalado nuestras historias hasta acabar el libro. ‘Apurar el paso siempre, porque me está esperando’ -diría el poeta que hay en cualquiera-, sigue siendo amor, ¿o no? No tengo más dudas, quiero ser, actuar y pensar como Miguel. Fabián Pico

  83. Excelente noche de teatro. Más que eso: un volver a vivir mágico, tratado de una manera singular. No se parece a nada que yo haya visto antes. La función entra en uno desde el primer momento con una fuerza emocional imposible de resistir. Luego te das cuenta que ¿para qué resistirte en todo caso, si todo lo que va a pasarte es sentir? El teatro abarrotado y compartiendo ese sentir, esa nebulosa que impone el recuerdo, el amor que puso en uno su madre pese a todo. Bueno. Muy bueno. Hablamos hasta las tres de la mañana de la función, en medio del griterío de la fiebre del sábado por la noche en Santander. Llenos de teatro, llenos de agradecimiento al teatro.

  84. Nunca han de saber estos dos grandes actores lo que se siente viéndoles y oyéndoles. Es algo que sin duda el teatro les adeudará. Pero, nosotros, vuestros espejos, queridos Oteyza y Solá, os reflejaremos siempre, pálidamente tal vez, pero con todo el cariño que os corresponde, esa alegría que contagia, esa lágrima que aligera de deudas el alma. Ana

  85. Excelente, emotivo, bello, simpático. Teatro amable del que nadie, o casi nadie, se hace cargo. Vibrante, delicioso, entretenido, cálido. Teatro sacrificado en haras de la vanguardia. Amoroso, tierno, alegro, alegórico. Teatro que aglutina, que convoca, que hace mucho público, que suma, que espeja. Ligero, mínimo, entrañable, alimenticio. Teatro olvidado, que la realidad rechaza, que a la realidad molesta, que perturba al intelecto seco, ese que manda, adulterándolo todo. Elegante, alma, espíritu, fortaleza inexpugnable de la luz que destruye la mala sombra del humano. Teatro serio, sentido, horneado en terquedades, sabedor del rechazo de la intelligentzia, esa misma preconizada por Goebbels, pero que no será cremado por ella mientras existan estos dos colosos del arte de actuar y su cómplice: el público, nosotros, los que sí queremos este teatro más que cualquier otro. Merche

  86. Amigos, amigas, hoy desperté en casa tras tres semanas y media en vuestra Santander, y, mientras desayunaba opíparamente, ya que hasta mañana no hay curro, abrí mi Tribuna y, entre otras cosas, al rato, encontré una entrevista a Miguel Ángel Solá (jugoso) y la crítica a la obra Por el placer de volver a verla. Como ya había visto la función en Santander y leído la crítica de la señora que la hizo, y expresado mi opinión en el Diario el Montañés, se me pasó por la cabeza enviárosla, amigos santanderinos, para que despierte en vosotros una sana envidia. ¿Por qué no tener una así en casa, no? Pero no, esta escribe aquí. Con cariño. Alfonso. Y dice así: La Tribuna de Toledo. Cultura. Teatro. 13/06/2010. El placer fue mutuo >>>>>> Hacía tiempo que la que justo arriba firma no reía y lloraba -casi al mismo tiempo- sentada en la butaca de un teatro. Hacía tiempo que no contemplaba un montaje en el que los sentimientos jugaran con tanta facilidad, en el que los tiempos se sucedieran en el momento, sin ensayos ni mediciones. La pieza ‘Por el placer de volver a verla’ fue la causa de tan controvertida recepción porque de la carcajada se pasaba al nudo en la garganta como quien anda sin conciencia. Magistralmente interpretada por Miguel Ángel Solá y Blanca Oteyza, la versión realizada de la obra de Michel Tremblay es digna de tener en cuenta en cualquier lista de aficionado al teatro que se preste. Porque es esencial, entrañable, emotiva, divertida, fresca y nostálgica. Pero, ante todo, reflexiva. Reflexiva como debiera ser el teatro. Y puesto que el autor es actor y ambos están vestidos en la piel del actor argentino, se entreteje la vida, lo cotidiano, la literatura, las musas y, claro está, el teatro. Todo para instar al placer de volver a ver a la persona ausente, a la persona amada. En este caso a la madre nunca olvida y presente en la realidad del hijo a cada momento. Se ríe, se piensa, se escucha y se llora. Y se hace con el mayor de los placeres, con la mayor de las complicidades. Porque una madre es, cuenta el escritor-actor-maestro de orquesta, universal, única, dramática, divertida y original. Porque un hijo es irritante, rebelde y conquistador. Porque las relaciones entre madres e hijos/as es tan irrepetible y, a la vez, tan cotidiana que es imposible volverse de espaldas. Y así la obra funciona como un reloj y evoca en cada receptor los sentimientos más contradictorios, como lo son estas relaciones. A veces divertidas, otras desesperantes, a ratos insistentes… La realidad de las casas, de la infancia, de las tías y las comidas semanales, las preguntas incontestables, la paciencia compartida, secuencias exhibidas, sobre la escena, con una frescura en la que no faltan los momentos de reflexión comunitaria ni los instantes de silencio. Quizá no funcione igual con otra pareja de actores, ni con otro director que no sea Manuel González Gil, pero seguro que funciona siempre a las mil maravillas con distintos públicos. Por lo que la fórmula se sustenta, y justo es aclararlo, en un equipo que sabe de lo que habla cuando habla de escena y de palabra. Fue un placer para los presentes y un inmenso honor haber conocido a la madre -como la madre de los presentes- de un autor que encontró su musa entre sábanas tendidas, bancos al atardecer y lunas de media noche. Por una noche ganó el teatro, y fue en el Rojas. Ya lo auspiciaba Miguel Ángel Solá al inicio de la obra.

  87. Estupenda, deliciosa función. Me arrepiento de no haber llevado con nosotros a los hijos. También era para ellos. La obra es una inyección de delicadeza en el trato al ser querido y una confirmación de la existencia del amor incondicional. Se necesita gente que piense así en las artes, para equilibrar un poco el despojo en que nos está convirtiendo una realidad tan pobre en contenido y tan mezquina en luz. Atentamente, y en un total desacuerdo con la bajeza vertida por la señora Rodríguez, felicito al Palacio de Festivales por haber acogido esa pequeña y querida maravilla que aún suscita esto en nosotros: cariño y agradecimiento a manos llenas. Elvira.

  88. Buenas butacas, buena obra, buenos actores, buena compañía, buena cena, buena conversación, buen clima, buena caminata, buen festejo de la noche, buenos días. Momentos de un tiempo felliz. No está mal para la primera noche de mis cincuenta. Ezequiel

  89. Excelente interpretación y una obra que nos exige darnos más a la ternura, a la atención, al honrar la vida desde los lugares que uno se atreva a atesorar. Yo mantengo una relación muy parecida con mi madre; ella y sus ochenta y tres aún me dan batalla, preciosa batalla. Faltará alguna vez, pero, nunca faltará. Entiendo al autor, entiendo que decida inmortalizarla. Qué manera original y dulce halló. No he leído la crítica de la que habla la gente. No vale la pena. Será pura amargura. Como dice mi hija: ¡Caca de vaca, papá! Enhorabuena a quien programa el palacio de festivales, otro acierto pensando en nosotros.

  90. Acostumbrados como estamos al estrépito del insulto, el menosprecio, la traición admitida como normalidad, la mentira, la perversidad, la política del reírse del disminuido, del pobre, del más pequeño, del menos fuerte, puede parecer hasta antigua, Por el placer de volver a verla, una obra de televisión en blanco y negro, o con censura. Pero lo público y lo privado revisten ciertas sorpresas. En el ámbito privado, mi vida, hasta los veinte y pocos, se desarrolló entre seres más parecidos a los de la obra que a los de la realidad televisiva. Seres de carne y hueso y corazón y besos y achuchones. Seres del alma. Y el problema es ése: esta función transcurre en el terreno de la felicidad compartida. Nadie pelea aquí para ocupar un espacio que no le pertenece, por trepar a una fama inmerecida, ni recibir un premio a la nadería. No hay amenazas, ni amedrentamientos, ni imposiciones, ni salvajadas ‘normales’. Ni en el principio, ni en el medio, ni en el fin de la obra, suceden las horrorosas ‘normalidades’ con las que la vida nos despierta y duerme todos los días, aplicándoles un código de atenuantes dentro de la “norma normal” a seguir. Aquí ganan todos, los personajes y los espectadores; dije: ganamos todos. ¿En qué? En comprensión. No hemos vivido en vano. Hay obras de teatro en las que se te obliga a pensar, y hay obras de teatro en las que se te obliga a no pensar. De este último tipo podemos distinguir las que no te dan nada a cambio de las que, a cambio de no pensar, te ofrecen actividad emocional, y esa actividad emocional tiñe el todo de sensaciones inexplicables. En el momento, inexplicables. Te remueves por dentro, presintiendo, intuyendo, liberando cargas, yendo hacia donde van los que cuentan la obra. Luego, al terminar, cuesta decir algo de ella. Aplaudes, suspiras, tragas sal, sonríes bobamente. El mundo enorme de las cosas pequeñas se evidencia de tal manera, que pagarías por estar sola. Algo pasó, algo sigue estando. Yo no sé exactamente qué me sucedió con Por el placer de volver a verla. Estuve allí, pero no era yo hoy, sino yo en un tiempo en que creía en Dios, y en la hadas, y en el amor a toda prueba. El tiempo me borró a toda la familia y tuve que aprender a creer de otra manera. A eso se le llama crecer. Cambié comidas, bebidas, lecturas, hábitos, me enredé en tantas cosas que la vida terminó siendo otra a la fuerza. He vivido esa vida muy bien, no me quejo. Pero apareció Por el placer de volver a verla, y volvió mi blanco y negro. Nostalgia. Ha sido eso. Me envolvió la nostalgia. Y la necesidad de recuperar ese tiempo feliz e innombrable de Isabel y amigarlo con esta Isabel que soy hoy. Nostalgia y ganas de escribir. Disculpar. Isabel

  91. Excelente, emotivo, bello, simpático. Teatro amable del que nadie, o casi nadie, se hace cargo. Vibrante, delicioso, entretenido, cálido. Teatro sacrificado en haras de la vanguardia. Amoroso, tierno, alegro, alegórico. Teatro que aglutina, que convoca, que hace mucho público, que suma, que espeja. Ligero, mínimo, entrañable, alimenticio. Teatro olvidado, que la realidad rechaza, que a la realidad molesta, que perturba al intelecto seco, ese que manda, adulterándolo todo. Elegante, alma, espíritu, fortaleza inexpugnable de la luz que destruye la mala sombra del humano. Teatro serio, sentido, horneado en terquedades, sabedor del rechazo de la intelligentzia, esa misma preconizada por Goebbels, pero que no será cremado por ella mientras existan estos dos colosos del arte de actuar y su cómplice: el público, nosotros, los que sí queremos este teatro más que cualquier otro. Merche

  92. Lo hallé en un blog de El Diario Montañés. Me encantó. Quique.

    http://WWW.ESCONDIDOENTREBAMBALINAS.TK Y http://WWW.PERIODISMO21.TK

    `POR EL PLACER DE VOLVER A VERLA´: LA PALABRA HECHA EMOCIÓN

    Hablemos de teatro. Hablemos de emociones. Hablemos de buenos actores. Hablemos de un texto tierno, amable y de una sencillez extraordinaria. Hablemos de un espectáculo `desnudo´ en el que solo son protagonistas el texto, los actores y el público expectante que desea seguir viviendo las vidas de otros. Todo eso es Por el Placer de Volver a Verla, un montaje que vuelve a reunir en escena a esa pareja formada por Miguel Ángel Solá y Blanca Oteyza que tantas alegrías dio a la espectadores españoles y argentinos hace unas cuantas temporadas.
    ¿De qué trata este reencuentro? Trata de un autor de teatro que decide evocar a su madre desaparecida en su nueva pieza teatral. Así, podemos conocer como era la relación entre esta madre y este hijo a lo largo de los años.
    Solá brilla en escena encarnando a este hombre que quiere revivir el mayor amor de su vida: su madre. Una madre que encarna Blanca Oteyza en el que quizás sea su mejor trabajo visto tanto en cine, teatro como televisión en España. Sorprende la versatilidad que la lleva de la pasión por el teatro al amor por su hijo y los recuerdos de lo que pudo haber sido en su último aliento. Sin duda alguna, encarnan una pareja escénica de excepción como pocas veces se puede ver en escena.
    El texto transita por las emociones vitales. De la risa al llanto hay solo un paso. La delicada línea que separa la vida de la muerte. El público se entrega ante un texto que toca la fibra sensible de un público deseoso de experimentar, de vivir otras realidades paralelas como son las que nos plantea el teatro. La escenografía, muy correcta y minimalista, la dirección a cargo de Manuel González Gil o la iluminación son otros de los puntos fuertes de la función.
    LO MEJOR: LA VERDAD DE SOLÁ Y OTEYZA EN ESCENA
    LO PEOR: NO SABRÍA PONERLE MUCHAS PEGAS
    VALORACIÓN:*****
    CARLOS RIVERA DÍAZ

  93. Es la primera vez que no me duermo en el teatro. Mucho me temo que me haya vacunado. Cada vez que a mi mujer se le pasa por la cabeza ir al teatro yo busco excusas que a veces no encuentro, porque me asalta de improviso mientras ando distraído pensando en otra cosa y la excusa que doy no cuela con nada. Ella está empeñada en curarme del sueño que me provoca el teatro llevándome al teatro, cuando a mí con un par de cañas y algo bueno que pongan en la tele me basta y me sobra. Pero tengo que reconocer que me ha vacunado, porque ayer no sólo no ronqué en el teatro, sino que hasta me ha visto llorar y mucho. Y que cuando me preguntó preocupada: ¿quieres que salgamos, mi amor? y le contesté que no, me di cuenta que sonreía de oreja a oreja. Me ha vacunado, pensé. Para colmo, al finalizar la función me vio aplaudir mucho y con entusiasmo. Más tarde, tapeando, cada vez que recordábamos algo de la obra a mí se me nublaban los ojos, y ella sonreía y, para disimular me acariciaba la mano, como un tic. Recordábamos, yo me emocionaba y ella sonreía y me acariciaba la mano para que a mí no me cortara su sonrisa. Pero eso podía enfadarle al Ángel que entró con ella al teatro, no a éste que estaba hecho una gelatina. ¿Qué me pasó con esa obra? De todo, pero nada que pueda poner en palabras y que alguien lo comprenda. Sé qué me pasó pero no sé contarlo. La obra me gustó. Y los actores son muy raros porque te hacen reír pero te hacen llorar como si nada. Y yo no me veo llorando. No me gusta que me mire nadie cuando lloro. Y mi mujer me miraba a mí más que a la obra. Más tarde, en casa, nos dio un ataque de ternura que terminó fenomenal como nunca. Nos queremos mucho, pero ayer fue de agenda, para no olvidar. Porque nos dijimos cosas que no puedo repetir, pero que las pienso y se me nublan los ojos como en la obra, pero de mí felicidad propia, la de mi vida. Y hoy, los dos charlando, decíamos lo mismo porque habíamos estado pensando en lo mismo: en todo lo que nos queríamos y que por qué no nos lo demostrábamos con esa intensidad siempre, pero ninguno sabe por qué. Leti dijo, que era miedo a la muerte. ¿A qué?, le dije yo, ¿a morirnos de amor? No sé, dijo ella. Y nos quedamos callados, pensando. Luego nos abrazamos. Después el día transcurrió normal, pero mejor, no sé cómo explicarme. Llevamos siete años juntos y nos queremos y nunca nos hemos faltado, y nos ha ido, juntos, mucho mejor que cuando no lo estábamos. ¿Qué ocurrió ayer? Que quizás nos dimos cuenta que, por primera vez en mucho tiempo, sentimos que a los dos, al unísono, nos había pasado algo parecido, inexplicable, que yo resumo en un: trata a la gente como quisieras que te traten a ti, y si no tienes nada interesante que decir, no digas nada. Y pienso y Leti también, que ayer ellos se trataban y nos trataban como les gustaría ser tratados. Y que tenían cosas interesantes que decir, por eso no callaban. Y que nosotros, todos los que estábamos allí en el teatro, en el tiempo que ellos hablaban no teníamos nada interesante que decir y que nos gustaba ser tratados así, y que así se trataran entre ellos. Parece un trabalenguas lo que estoy intentando decir, pero es que, ayer, a Leticia y a mi nos pasó algo no normal. Ella me vacunó de mi falta de interés por el teatro, y yo le toqué el corazón como nunca nadie se lo había tocado, me dijo. ¿Cuánto habrá tenido que ver esa función?, y, ¿es el propósito del teatro que nos pasen cosas cuando el telón ya ha bajado y el tiempo ya es otro? No lo creo, ellos son actores nada más, que repiten un texto y luego del aplauso se irán a comer con sus compañeros. O a su casa, porque son marido y mujer, y al día siguiente otra vez lo mismo, a hacer llorar y reír a otro por lo mismo. ¿O no? ¿Qué es el teatro? ¿Qué función real cumple? Aquí pasó algo más, que no puedo entender por más que le doy vueltas. Pero lo voy a descubrir, de eso trata el efecto de la vacuna me parece. Bueno, he leído la página, las opiniones, buscando la respuesta, pero no. Esto está lleno de otras preguntas, propias de cada uno. Parecidas, pero no. Hay quien escribe muy bien aquí. Eso sí: hay un impulso común en todos que debe provocar la obra: ganas de escribir, como bien dice Isabel. Nunca me pasó eso tampoco, ni con el teatro ni con nada. Sólo con Leti, cartas de amor, pero sin lágrimas, para hacer risas, cartas de humor más que de amor. Ya estoy divagando; sólo digo que hay algo más detrás del teatro y que lo voy a descubrir como que me llamo Ángel.

  94. Miky: ¿En qué quedó lo de esa crítica con la que se armó un revuelo de lectores que le han puesto a caldo por decir cosas desagradables de la función?
    ¿Has seguido curioseando? Si lees ésto cuéntanos.

  95. ¡Estarán en Barcelona todo el mes de julio! ¡Qué potra tenéis amigos catalanes! No os perdáis esa obra. Es tan bonita como sentirse querido. Ricardo.

  96. Sí, en el Borrás, yo ya me saqué mis entradas. Ya los vimos en Madrid, y, ahora vuelvo a cverlos pero con mi vieja que la voy a tener acá conmigo dos meses.

  97. NOSOTROS Y ELLOS. SECOS O MOJADOS.
    *Por el placer de volver a verla, una obra del canadiense Michel Tremblay: comedia blanca para un actor y una actriz, leo en un suelto de uno de estos periódicos de distribución gratuita que se reparten en el Metro, y es, sin duda, una receta que augura éxito: ellos estuvieron diez años viajando por toda España y América con ‘Hoy: el diario de Adán y Eva, de Mark Twain’, un montaje que seguía los mismos parámetros y que se convirtió en un fenómeno…* Otra vez éstos tres, me dije. Lo de Twain, un invento delicioso que se inspiraba en Twain, pero que no era de Twain sino de ésos tres, fui a verlo siete, sí, ¡siete! veces. ¿Qué pasa? ¿Molesto a alguien diciéndolo? Al enterarme de esta nueva *comedia blanca que sigue los parámetros de…*, decidí plantarme en el teatro Amaya hasta conseguir dos butacas, y lo logré para tres semanas más tarde. Pensé en la calificación de *comedia blanca*, y me salió del alma: un *seco* hablando de *mojados*. Existen la poesía menor y La Poesía Mayor. En la primera encontramos al ser humano del día a día y sus cuitas y sus risas y sus sencillas levedades. En la segunda sus abstracciones, sus complejidades y sus formas de exquisitez. Me senté en la butaca que me correspondía, a la izquierda de mi mujer (oncóloga, acostumbrada a tragar y tragar). A nada de aparecer y promediar su monólogo de presentación, Solá, ya había logrado que mi chica empezara a tragar saliva con regularidad y a rebuscar al tacto en su bolso, sin sacarle los ojos de encima al actor, pañuelos de papel. Un llanto quedo, insonoro, se instaló en ella hasta el final de la obra, mezclándose con risas y sonrisas y miles de recuerdos y vivencias del hoy, según luego me fue contando en casa, mientras picoteábamos algo en la cocina y más tarde en la cama, llorando, riendo y sonriendo a un tiempo como durante la obra. Es guapa, pero resultaba irresistiblemente guapa en ese estado, como cuando embarazada. Casi no hablé, por eso escribo tanto ahora. Pensé en su trabajo, en su actitud dentro y fuera de él, en su ánimo positivo conmigo y con los niños, sin dejar traslucir jamás el triste espectáculo del dolor humano que le espera cada mañana. Tanto control sólo puede hacer mal, pensé: que llore toda la semana, todo el año, que se deshaga de tanto dolor ajeno, ¡al fin, por Dios! Yo tardé más en dejarme llevar, quería saber de qué trataba el asunto. Y el asunto iba de una poesía menor que habla del mundo de cada uno, pero que, al ser tan audaz en su sencillez, despierta la propia Poesía Mayor, la exquisitez de la degustación de la propia vida. Los disparadores eran decididamente intrascendentes, tanto como las llaves que abren las puertas de lo trascendental. Me refiero a esa obviedad que dice que la vida podrá seguir siendo cuanto ella quiera, pero que la vida *es* porque yo la vivo. Y que la trascendencia no está fuera de uno, sino en la vida de uno, disfrazada de la pequeñez que somos. De la emocionada pequeñez que somos. Y ahí se mezclan la vida que uno se atrevió a vivir, y la soñada, esa otra a la que uno no se atrevió. Ambas plagadas de la única e inmensa trascendencia que significa vivir. Esta obra permite descubrirla, hablo de la trascendencia, a través de sus intrascendencias adorables, en todo lo no dicho a lo largo de ese cordón umbilical, en la belleza milagrosa de haber venido de alguien, y en la importancia de haber sido alguien para alguien. Alguien único. Y denominar *placer* a ese encuentro.
    Los señores Oteyza, González Gil y Solá, de aquí en más los *mojados*: han encontrado la fórmula (dos veces, ya deja de ser una casualidad), y saben qué hacer con ella. ¿Y qué hacen con ella? Hacen *nosotros*, montones de *nosotros*, miles de *nosotros*. Pasa como pasaba con *El Diario de Adán y Eva*: que al rato, desconcertados, sin llegar a entender aún *qué* es lo que está sucediendo ahí arriba, nos encontramos con *nosotros*. No con un mero calco de *nosotros*, sino con un océano de *nosotros* y de nuestra historia de manada y de individuo, troceada en porciones exactas a repartir. Otra función que protege de la intemperie, dije para mí. Lo han logrado otra vez, qué alegría, por el trío y por *nosotros*. Por dos veces consecutivas han rehecho el tantas veces deshecho teatro de la emoción, el viejo, el olvidado teatro de la emoción; rechazado, estigmatizado y vituperado por los *secos* de la moda crítica; y lo han devuelto a su espacio natural, el que ocupaba hasta que diez *ellos* decidieron que todos *nosotros* no merecíamos sentirnos bien de ningún modo. Y ese teatro emocional, libre y gozando de libertad de expresión, hace inmediato contacto con la emoción de *nosotros*. El antiguo teatro emocional campa nuevamente por el terreno que los *secos* han decidido no regar. Conmueve, transforma y responde a aquellas preguntas ahogadas por el riesgo de resultar demasiado carnales, demasiado *simples*, demasiado parientes de venas y arterias, que no corresponden al páramo bilioso instaurado por los *secos*. Manuel González Gil vuelve a dirigir a Oteyza y a Solá, los *mojados* de aquí en más. Y esta vez no los presenta como enamorados (platónicos, o no, `nunca se sabrá) que dan ganas de que se junten de una buena vez y para siempre ante los ojos de uno. Ahora se trata de dos enamorados, juntos desde el primer día, que cuentan la historia de cómo van separándose, porque la vida, entre otras cosas, separa matando. Pero esta función propone una resurrección de la carne más feliz que la de la religión. Este Tremblay, canadiense de Quebec, descubre que gracias a su don de escribir teatro puede traerse a su madre cuantas veces quiera con él. Y contarnos sólo lo que le viene en ganas de ese amor a toda prueba. Y todo lo que cuenta es, bellamente, humano. De llorar y reír. Y sonreír. Es una obra de madre, pero también de hijo que se ha dedicado toda su vida a escribir, y que, de repente, un día cualquiera se dice: ¿qué me falta ahora mismo? Mi madre. ¿Qué cuento? No soy Edipo, ni Yocasta es mi madre, no tengo a mano una historia *gore* para brindar a la tan amasada unieurista platea global. Pero, a un tiempo, intuye que con la pequeñez de su historia de amor va a despertar a los miles de olvidados del teatro sencillo de entender, esos que pagan veinte y treinta euros por sentir. -¡Es el precio de veintitantas cervezas, tronco! ¿Por ver a un viejo decirle a su madre ¡gracias!? ¿Dónde está el negocio, tronco?- En algo que desconocen tanto los unieuristas del marketing como los gárrulos consumistas consumibles consumidos: el negocio está en el alma. Que existe, aunque no la haya radiografiado nadie hasta ahora. Todo llegará, pero no crean que de cualquier mano ni a cualquier mano. Y con su teatro se da el mayor de los gustos conocidos por el sencillo y gracioso y necesario placer de volver a verla. ¡Joder, qué sencillez! ¿Cómo no llegué a pensarlo yo antes? ¿Poesía menor? ¿Tiene más importancia esta madre, acaso, para la humanidad que el rey Lear? Sí para mí; y para muchos, y para un océano de *nosotros* mucha más. Yo no quiero que un Lear me roce en la vida, ya hay demasiados sueltos por ahí dañando lo que tocan. Sin embargo, sí quiero que esa madre me achuche. Y Lear no está mal como teatro, es Alta, Elevada Poesía, que no descubre en mí nada trascendente, pero que le da a Lear esa genialmente amorfa trascendencia poética. A mí me gusta más Nana. Quiero más a Nana, necesito más a Nana. Busco a Nana en mí, a mi Nana maravillosa, la única que me parió hombre e hijo. A propósito de trascendencia: ¿qué hace Tremblay?: elige la poesía menor, la que habla de la historia de *nosotros*. Se dice a sí mismo: todas las mujeres son madres, incluso antes de serlo, siempre; todos los hombres somos hijos, incluso después de haberlo sido, siempre. Tengo en mis manos la historia pequeña de toda la humanidad: ¡el océano de *nosotros*! A su vez, el trío de *mojados* dijo, al leer a Tremblay: ¡he aquí otro *mojado*! Saben. Estos tres saben mucho. Sin alharacas, sin esa desafinación constante que antecede a famosos y sabihondos, sin un presentarse como las joyas de la corona, sin mostrar -sin querer queriendo- partes pudendas; arriesgándose a la venganza ominosa de los *secos*, se plantan a humedecer el desierto con otro invento sacado de las galeras, de las prisiones, de las celdas, en las que se confinan los inventos menores, esos que sirven a todos los *nosotros* que existimos. Y ése *gracias* de Tremblay a su madre significará que, si por un golpe de fortuna *Por el placer de volver a verla* llegara a trazar la misma estela de *El diario de Adán y Eva*, Tremblay tendrá viva a su madre todas las noches de mucho tiempo. Y también que él, Oteyza, Solá y González Gil, los otros tres *mojados*, comerán de *nosotros* por darnos *nosotros* a manos llenas. Mientras los *secos*, *ellos*, esos otros, seguirán dando vueltas alrededor de la teoría de la inmortalidad del cangrejo, aburridos y aburriendo. Dos maneras de ser: *secos* o *mojados*; *Nosotros* y *ellos*. Mi gusto es obvio. Y el de Eugenia, que es la *mojada* mujer de un hombre *mojado*. Antes de quedarse dormida me dijo: que no se te pase por la cabeza morir antes que yo, amor… Madrid. Abril. 2010. Mi Capitán
    Me encanta esta página. Hay quien escribe como ya quisiera yo.
    Esto me salió así hace tres meses y no he corregido una coma. Mi abrazo a todos.

  98. NOSOTROS Y ELLOS. SECOS O MOJADOS.
    *Por el placer de volver a verla, una obra del canadiense Michel Tremblay: comedia blanca para un actor y una actriz, leo en un suelto de uno de estos periódicos de distribución gratuita que se reparten en el Metro, y es, sin duda, una receta que augura éxito: ellos estuvieron diez años viajando por toda España y América con ‘Hoy: el diario de Adán y Eva, de Mark Twain’, un montaje que seguía los mismos parámetros y que se convirtió en un fenómeno…* Otra vez éstos tres, me dije. Lo de Twain, un invento delicioso que se inspiraba en Twain, pero que no era de Twain sino de ésos tres, fui a verlo siete, sí, ¡siete! veces. ¿Qué pasa? ¿Molesto a alguien diciéndolo? Al enterarme de esta nueva *comedia blanca que sigue los parámetros de…*, decidí plantarme en el teatro Amaya hasta conseguir dos butacas, y lo logré para tres semanas más tarde. Pensé en la calificación de *comedia blanca*, y me salió del alma: un *seco* hablando de *mojados*. Existen la poesía menor y La Poesía Mayor. En la primera encontramos al ser humano del día a día y sus cuitas y sus risas y sus sencillas levedades. En la segunda sus abstracciones, sus complejidades y sus formas de exquisitez. Me senté en la butaca que me correspondía, a la izquierda de mi mujer (oncóloga, acostumbrada a tragar y tragar). A nada de aparecer y promediar su monólogo de presentación, Solá, ya había logrado que mi chica empezara a tragar saliva con regularidad y a rebuscar al tacto en su bolso, sin sacarle los ojos de encima al actor, pañuelos de papel. Un llanto quedo, insonoro, se instaló en ella hasta el final de la obra, mezclándose con risas y sonrisas y miles de recuerdos y vivencias del hoy, según luego me fue contando en casa, mientras picoteábamos algo en la cocina y más tarde en la cama, llorando, riendo y sonriendo a un tiempo como durante la obra. Es guapa, pero resultaba irresistiblemente guapa en ese estado, como cuando embarazada. Casi no hablé, por eso escribo tanto ahora. Pensé en su trabajo, en su actitud dentro y fuera de él, en su ánimo positivo conmigo y con los niños, sin dejar traslucir jamás el triste espectáculo del dolor humano que le espera cada mañana. Tanto control sólo puede hacer mal, pensé: que llore toda la semana, todo el año, que se deshaga de tanto dolor ajeno, ¡al fin, por Dios! Yo tardé más en dejarme llevar, quería saber de qué trataba el asunto. Y el asunto iba de una poesía menor que habla del mundo de cada uno, pero que, al ser tan audaz en su sencillez, despierta la propia Poesía Mayor, la exquisitez de la degustación de la propia vida. Los disparadores eran decididamente intrascendentes, tanto como las llaves que abren las puertas de lo trascendental. Me refiero a esa obviedad que dice que la vida podrá seguir siendo cuanto ella quiera, pero que la vida *es* porque yo la vivo. Y que la trascendencia no está fuera de uno, sino en la vida de uno, disfrazada de la pequeñez que somos. De la emocionada pequeñez que somos. Y ahí se mezclan la vida que uno se atrevió a vivir, y la soñada, esa otra a la que uno no se atrevió. Ambas plagadas de la única e inmensa trascendencia que significa vivir. Esta obra permite descubrirla, hablo de la trascendencia, a través de sus intrascendencias adorables, en todo lo no dicho a lo largo de ese cordón umbilical, en la belleza milagrosa de haber venido de alguien, y en la importancia de haber sido alguien para alguien. Alguien único. Y denominar *placer* a ese encuentro.
    Los señores Oteyza, González Gil y Solá, de aquí en más los *mojados*: han encontrado la fórmula (dos veces, ya deja de ser una casualidad), y saben qué hacer con ella. ¿Y qué hacen con ella? Hacen *nosotros*, montones de *nosotros*, miles de *nosotros*. Pasa como pasaba con *El Diario de Adán y Eva*: que al rato, desconcertados, sin llegar a entender aún *qué* es lo que está sucediendo ahí arriba, nos encontramos con *nosotros*. No con un mero calco de *nosotros*, sino con un océano de *nosotros* y de nuestra historia de manada y de individuo, troceada en porciones exactas a repartir. Otra función que protege de la intemperie, dije para mí. Lo han logrado otra vez, qué alegría, por el trío y por *nosotros*. Por dos veces consecutivas han rehecho el tantas veces deshecho teatro de la emoción, el viejo, el olvidado teatro de la emoción; rechazado, estigmatizado y vituperado por los *secos* de la moda crítica; y lo han devuelto a su espacio natural, el que ocupaba hasta que diez *ellos* decidieron que todos *nosotros* no merecíamos sentirnos bien de ningún modo. Y ese teatro emocional, libre y gozando de libertad de expresión, hace inmediato contacto con la emoción de *nosotros*. El antiguo teatro emocional campa nuevamente por el terreno que los *secos* han decidido no regar. Conmueve, transforma y responde a aquellas preguntas ahogadas por el riesgo de resultar demasiado carnales, demasiado *simples*, demasiado parientes de venas y arterias, que no corresponden al páramo bilioso instaurado por los *secos*. Manuel González Gil vuelve a dirigir a Oteyza y a Solá, los *mojados* de aquí en más. Y esta vez no los presenta como enamorados (platónicos, o no, `nunca se sabrá) que dan ganas de que se junten de una buena vez y para siempre ante los ojos de uno. Ahora se trata de dos enamorados, juntos desde el primer día, que cuentan la historia de cómo van separándose, porque la vida, entre otras cosas, separa matando. Pero esta función propone una resurrección de la carne más feliz que la de la religión. Este Tremblay, canadiense de Quebec, descubre que gracias a su don de escribir teatro puede traerse a su madre cuantas veces quiera con él. Y contarnos sólo lo que le viene en ganas de ese amor a toda prueba. Y todo lo que cuenta es, bellamente, humano. De llorar y reír. Y sonreír. Es una obra de madre, pero también de hijo que se ha dedicado toda su vida a escribir, y que, de repente, un día cualquiera se dice: ¿qué me falta ahora mismo? Mi madre. ¿Qué cuento? No soy Edipo, ni Yocasta es mi madre, no tengo a mano una historia *gore* para brindar a la tan amasada unieurista platea global. Pero, a un tiempo, intuye que con la pequeñez de su historia de amor va a despertar a los miles de olvidados del teatro sencillo de entender, esos que pagan veinte y treinta euros por sentir. -¡Es el precio de veintitantas cervezas, tronco! ¿Por ver a un viejo decirle a su madre ¡gracias!? ¿Dónde está el negocio, tronco?- En algo que desconocen tanto los unieuristas del marketing como los gárrulos consumistas consumibles consumidos: el negocio está en el alma. Que existe, aunque no la haya radiografiado nadie hasta ahora. Todo llegará, pero no crean que de cualquier mano ni a cualquier mano. Y con su teatro se da el mayor de los gustos conocidos por el sencillo y gracioso y necesario placer de volver a verla. ¡Joder, qué sencillez! ¿Cómo no llegué a pensarlo yo antes? ¿Poesía menor? ¿Tiene más importancia esta madre, acaso, para la humanidad que el rey Lear? Sí para mí; y para muchos, y para un océano de *nosotros* mucha más. Yo no quiero que un Lear me roce en la vida, ya hay demasiados sueltos por ahí dañando lo que tocan. Sin embargo, sí quiero que esa madre me achuche. Y Lear no está mal como teatro, es Alta, Elevada Poesía, que no descubre en mí nada trascendente, pero que le da a Lear esa genialmente amorfa trascendencia poética. A mí me gusta más Nana. Quiero más a Nana, necesito más a Nana. Busco a Nana en mí, a mi Nana maravillosa, la única que me parió hombre e hijo. A propósito de trascendencia: ¿qué hace Tremblay?: elige la poesía menor, la que habla de la historia de *nosotros*. Se dice a sí mismo: todas las mujeres son madres, incluso antes de serlo, siempre; todos los hombres somos hijos, incluso después de haberlo sido, siempre. Tengo en mis manos la historia pequeña de toda la humanidad: ¡el océano de *nosotros*! A su vez, el trío de *mojados* dijo, al leer a Tremblay: ¡he aquí otro *mojado*! Saben. Estos tres saben mucho. Sin alharacas, sin esa desafinación constante que antecede a famosos y sabihondos, sin un presentarse como las joyas de la corona, sin mostrar -sin querer queriendo- partes pudendas; arriesgándose a la venganza ominosa de los *secos*, se plantan a humedecer el desierto con otro invento sacado de las galeras, de las prisiones, de las celdas, en las que se confinan los inventos menores, esos que sirven a todos los *nosotros* que existimos. Y ése *gracias* de Tremblay a su madre significará que, si por un golpe de fortuna *Por el placer de volver a verla* llegara a trazar la misma estela de *El diario de Adán y Eva*, Tremblay tendrá viva a su madre todas las noches de mucho tiempo. Y también que él, Oteyza, Solá y González Gil, los otros tres *mojados*, comerán de *nosotros* por darnos *nosotros* a manos llenas. Mientras los *secos*, *ellos*, esos otros, seguirán dando vueltas alrededor de la teoría de la inmortalidad del cangrejo, aburridos y aburriendo. Dos maneras de ser: *secos* o *mojados*; *Nosotros* y *ellos*. Mi gusto es obvio. Y el de Eugenia, que es la *mojada* mujer de un hombre *mojado*. Antes de quedarse dormida me dijo: que no se te pase por la cabeza morir antes que yo, amor… Madrid. Abril. 2010.

    Me encanta esta página. Ya quisiera escribir como algunos y algunas que aquí lo han hecho.

  99. La he visto tres veces. Ni antiguo ni de lagrimilla: hondo memorial del placer de haber sido muy querido siempre, incondicionalmente querido. Grandes intérpretes que, mientras van contándonos al oído que la vida es corta para perderla en tonterías nos inducen a entrar en la propia, a querer la propia. Es un teatro insólito. Ir a verla, se trata de amor,de vivir, de aprender del otro. Es un baño de saber ser.

  100. Es la que queda en la memoria. De todo este año de teatro recuerdo pequeños fragmentos de otras, pero ésta es una gotera en mi cabeza. Alerta, alerta, me dice. Tienes que estar alerta para responderle bien a tu única vida. ¡Qué función más a mi medida! Verla, verla, es lo único que se me ocurre deciros.

  101. Todavía resuenan en mí la emoción y admiración por la función que disfruté en Santander. De vez en cuando miraba al público y más me convencía de lo que siempre he pensado: es el racimo de gente el que hace que el teatro se convierta en una especie de templo y en una experiencia espiritual. Nos sentía en una misma sintonía, en un mismo núcleo de espíritu y energía, y recorriendo los caminos que los actores nos invitaban a conocer, atentos a lo que ellos tenían que contarnos, invitándonos a despegar la mirada del propio ombligo. Porque eso es lo que logran: una vivencia colectiva, intuitiva, emotiva y sana. Creo que de eso se trata; estamos tan enfermos de nuestra propia historia que no confiamos el alma a nada ni a nadie. Pero esta obra lo señala, lo deja en evidencia, y hace que abramos el alma y la conciencia, y es por eso que hasta el cuerpo de uno se alivia en el momento en que Nana acepta su nuevo final -el de aceptar cada noche un final de no dolor, de no angustia, de no enfermedad que mata- conciente de los aplausos que se le brindan y vibrando en la luz final porque en veinticuatro horas le ha de ocurrir algo parecido. ¡Qué solos y ansiosos deben sentirse esos dos personajes en los días de descanso de la compañía, y qué necesitados de nosotros, el público, para que el rito se repita! Señora Oteyza, señor Solá: cuanta más luz se genera más sombras se atraen, y, seguramente más de uno les mirará torcido y, quizás, ni quienes les aplaudimos seamos concientes de lo que está sucediéndonos en el momento de la función y cómo nos ha afectado con el correr del tiempo. A mí, que les admiro desde hace tanto, me llevó varios días poder comprender cuánto me había afectado y transformado esa historia que se escapa como agua entre las manos del conciente, pero que se deposita para siempre en la piedra basal de la memoria. Espero no haberles aburrido; simplemente me surgió esto al saber que ellos trabajarían en mi ciudad. Ya tengo mis butacas para el día 10. No esperaré a la salida por autógrafos, pero les querré siempre. Fer

  102. Leerla, me encantó. Nélida.
    Por el placer de volver a verla. ‘EL TEATRO, DE NUEVO; ESE MILAGRO’. No sé por qué al iniciar el comentario de esta obra del canadiense Michel Tremblay me viene a las mientes El zoo de cristal, de Tennessee Williams. Quizá por la analogía de los personajes, como la figura del hijo, que es en las dos piezas el narrador de la historia; o por la figura heroica, aunque frágil, de la madre y su inquieta y azorada vitalidad; o quizá porque está impregnada de la misma honda y persistente emoción que constituía la primera condición de aquella obra: la nostalgia. Y es que como decía el propio Williams de su pieza, ésta también es una obra de recuerdos. De hecho constituye un emotivo y placentero ejercicio de rememoración. Articulada en torno a unos cuantos episodios de su vida pasada, algunos de ellos insignificantes, otros de mayor enjundia y significación para él, el protagonista, un reconocido autor teatral en plena madurez artística, se ve tentado de evocar ante los espectadores la figura carismática e insustituible de su madre, no tanto como un severo ajuste de cuentas con su pasado, sino simple y llanamente, por el placer de volver a reír, a llorar, a sentir, en suma, con alguien con quien se compartieron momentos irrepetibles, una vez superados los miedos infantiles, una vez filtrados los resquemores o la desconfianza y apeado de ese pedestal de orgullo y autosuficiencia al que con frecuencia nos encaramamos en la adolescencia. En un escenario drásticamente vaciado de elementos decorativos, la luz y la música son los únicos soportes externos -más allá de la palabra- de los que se sirve el autor para evocar ese universo lejano y un tanto nebuloso de la infancia del que se extraen, sin embargo, unos recuerdos extraordinariamente nítidos a cuya teatralización se entrega con fruición el protagonista, todo ello tamizado, por una dosis justa de humor, de ironía y de ternura.El texto puede hacerse un tanto repetitivo en ocasiones, reiteración que ni la sabiduría interpretativa de Blanca Oteyza puede conjurar, pero por lo general el diálogo es ágil, y se va haciendo más consistente en la segunda parte de la obra, a la vez que ambos personajes maduran desde el punto de vista intelectual y humano, y se paran a valorar aquellas cosas que de verdad dan sentido a la existencia, o cuando se introduce la reflexión sobre el misterio del teatro, o ante la inminencia de la muerte de la madre. Es también en esta segunda parte cuando la compenetración entre ambos intérpretes llega a su cenit, cuando se aquilata más si cabe -en el caso de Blanca, porque Miguel Ángel Solá está enorme de principio a fin- el trabajo de actuación y nos depara la agradable y estimulante sensación de comprobar que todavía hay actores y actrices capaces de seducir al espectador, de llevarle a experimentar la misteriosa fascinación de la palabra, de sorprenderlo con el giro inesperado en que se resuelve una escena o de emocionarlo hasta las lágrimas. Un placer, sin duda, volver a verlos otra vez juntos. Gordon Craig.

  103. Qué placer el de volver a veros! Vitoria, Logroño, Madrid y Barcelona. Sóis la hostia! Me gustáis más que el Sevilla. Seguir con vuestro arte, que donde os encuentre, siempre escucharéis de mi boca el primer bravo! Y el último también, figuras! Os veré otra vez antes de dejar Sitges. Hasta la próxima!. Alvaro Quesada Luque.

  104. Excelente función. Nos pareció intensa en todos los sentidos y un tanto breve en tiempo. Los actores son de lo mejor y el teatro muy cómodo. En resumen: para recomendarla. Olga

  105. ¡Vi una ma-ra-vi-lla! Delicada, tierna, alegre, repleta de una humanidad deseada. El director pone en juego un caudal de sentimientos tan nobles que de no haber ese juego de luces y música y los técnicos en escena para ir dosificando esos sentimientos, me hubieran arrastrado a la congoja. Es una obra ideal para la gente que quiere y vive con sencillez y sin rebuscamientos. A Solá ya lo sabía un actorazo, pero a ella jamás la había visto trabajar. Es una actriz para la que no tengo palabras que me emocionó de la cabeza a los pies. Es absolutamente original e invito a todos a verla. Andoni.

  106. La obra me encantó porque no tiene ningún artificio, es puro teatro y los actores estupendos y toca un lugar indominable si te dejas ir. Se me pasó en un suspiro. Y es muy original como va desarrollándose la trama. Mi novio acabó llorando como una Magdalena y yo también. Es una obra especial. La vi el jueves y sonrío y se me humedecen los ojos mientras escribo esto. Romy

  107. Son dos grandes, los adoro. Me encanta que escriban estas cosas de Solá y Oteyza. No les he visto todavía por motivos de salud, pero será mi primera salida, lo prometo, antes de que se marchen de Barcelona. Néstor

  108. Muy buena, dan ganas de volver a verla. Te despierta cosas tristes pero son muchas más las bonitas, las tiernas, las que te gustaría seguir sintiendo siempre. Mi marido opina igual, Nos han transportado a tiempos en los que no teníamos que ganarnos la vida y estar permanentemente atiborrados de trabajo y pensamientos grises. Tiempos en los que la responsabilidad era de madre y padre. Ha sido un evocación con todas las letras. Los actores son de otro mundo. Nos encantó la obra. Seguro que volveremos. Marcia

  109. ¡Qué obra tan bonita! Mi hermana venía insistiendo para que la viera desde el estreno. Que esto que aquello y nunca iba. Al fin pude el domingo, todo lo que diga es poco. Todo lo que he sentido va más allá de las palabras. Les agradezco un teatro así, tan bueno y delicado. Miriam

  110. Estupenda. La verdad es que no esperaba tanto de una función. Gran emoción, en mí y alrededor mío. Son muy buenos actores. A él le conocíamos de un trabajo impresionante que hizo hace unos años en la televisión. A ella de nada y nos encantó. Dos grandes actores casi desconocidos, y nos han hecho un juego de cariño tan intenso ante nuestros ojos que el tiempo desapareció, no sé como explicarlo mejor. No es que fuera corta ni larga la obra, es que no hubo tiempo, fue como un paréntesis. Precioso, dichoso, valioso paréntesis. Vamos a recordarles por mucho tiempo. SONSOLES

  111. Nos encantó a los cinco que fuimos (quince la menor, en su primera vez de teatro, y sesenta y tres, el que escribe) y todos salimos realmente conmovidos. Enhorabuena al Teatre Borràs por la calidad de la representación, y, también, por su comodidad y su cuidado edificio.

  112. Es una muy buena salida al teatro. Es, entre otras cosas, no perder el dinero y salir lleno de tiernas sensaciones. Mi nacimiento se llevó a mi madre, pero siento, presiento, que ella y yo hubiéramos sido así y nos hubiéramos querido así. Fran

  113. Esta es una historia de amor y agradecimiento, de lucidez y de búsqueda a tientas, de vida y de triunfo ante la vulgar muerte gracias a la magia del teatro. Es, de lejos, la más humana presentación teatral del año, porque va directo al alma para quien reconoce tenerla, y, para el que no, a la necesidad de ser reconocidos (los humanos) como algo más que la inmundicia con que se nos caricaturiza en los titulares de periódicos, revistas y medios audiovisuales. Creo que la gran mayoría somos más que eso y esta función nos alimenta eso que olvidamos a veces que somos. La he visto tres veces: en Logroño la primera y las otras dos en Madrid, por placer, y con distintos acompañantes que han quedado, como yo, prendados de esa forma sencilla de concebir un teatro que nutre, que no repele, que no abarata la vida ya en rebajas que llevamos. Y si a todo eso se le suma la gran capacidad por encima de la media de los actores, ya podemos aplaudir que el imponente buen gusto de vuestra ciudad les acoja; y yo, el poder verles allí por cuarta vez. Alem

  114. Por el placer de volver a verla
    UN LUJO EMOCIONAL.
    Crítica de Jorge Pisa Sánchez para Indienauta www.
    ‘Una obra de teatro dedicada a una madre, a todas las madres y a los intensos lazos emocionales que se establecen en el corazón de un hijo, de todos lo hijos. El Teatre Borràs estrenó el pasado 7 de julio Por el placer de volver a verla, la obra que seguro se va a convertir en el éxito emocional de la temporada teatral barcelonesa.
    La obra ideada y escrita por Michael Tremblay, dirigida por Manuel González Gil e interpretada por Blanca Oteyza y Miguel ángel Solá se convierte en un elogio y una alabanza a la suma de esfuerzos, luchas, sufrimientos, penas y como no, alegrías y satisfacciones que jalonan la vida de cualquier familia, basándose en la especial relación entre un hijo y su madre.
    Por el placer de volver a verla es una obra especial. En ella el tiempo escénico y los minutos se transforman, se transmutan en una experiencia de los sentimientos a flor de piel. En poco más de hora y media seremos testigos de algunos de los momentos en los que se basó, desde su infancia, la vida familiar de Miguel, un afamado autor y director teatral, en la que la figura predominante no es otra que la de su madre, muerta a una edad temprana.
    La alabanza de Tremblay se entiende al poco de empezar la obra. La figura maternal presente en la obra ha marcado, desde bien pronto, la vida, el amor, el trabajo y el futuro de Miguel, gracias a la relación especial establecida entre los dos miembros de la familia.
    Y no es más que una personificación teatral de algo que está presente en todas (o eso es de esperar) las familias del mundo. Es, seguro, la figura de la madre la que marca el inicio (y las restantes etapas) de la vida de cualquier hijo. Las preocupaciones, desvelos, maquinaciones e intenciones de una madre en relación a sus hijos, a sus queridos hijos. Es este sentimiento, esta relación, este amor el que transpira a lo largo de toda la obra. A través de diferentes escenas traídas al escenario por medio de la memoria, y por lo tanto, incompletas y selectivas, veremos los vínculos familiares desgranados entre Miguel y su madre. Desde las primeras “broncas” y castigos infantiles y merecidos, a la propia enseñanza literaria que esta madre ofrece a su hijo; desde las polémicas literarias y vitales a las idas y vueltas al teatro; desde el distanciamiento juvenil a las discusiones familiares y como no, al planteamiento de la muerte y del futuro.
    La obra apela a la figura de la madre, de cualquier madre, y al sentimiento. No es extraño vincular cada una de las escenas a la propia vida de los espectadores. Por el placer de volver a verla se convierte así en un catalizador emocional en el cual el público puede salir de sí mismo y viajar, trasladarse al pasado, al presente y recordar y revivir su propia experiencia familiar y maternal y emocionarse con ella.
    Todo esto esta dispuesto en escena de la forma más elegante posible. Un escenario casi vacío nos permite fijar nuestra atención en los personajes y en la relación que se establece entre ellos. Tan solo unas piezas cubiculares casi inmateriales y el mínimo atrezzo posible permiten al director y a los actores centrar el discurso en ella, y simular de paso el efecto de la memoria, en la cual las personas y los recuerdos están enmarcados en una niebla física que lo delimita y concentra todo. Los juegos de luces de una gran pantalla le acaban de dar al escenario un toque de ensueño e irrealidad perfecta, la única luminosidad válida para alumbrar algo tan importante como el recuerdo de una madre.
    Blanca Oteyza y Miguel Ángel Solá interpretan a los únicos personajes de la obra a través de las diferentes etapas y edades a las que el tiempo nos obliga a todos a transitar. Oteyza personifica a la madre perfecta (como el recuerdo de cualquier madre obliga a recordar), un personaje luchador, convincente, dialogador, amante de la vida y de la cultura, sobre todo de la literatura (de segunda fila) y del teatro, pero aún más de su familia. Una Oteyza espléndida, como cualquier madre. Por su parte Miguel Ángel Solá da vida a uno de sus hijos, Miguel, que pasará, como cualquiera de nosotros, por todos los ciclos vitales, emocionales y formativos, en las que su madre jugará un papel muy importante. En su interpretación, y como no podía ser de otra forma, Solá se reduce, se hace pequeño para poder homenajear a la verdadera protagonista de la obra y de la vida de todos nosotros, y proporcionarle toda la atención posible.
    Un lujo emocional que se mantendrá en la cartelera barcelonesa hasta el próximo 1 de agosto.’

  115. Son geniales. En el Diario de Adán y Eva, él era descomunal y ella su soporte constante; aquí es al revés: ella el desmadre de talento y él su apoyo constante. Qué bien se complementan y qué bueno es todo lo que hacen. Les felicito y les quiero. Candy.

  116. Él, Miguel Ángel Solá, (¡qué grande!) nos convence de que es el autor del texto, incluso el director, y llega a hacernos creer que esa es su madre, y lo que vemos, su vida, hablándonos con tanta naturalidad que hace que no sepamos distinguir donde termina el texto de Michael Tremblay y donde comienza a actuar. Ella, Blanca Oteyza, en el papel de una exagerada y entrañable madre, se va creciendo por momentos, madurando con el personaje, para dejarnos sobre las tablas un perfecto ejemplo de talento al por mayor y elegancia. Ambos, con una increíble química, pasan por la escena trascendiendo el más allá, e involucrando sutilmente al espectador, a través de este esplendido texto que narra, como ningún otro, la ternura de una madre hacia a su hijo, y la admiración de un hijo por su madre. Todo ello transcurre en un sencillo escenario, con un ciclorama que va variando de color y seis cubos, mientras dos operarios van montando y desmontando una azotea, un escritorio, e, incluso, un vagón de tren como si de Lego se tratara. Así, se pone en pie esta sensible comedia, que hila el humor, con ese atisbo de lágrima, en un terreno difícil, en el que logran rematar con nota. Así lo andan diciendo: ¡Todos al teatro! ¡Urgente! ¡Al Borràs!

  117. ¿Hola, soy yo! A la crítica de Santander la ponen de perejil todavía. Hoy había un mensaje que decía de ella “Esta señora tiene todos los pro en contra”, ¡es genial! Qué merecido lo tiene, por incapaz, por maliciosa, or vulgar. Bueno veo que esto sigue bien. ¡Adelante mis valientes! A defender lo que vale la pena y a demoler lo que ensucia la vida. Miky

  118. Me han dejado en un estado…
    Es brillante eso que resuelven y cómo. Pero, a mí, ¿para qué llevarme así tan lejos en mis recuerdos y devolverme a esta realidad tan poco amable conmigo sin antídoto? Son estupendos, pero no he vuelto de allí aún y me encuentro como zombie en este aquí que me muele. Encenderé la tele para hacerme más hombre, más duro, menos yo. Cari.

  119. Excelente función de teatro y grandes actuaciones. Volveré con mi madre que es igual a la madre del protagonista de la obra. Nos reiremos en grande y también lloraremos de la manocomo debe ser. Es el mejor plan que puedo inventarle y la mejor manera de contarle todo lo que siento por ella pues mucho de eso podría haberlo escrito yo si supiera. Otras anécdotaspero el mismo fondo y el mismo agradecimiento infinito. Saúl

  120. Creo que ahora vuelven a Madrid, así que podré repetirla y llevarme a todos los amigos que se la perdieron. Todos los que estuvimos en el Amaya viendo “Por el placer de volver a verla” nos enamoramos de la función y de los actores. Gracias por volver a darnos la oportunidad de recordar y de volver a querer. Gracias de corazón.

  121. Teatro, teatro y más teatro en el Rosalía. Sencillez y rigor sin superficialidades, con lo exactamente justo, la representación se crece por el ingenioso texto y la inteligencia, tanto de los actores para comunicar como del público para asimilar y responder. La corriente emocional que llegamos a sentir en esos cien minutos de obra gracias a la conjunción de estos elementos fue arrebatadora. Me entusiasmó ella. Y él. No es que sean cómplices, son un único árbol y tan diferentes. Me entusiasmaron, (soy actor y escritor, o lo pretendo desde hace muchos años sin desmayar) las reflexiones sobre el teatro, el espectador y los actores. Me entusiasmó el grado de influencia que logra directa e indirectamente esa madre sobre su hijo, con su machacón pensamiento casero cargado del milagroso ¡levántate y anda!. Me entusiasmó el relato del hijo, su capacidad de enternecernos, de despertar nuestras ganas de querer como se debe querer; y su osadía de imitar a su madre con el ¡levántate y anda! del que hablaba antes, en esa escena final (no quiero desvelar nada), que es categórica, que es el sello de la casa matriz, como en El diario de Adán y Eva la imagen final. Qué coraje le ponen estos tres nombres propios al teatro que hacen so riesgo de caerles cursis a los que saben tanto de todo. Yo tenía a uno de esos a mi izquierda que no aguantó ese final deseado, y que comentó: ¡buáh!, en un tono exagerado como para romper el encanto a su alrededor. Fue luego también el único de mi sector en no ponerse en pie, ni aplaudir, ni vivar el espectáculo. En cambio, para mí, poder darle un final así a quien se quiere con el alma es sencillamente transgresor. En una época que rechaza el poder del deseo de la poesía y que todo lo subordina al patético realismo que nos oprime como una puerta los dedos, para mí ese final, repito a gritos, es transgresor. Tras haber llorado de tristeza, me encontré secando mis lágrimas de alegría que son bien diferentes. ¿Qué importaba ese en definitiva pobre de espíritu que luchó a brazo partido por aburrirse, por aislarse, por negar toda nuestra felicidad y aprobación? Los actores son de otra escuela, de otra raza, de otra creencia, de otro trato. Saben conmover sin prepararse, sin forzar, sin técnica a la vista, como yo sueño llegar a actuar alguna vez. Todo les brota naturalmente y pulsan la tecla exacta del espectador entregado, y así pasa lo que pasa con sus obras. Y el director ha de ser un sabio. Salí apasionado una vez más por el teatro. Y mi novia pide que diga que daría su vida en este instante por dejar ese recuerdo en los hijos que aún no hemos tenido. ¡Qué bonito mi niña, lo más grande de este escrito! Julio

  122. Puede que el argumento sea sencillo incluso liviano, habitual o cotidiano. Puede que se trate de un teatro menor como dijo un crítico. Pero las interpretaciones de ambos y en especial la de Miguel Angel Solá, es tan sutil y sincera que entra en el espectador desde el comienzo de la obra. No sólo merece verse, merece volver a verse. Eduardo

  123. En A Coruña la festejanos así:

    La Voz de Galicia.
    Sara Cuesta 18 de septiembre de 2010.
    Teatro Rosalía de Castro
    Por el placer de volver a verla
    EL ARTE DE INTERPRETAR

    Ni oberturas, ni decorados, ni mobiliario alguno. Tras el telón se escondía un escenario prácticamente vacío. Muestra clara de lo magistral de esta obra en la que, sin más herramienta que la palabra, Miguel Ángel Solá y Blanca Oteyza lograron desnudar sus almas y embaucar al público con sus espléndidas interpretaciones. Acompañados por momentos, eso sí, de una música elegida con el más absoluto acierto.
    Escritor y director de teatro, el protagonista trata de reencontrarse con su madre recreando sobre un escenario diversas vivencias fruto de sus recuerdos.
    Y lo hace, única y exclusivamente Por el placer de volver a verla.
    Así, a través de una serie de situaciones, más o menos cotidianas, dotadas de un gran sentido del humor y marcadas por la ternura propia de la relación entre madre e hijo, los protagonistas van guiando al espectador hacia un estado entre nostálgico y melancólico.
    Todo ello llevado a las tablas con una clase que ya demostraron estos dos actores y su director, Manuel González Gil, en Hoy: El Diario de Adán y Eva, de Mark Twain.
    Solá fue el de siempre. Su naturalidad y su sencillez lo eclipsaron todo y tan pronto como apareció en escena, nadie, entre los allí presentes pudo escapar a su hechizo. Un hombre con la capacidad de vivir y sentir hasta tal punto sus personajes que durante los noventa minutos que duró la obra se convirtió en su autor y protagonista, Michel Tremblay.
    También Blanca Oteyza iluminó cada rincón de la sala con su imparable vitalidad y su energía.
    Reflejo de una madre como muchas: charlatana, dramática, exagerada por naturaleza, consiguió arrancar risas y carcajadas a lo largo de toda la representación, pero sobre todo, hacerse con el cariño de su público.
    Anoche, en el Rosalía hubo risa, lágrimas y un final verdaderamente sorprendente y de lo más emotivo en el que los sueños entraron en conflicto con la realidad. Pero, sobre todo, hubo interpretación.

  124. Y así también: El Ideal Gallego.
    Sábado 18 de septiembre de 2010. Teatro.
    LA COLUMNA de J.A. Martínez Sevilla

    DE PUTA MADRE

    Atenazo el exabrupto coloquial de la protagonista por su definidora síntesis crítica.
    Salida a hombros por la puerta grande del IMCE al inaugurar en el Rosalía su temporada de grandes éxitos.
    Coliseo torrencial y desbordante en la representación ofrecida, Por el placer de volver a verla, del autor canadiense Michel Tremblay, trascendente en comedia dramática y denuncia reflexiva familiar y social
    Por el placer de volver a verla: teatro desde dentro. Sencillo. Revelador.
    Autor, actores y público ensamblan y armonizan todos los resortes de la creación escénica. Emociones. Sensaciones. Estímulos.
    El amor en plenitud proyectado al infinito. Narrado desde un texto que se nos mete en el alma y dar sentido a la vida que nos ha sido regalada. Interrelaciones de una madre soñadora, apabullante, díscola, poética y maravillosa donde todos vemos a la nuestra.
    Las etapas de un niño hasta alcanzar la madurez y la protección maternal que equipara la fantasía con la realidad, la verdad con la nostalgia, el teatro como fuerza tras los anhelos de felicidad.
    Magnífica, ponderada, dinámica dirección escénica de Manuel González Gil, fundamentada en lacónica escenografía, excelente iluminación, música y proyecciones.
    Excepcional Miguel Ángel Solá en un papel, humanísimo, que impacta en el corazón de los espectadores. Polifacético. Sencillo. Convincente.
    Extraordinaria Blanca Oteyza en esa madre deseada que nos ama, cuida, defiende. Comprensiva en sus desplantes, y siempre guapísima, simpática, tierna, delicada, maravillosa.
    Por el placer de volver a verla. Una joya deslumbrante. Un suspiro al amanecer. Un afecto sin retórica, grande, tenaz.
    Un teatro que sabe adonde va, lo quiere y lo consigue.

  125. Nos encantó, es una maravilla de función, por tierna y por que te dan ganas de vivir de abrazar de estar cerca. Mis hijos rieron y lloraron y no es algo común, la llorona siempre soy yo. ¡Como son, que buenos actores y que tiempo tan bien empleado! Que gusto. Me he sentido importante creo que para siempre. Gracias

  126. Pues yo también la he visto 3 veces, todas las que he tenido oportunidad y podéis tener por seguro, que si vuelvo a tener la oportunidad de ir, repetiré de nuevo por el placer de volver a verles.

  127. Me ha hecho bien. Perdí a mi madre el 6 de enero pasado, los Reyes se llevaron el mejor regalo que había recibido en la vida. Fue algo muy rápido, afortunadamente sufrió un tránsito que firmaría yo sin dudarlo. Lo último que me dijo fue: te quiero, hija. Siempre me quiso, como la Nana de la obra, exagerada, caótica, de una sobredimensión de las cosas y una inventiva inagotable, guapa, siempre arreglada, siempre de punta en blanco, siempre amable, a menos que algo o alguien amenazara la seguridad de sus hijos. Somos tres, todos protegidos de la misma manera, pero yo he sido siempre un poco la mimada, la peque, la cachorra. Cuando se fue me quedó un vacío espacial en el corazón, la sensación de quedar flotando a la deriva, ingrávida. Calma, pero atónita, pasmada. La vida continuaba, o algo parecido que sin ella no era la vida conocida. Promedio la treintena y sé de la vida muchas cosas, pero aún no he podido sobreponerme a esa sensación, me falta suelo, me falta mi madre. Quizás sea pronto todavía. Fui a ver la obra sin saber de qué iba, de haberlo sabido no habría aceptado la invitación. Pero la vida es tan caja de sorpresas como el teatro. Me emocionó desde el comienzo hasta el final. Lloré como hacía mucho tiempo no lloraba, y reí de la misma manera y aplaudí a rabiar. La función me sacó de ese estado catatónico que me envolvía y me ha hecho bien. Mi madre, mejor representada, jamás y él es un ángel. Nada, que me lo he pasado como pocas veces, que me han devuelto mucha de la alegría que me faltaba, que el teatro no siempre es así pero que cuando es así pasa lo que pasa y algo cambia en tu vida o algo vuelve a tu vida. El teatro y los libros logran eso, cuando es teatro y cuando son libros. Gracias. Conchi.

  128. El teatro te lo agradecerá siempre, Chete: lo tuyo es la tele, el pasto y el rock & roll. Por eso, tú a lo tuyo y nosotros a lo nuestro que es otra cosa, mejor dicho: que es la cosa en cuestión. La obra es formidable, te queda dando vueltas. Han pasado ya casi dos semanas y ahí está conmigo, o entre mis pensamientos y yo. Lo dicho: con talento, échenme a los leones que solo me las apaño. Enhorabuena. Julio

  129. Volví ayer. Recomiendo llevarse a su madre, cogerse de las manitas y recomenzar todo. Es muy bonita, está llena de ternura y de respeto por el otro. Vista por segunda vez, no sé si es teatro o la proyección intencionada de un ideal conciliador. De todos modos, la interpretación es una pasada, el espectaculo es en un todo adorable y la sala muy acogedora y cómoda. Sí que vale el tiempo y el dinero invertido. Sí que sí. Fer

  130. Muy buena. Me pareció muy tierna y muy necesaria, revive lo indispensable para cualquiera, el cariño, el afecto incondicional, esa protección de la que carecemos una vez echados a volar. Quien no aprendió a querer sin condiciones, no podrá enseñar a querer sin condiciones. Me encantó la interpretación, la música y el escenario prácticamente vacío pero lleno de vida. Lalia

  131. Son de otro planeta. Nos hablan desde su corazón a nuestro corazón y no les da pudor hacerlo. Viví una noche formidable, plagada de recuerdos y de madre. Llegué a casa y me puse a escribir sobre ella y sus anécdotas, me sorprendió la mañana y la felicidad de estar vivo. Gran obra, grandes ellos, actor y actriz, gran director. Y mi madre. Y yo.

  132. Son una pasada y la función es una pasada. No os la perdáis ni por parto. ¡Qué bonita, qué bonita! Cuanta complicidad hay entre esos dos actores, te hacen reír, llorar y recordar cosas tan únicas. La ropa tendida al sol, los líos de la comida, las discusiones por tonterías, el olor a los libros que había en casa, las caricias y las collejas que abundaban por igual. Y el refugio de los brazos de madre, que sí hay una sola. Es bonita, bonita, como les decía. Es para los que tienen lo que hay que tener: cariño, ternura, respeto, sentido de lo que importa, audacia para admitir que somos un guiñapo de lloros interrumpidos por todo lo que se va y nos deja y no podemos hacer nada. Bueno, éste autor sí lo hace, en nombre de todos. ¡Ni por parto, ¿me escucháis?! Os va a reconciliar con muchas cosas. No me debéis nada. Juan

  133. Tomo prestado este escrito para expresarme, porque si yo pudiera escribir algo bonito sobre esta obra más allá de mis limitados: “me encantó”, “me maravillaron sus actores” y “todo me pareció de una inmensa ternura”, lo haría así:
    POR EL PLACER DE VER TEATRO.
    Por eso mismo. Porque no es un género que uno frecuente. Por descubrir si todo lo que te cuentan de una obra, en este caso, ‘Por el Placer de volver a verla’, es cierto o no. Por adivinar si realmente él, Miguel Ángel Solá, es tan bueno como aparenta ser, y ella, Blanca Oteyza, se come las tablas. Por entender que una y otra realidad son ciertas.
    Por quedarte boquiabierto ante un monstruo de la escena como Solá, capaz de hacerte pasar de la carcajada y de la mueca feliz, abierta y sincera, al sobrecogimiento y al llanto. Por contenerte y no saltar al escenario para preguntarle al tipo cómo carajo es capaz de hacer esas cosas con una facilidad tan aparente que te deslumbra, aunque tras ella haya mucho, pero que mucho trabajo. Por contemplar lo feliz que es sobre el escenario, dirigiendo, sincronizando, conduciendo el ritmo de la obra con la mano de quien sabe que está ante amigos y que a ellos nunca podrá engañarles, porque a los amigos se les emociona, se les hace reír o llorar. Pero nunca se les engaña.
    Por deleitarte con Blanca Oteyza, su alter ego. Tan inmensa, sin techo ni límites. Por reconocer que ha llegado a un momento en el que es capaz de replicar a Solá, que es mucho replicar. Por caer rendido ante su gracia, desparpajo, expresiones y cambios de reacción. Por no levantarte del asiento y espetarle, a voz en grito: “¡Dios, pero ¿tú sabes lo que estás haciendo?”! Por quedarte esperando su próxima salida, siempre mejor que la anterior, pero no que la siguiente.
    Por no entender cómo es posible que Solá y Oteyza tengan un reducto tan limpio, pero a la vez tan pequeño, mientras la mediocridad se extiende a su alrededor. Por reclamar esos espacios para volver a encontrarte con la esencia de las cosas, tan sencillas y difíciles de hacer. Por emocionarte sabiendo que para hacerte pasar un buen rato tan sólo es necesario dos personas con ganas de eso, sin más alardes que ellos mismos.
    Y que todo te lo agradezcan con un sincero, casi humilde, “gracias”.
    Por darles las gracias. Por todo.
    Y por el placer de volver a verles. Cuanto antes si es posible, por favor.

    http://victorfernandezcorreas.com/2010/11/por-el-placer-de-ver-teatro/

  134. “He tenido la oportunidad de disfrutar doblemente de la reapertura del nuevo ciclo del Teatro Guimerá y esta gran obra teatral, una mezcla de teatro puro; alegrías, tristezas, inocencia, muy buena, la recomiendo.”
    ‘Por el Placer de Volver a Verla’ – La emoción de lo cotidiano.
    Siempre pienso que el efecto que produce un espectáculo depende de las expectativas y las imágenes preconcebidas que cada uno tenga antes de comenzar la “magia” y en este caso mis expectativas eran absolutamente nulas pues ni siquiera había visto el cartel ni leído acerca del argumento. No sabía a lo que me enfrentaba y resultó ser un acierto.
    Escenario vacío, aparece Miguel Ángel Solá y se nos presenta como Miguel, autor de la obra que vamos a presenciar. Desde este momento el libreto se revela perspicaz, inspirado y apunta a tintes para amantes del teatro pues hace referencias a muchas de las grandes obras de la historia de la dramaturgia desde tragedias griegas hasta tranvías con nombre provocador y Bernardas.
    Nos encontramos con un personaje natural, sincero, que nos dice que es el autor de la obra con tanta credibilidad que a la salida había gente que realmente pensaba que lo era. Este personaje juega entre los momentos en los que se dirige al público rompiendo la cuarta pared y haciendo el papel del narrador de su historia y los momentos en los que mantiene la ilusión interpretándose a sí mismo a lo largo de su vida, desde la infancia hasta la vida adulta.
    Con una magnífica presentación por su parte, toma las tablas la maravillosa Blanca Oteyza en el papel de Nana, madre del autor.
    Nana es un personaje campechano, hipérbole de toda madre, exagerada y charlatana que despierta una sonrisa en el público nada más que aparece regañando al pobre Miguel de once años con un repertorio de “frases de madre” de lo más ocurrente.
    Si es verdad que Blanca borda este papel también hay que decir que con el paso de la representación el carácter del personaje se va redondeando y se perfila más aún la interpretación.
    Se suceden una serie de escenas más o menos cotidianas como comentar un libro de los favoritos de su madre mientras ella tendía la ropa.
    Es una de las escenas más entrañables de la obra y me atrevo a decir de las más entrañables que he visto en mi vida sobre unas tablas.
    Miguel defiende a la perfección el papel de niño curioso que poco a poco va planteándose más cosas que su madre y ésta esquiva las vivas preguntas de la forma más cabezonamente ingeniosa con un resultado cómico a la vez que dulce y verdadero.
    El trabajo de Miguel Ángel Solá requiere de un cambio de registro importante dado que sin ningún tipo de muda de vestuario ni caracterización, representa no sólo diferentes edades, con lo que ello conlleva, sino diferentes roles. Durante los momentos en los que Miguel es el “autor”, ayuda con el montaje de la siguiente escena e incluso habla con los tramoyistas.
    Supone un cambio total de motivación que consigue con maestría. Al hablar de su madre logra transmitir una emoción intensa con los gestos y las modulaciones de voz más sutiles.
    Hay escenas en las que parece que representa al autor como si estuviera reviviendo ese momento de su vida, como si se tratara de un ejercicio de memoria sensorial vivido con la añoranza de hoy.
    Concordando con lo que ya se venía anunciando desde el principio la reflexión metateatral tiene su pequeño hueco, y, en boca de las aparentemente ingenuas preguntas de Nana, se plantean importantes cuestiones sobre los actores y el público y la relación entre ambos.
    No sólo trata de teatro, sino que es una obra de teatro puro: dos actores, los elementos justos que necesitaban en cada escena (que se colocaban a la vista), un ciclorama que cambiaba de color en cada escena y aportaba el elemento estético y un texto increíble del que brotaba la más emocionante y cotidiana verdad interpretada con extraordinaria sinceridad por estos grandes actores.
    La apropiada música ponía la guinda a esta oda a una madre, a este dulce que tiene el ingrediente secreto de las obras maestras: el don de llegar a todo el mundo.
    elchasnero.com ‘Lo escrito tiene memoria’, blog de Juan Manuel León Fumero.

  135. Blanca Oteyza y Miguel Ángel Solá lucen complicidad en un emotivo viaje autobiográfico. El texto de Tremblay huye de la habitual conflictividad que ofrecen las historias de la mayoría de obras que pueblan las carteleras. Aquí se expone con una apabullante sencillez estructural un relato que no tiene otra idea detrás que la de explicar, con grandes dosis de humor y ternura, la relación de un hijo con su madre en diferentes etapas de la existencia en común. Ella es la que transmite al hijo su pasión por la lectura, el teatro, la formación intelectual. Él asume como una esponja todo este legado. Y este clímax baja a la platea y Oteyza muestra con tanta naturalidad las emociones de su arropadora figura maternal, que acaba tejiendo una fina tela de araña que conecta con la sensibilidad del espectador.
    C.L.R.

  136. Oye Manuel si eres el dueño de esto: elchasnero.com ‘Lo escrito tiene memoria’, blog de Juan Manuel León Por favor citanos como fuente, gracias.

  137. POR EL PLACER DE VOLVER A VERLA. El homenaje más merecido.
    Es complicado escribir una crítica de una obra de teatro en la que la emoción fue lo predominante. Las lágrimas, los suspiros, no se pueden traducir en palabras o al menos en muchas palabras. Impresionante. Tierno. Emotivo. Así es el Miguel Ángel Solá que cada noche sale al escenario del Teatro Amaya para deleitar a los espectadores con Por el placer de volver a verla.
    La obra funciona especialmente bien por su falta de pretensiones. Por su sencillez. Por apelar al amor más básico, más esencial. El amor de una madre por los suyos. Por su hijo. Una madre exagerada, loca, histriónica, a veces demasiado gritona, interpretada por Blanca Oteyza que uno parece ver salir elevándose hacia los cielos del escenario en un merecido homenaje a la única mujer que está presente en todas nuestras vidas desde que venimos al mundo.
    Como el propio actor dice, no hay grandes batallas, ni efectos especiales, ni héroes. Sólo una heroína. Anónima, que prefiere pasar inadvertida, que hace su trabajo lo mejor que sabe y a la que normalmente nunca se lo agradecemos porque damos por hecho que siempre estará ahí con nosotros. Hasta que se va. Y entonces ya es tarde para decirle lo mucho que la queremos. Lo mucho que nos acompañó aquella noche que teníamos fiebre y nos deslizó un beso por la mejilla. Aquel día que creímos que el corazón se nos rompía y sólo ella supo cómo consolarnos. O no supo, pero lo intentó con todas sus energías.
    Sólo un ciclorama, unas cajas y el texto. Un texto por el que Solá se mueve como pez en el agua, con una risa de niño pillo y travieso que lanza petardos y que pretende hacernos creer que lo hace de forma inocente, como un experimento. Un niño racional, como todos los niños que busca el orden lógico en el mundo. Preguntón hasta el exceso. Un adolescente huraño, como todos los adolescentes, que cree que su madre ya no le puede aportar nada y con la que se niega a hablar. Y un hombre, que tiempo después, descubre todo lo que siempre quiso decirle pero nunca le dijo porque creyó que siempre tendría tiempo para hacerlo. Pero el tiempo se va, pasa y nunca vuelve. Y los silencios de hoy no los llenarán las palabras de mañana.
    La química de la pareja, que ya demostraron en Hoy, el diario de Adán y Eva, sigue intacta después de años de trabajo y de representaciones a los dos lados del Océano. Sin imposturas. Sin necesidad de nada más que disfrutar de sus interpretaciones y de sus miradas. Del juego escénico de dos actores que se divierten y disfrutan con lo que hacen. Que creen en ello y hacen creer a todos los espectadores que recuerdan, mientras que ven la función, aquel momento en que se dieron cuenta lo esencial que era su madre en sus vidas y lo solos que se sintieron cuando, por un motivo o por otro, se encontraron lejos de ella.
    Valga la redundancia pero es un placer ver Por el placer de volver a verla y perderse en los recuerdos durante una hora y media. Dejar que el teatro gane, que la magia nos rodee y por un momento volver a ser niños a los que una madre amorosa y tierna arropa bajo una manta, cuenta un cuento y besa en la frente, antes de cerrar los ojos y perdernos en el mundo de los sueños. Por ellas. Por todas y cada una de ellas. Sin duda el homenaje más merecido. Tal vez el único que tenga sentido por una labor de siglos, callada, desinteresada y tan fundamental que, sin ellas, no existiríamos. H.

    http://entrebambalinas.net/index?seccion=butacas&id=79&por-el-placer-de-volver-a-verla-el-homenaje-mas-merecido

  138. POR EL PLACER DE VOLVER A VERLA.

    Si Broadway hablara español, los luminosos con los nombres de Miguel Ángel Solá y Blanca Oteyza serían del tamaño XXL. Por suerte para nosotros la obra se representa en el teatro Amaya de Madrid después de haber recorrido con éxito gran parte del territorio nacional.

    El autor de “Por el placer de volver a verla” es el canadiense Michel Tremblay y la obra es un magistral homenaje a la memoria de su madre. Utilizar un escenario para contar todo aquello que no le dijo en vida podría resultar un “pastelón” de no ser por el talento del autor que fabrica un texto lleno de aciertos. La dirección de Manuel González Gil y la interpretación de la pareja protagonista redondean una obra excelente.

    Miguel Ángel Solá sale a escena en vaqueros y camisa azul que no se cambiará en toda la representación y se dirige a “la cuarta pared” como recurso narrativo enganchando al espectador desde el primer momento; salvo un buen texto, no necesita nada especial, es así de enorme. Puede hacernos creer que tiene once años, catorce, veinte… si se lo propusiera sería capaz de interpretar a Tarzán, Jane y la mona Chita y hacer perfectamente creíbles a los tres. Blanca Oteyza es esa madre a veces histérica, otras dulce, que encierra todas las madres en una. La madre amiga, compañera, cómplice y referente, como relación claramente edípica del autor. Su Nana es un bombón de papel, y ella, un marrón glacé de la escena.

    La obra tiene todos los ingredientes para durar varios años como ya sucedió con “Adán y Eva”.

    Gracias “por el inmenso placer de volver a veros”.
    Publicado por Pedro Rubio en 11:38 AM.
    http://milleches.blogspot.com/2010/11/por-el-placer-de-volver-verla.html |
    Thursday, November 25, 2010

  139. COSAS QUE MOLAN
    La inmortalidad existe.
    Existe para algunos pocos elegidos, pero existe. La mayoría de las veces porque esas mismas personas la han buscado, pero otras veces, se consigue sin quererlo, solamente por amor y este es el caso de esta obra. La inmortalidad de una mujer gracias al amor de su hijo. Un hijo que cree que todo el mundo debe conocerla, por ser una mujer especial. Realmente es especial y conocerla lo mejor que te puede pasar.
    Por el placer de volver a verla es el ejemplo más bonito de como alguien, por amor, consigue traer a esa persona que tanto añora de vuelta a la vida.
    Es el teatro dentro del teatro. Es Tremblay (o su equivalente en actor) presentando a esa mujer que tanto ama al público, recreando su vida otra vez, para ofrecerle el final que se merece, repleto de amor, de belleza y de honor. Sin atrezzo, sin más personajes que ellos dos. El escenario prácticamente vacío y aún así logras sumergirte del todo en la historia. Es la historia de amor más pura y sencilla contada a través del cuerpo de otros actores.
    Es muy difícil explicar la peculiaridad de esta obra de teatro. La verdad es que nunca había oído hablar de Michel Tremblay y ha sido con esta obra con la que he descubierto a uno de los escritores más emotivos que he tenido el placer de vivir.
    Me da la sensación de que Tremblay sufre un poco el síndrome de mamítis que sufría (o sufre) Almodóvar. Es una persona profundamente enamorada de su madre, tremendamente ligado a ella, para quien no existe nadie más y para quien nadie podrá ocupar su lugar. Normalmente suelo tener sentimientos de rechazo antes estos casos de mamitis tan exagerados, pero en esta obra se respira tanto amor, tantas ansias por hacer lo imposible por otra persona, tanta fuerza, que al final de la obra lo único que puedes hacer es llorar. Llorar y desear que algún día, alguien se capaz de quererte de la misma manera y con la misma intensidad e intente por todos los medios recordarte e inmortalizarte una vez te hayas ido.
    Esta obra (título original Encore un fois, si vous le permettez), ha sido ganadora del premio Chalmers y del premio Dora Mavor Moore en el 2000. No es que sean premios súper famosos y fantásticos, pero ahí están. Fue escrito en solamente 3 días y ha sido traducida a más de 22 idiomas, siempre con una crítica excelente. Es sin duda la obra más desinteresada y mágica que he visto en mucho tiempo y una de las mejores maneras de pasar un viernes o sábado noche.
    ¿Por qué mola tanto la obra?
    Mola por muchas cosas, te ríes, lloras, te vuelves a reír y pasas un buen rato. Pero sobre todo mola porque escribiendo esta obra, Tremblay ha logrado que su madre resucite varias veces al día, en diferentes partes del mundo, cada vez que un teatro decide ofrecer su obra. Porque en el momento en que su madre está ahí, viva, delante de él, la hace feliz, la convierte en reina, se desvive por darle la despedida que no le pudo dar. Porque, especialmente al final, puedes sentir el amor que hay sobre el escenario, lo lejos que ha llegado una persona para demostrar amor, para inmortalizar a la persona más importante en su vida, para traerla una y otra vez a la vida y así no tener que decir adiós jamás de manera definitiva.
    Mola porque, durante los 90 minutos que dura la obra, te olvidas de ti, de tu situación, de tus problemas y preocupaciones, para convertirte en un mar de emociones. Vas a reírte mucho y vas a llorar mucho. Vas a sentir mucho. Y sentir tanto, hasta ser incapaz de hacer cualquier cosa que no sea sentir, es de las experiencias más enriquecedoras que hay, porque nada nos hace más humanos que sentir.
    La obra se puede ver en estos momentos en su segunda edición en el teatro Amaya de Madrid, Paseo. General Martínez Campos 9.
    La recomiendo encarecidamente.
    By Nat in Mola vivir otras historias Tags: teatro, emociones, artes escénicas, actuaciones http://cosasquemolan.com/author/cosasmolonas/ 22 NOV 2010

  140. POR EL PLACER DE REÍR Y LLORAR.
    El escritor y pensador canadiense Michel Tremblay firma una obra divertida y dramática que emocionará al espectador.
    Los dos actores encarnan admirablemente a sus personajes.
    A pesar de que Por el placer de volver a verla concitara la atención necesaria del público durante la pasada temporada para permanecer en cartel mucho más tiempo, un desafortunado accidente doméstico sufrido por Miguel Ángel Solá, coprotagonista de la obra, obligó a la compañía a reducir considerablemen¬te el número de representaciones.
    Suficientemente recuperado ya para deslumbrar de nuevo al espectador con sus facultades interpretativas, el actor argentino vuelve ahora a meterse en la piel del que será, con toda probabilidad, uno de los grandes personajes de su carrera: un autor teatral que decide escribir y montar una obra con el único objetivo de homenajear a su madre, ya muerta, y poder recrear en la ficción la relación que tuvo con ella.
    El escritor y pensador canadiense Michel Tremblay firma una obra diver¬tida y emotiva a partes iguales que, lejos de lo que a priori pudiera suponerse, no basa su desarrollo dramático en el esti¬ramiento de las inevitables situaciones trágicas y afectivas, sino en la fidedigna y lógica evolución de una relación mater¬no-filial que se nutre de cotidianidad y de interacción sostenida.
    Tremblay crea dos personajes, muy bien leídos por el director Manuel González Gil, que son la madre y el hijo por anto¬nomasia. Y, en aras de esa universalidad, el autor teje una trama tan sencilla como impecable, en la que demuestra un domi¬nio técnico en la construcción de los diá¬logos, en la dosificación de los afectos y en la belleza de las reflexiones. Solá, como si fuera coser y cantar, interpreta el per¬sonaje del autor, en una concatenación de escenas sin apenas transición, cuan¬do es niño, cuando es adolescente y cuan¬do es adulto. Verlo es una maravilla. Blanca Oteyza, por su parte, logra inte¬grar admirablemente en su personaje todas las particularidades que definen a cada una de las madres que existen.
    El resultado que podemos disfrutar es una memorable función donde todos los espectadores -y son muchos los que aba¬rrotan la sala cada día-, sean de la con¬dición social que sean y tengan la edad que tengan, ríen, lloran y se emocionan profundamente; porque todos, de algu¬na manera, se ven esa noche subidos al escenario. Raúl Losánez. LA GACETA. Calificación: * * * * *

  141. La obra ideada y escrita por Michael Tremblay, dirigida por Manuel González Gil e interpretada por Blanca Oteyza y Miguel Ángel Solá se convierte en un elogio y una alabanza a la suma de esfuerzos, luchas, sufrimientos, penas y como no, alegrías y satisfacciones que jalonan la vida de cualquier familia, basándose en la especial relación entre un hijo y su madre.
    Por el placer de volver a verla es una obra especial. En ella el tiempo escénico y los minutos se transforman, se transmutan en una experiencia de los sentimientos a flor de piel. En poco más de hora y media seremos testigos de algunos de los momentos y en los que se basó, desde su infancia, la vida familiar de Miguel, un afamado autor y director teatral, en la que la figura predominante no es otra que la de su madre, muerta a una edad temprana.
    La alabanza de Tremblay se entiende al poco de empezar la función. La figura maternal presente en la obra ha marcado, desde bien pronto, la vida, el amor, el trabajo y el futuro de Miguel, gracias a la relación especial establecida entre los dos miembros de la familia.
    Y no es más que una personificación teatral de algo que está presente en todas (o eso es de esperar) las familias del mundo. Es la figura de la madre la que marca el inicio (y las restantes etapas) de la vida de cualquier hijo. Las preocupaciones, desvelos, maquinaciones e intenciones de una madre en relación a sus hijos, a sus queridos hijos. Es este sentimiento, esta relación, este amor el que transpira a lo largo de toda la obra.
    A través de diferentes escenas traídas al escenario por medio de la memoria, y por lo tanto, incompletas y selectivas, veremos los vínculos familiares desgranados entre Miguel y su madre. Desde las primeras “broncas” y castigos infantiles y merecidos, a la propia enseñanza literaria que esta madre ofrece a su hijo; desde las polémicas literarias y vitales a las idas y vueltas al teatro; desde el distanciamiento juvenil a las discusiones familiares y como no, al planteamiento de la muerte y del futuro.
    La obra apela a la figura de la madre, de cualquier madre, y al sentimiento. No es extraño vincular cada una de las escenas a la propia vida de los espectadores. Por el placer de volver a verla se convierte así en un catalizador emocional en el cual el público puede salir de sí mismo y viajar, trasladarse al pasado, al presente y recordar y revivir su propia experiencia familiar y maternal y emocionarse con ella.
    Todo esto esta dispuesto en escena de forma elegante. Un escenario casi vacío nos obliga a fijar nuestra atención en los personajes y en la relación que se establece entre ellos. Tan sólo unas piezas cubiculares casi inmateriales y el mínimo atrezzo posible permiten al director y a los actores centrar el discurso y simular el efecto de la memoria, en la cual personas y recuerdos están enmarcados en una niebla física que lo delimita y concentra todo. Los juegos de luces de una gran pantalla le acaban de dar al escenario un toque de ensueño e irrealidad perfecta, la única luminosidad válida para alumbrar algo tan importante como el recuerdo de una madre.
    Blanca Oteyza y Miguel Ángel Solá interpretan a los únicos personajes de la obra a través de las diferentes etapas y edades a las que el tiempo nos obliga a todos a transitar. Oteyza personifica a la madre perfecta (como el recuerdo de cualquier madre obliga a recordar), un personaje luchador, convincente, dialogador, amante de la vida y de la cultura, sobre todo de la literatura (de segunda fila) y del teatro, pero aún más de su familia. Una Oteyza espléndida, como cualquier madre. Por su parte Miguel Ángel Solá da vida a uno de sus hijos, Miguel, que pasará, como cualquiera de nosotros, por todas las etapas vitales, emocionales y formativas, en las que su madre jugará un papel muy importante. En su interpretación, y como no podía ser de otra forma, Solá se reduce, se hace pequeño, para poder homenajear a la verdadera protagonista de la obra y de la vida de todos nosotros, y proporcionarle toda la atención posible.
    Un lujo emocional.
    La excepcionalidad sentimental de la obra me obliga a comentar una última cosa: el impacto que este estreno ha tenido en la propia web. Aunque la información en http://www.indienauta.com está abierta a los comentarios de los usuarios, son muy pocas las veces en las cuales estos hacen un uso masivo de esta posibilidad. Una de estas ocasiones se ha producido con Por el placer de volver a verla, en la que no sólo se han sumado 39 comentarios a la información de la obra (a día de hoy), sino que si alguien se detiene a leerlos, observará las alabanzas de cada uno y todos ellos sobre la obra. Un caso excepcional que debe de ser un motivo más para obligar a quienquiera que lo lea a salir de casa y dirigirse al teatro.

  142. “Lo que no supimos decir nos dolerá eternamente y sólo el valor de un corazón abierto podrálibrarnos de esta congoja. Nuestros encuentros en la vida don un momento fugaz que debemos aprovechar con la verdad de la palabra y la sutileza de los sentimientos” (Escrito por Susana Tamaro en ‘Donde el corazón te lleve’) Supongo que Tremblay quiere contarnos eso mismo con su obra, magnífica, inteligente, tierna, clara y bonita como pocas. Maggie has hecho una crítica sutil y llena de cariño incondicional. Bravo por la página. Mi enhorabuena. Maga.

  143. Hola, quería transmitir al Teatro Amaya y por supuesto a los actores Miguel Ángel
    Solá y Blanca Oteyza mis felicitaciones por el resultado de la obra teatral
    Por el placer de volver a verla. He tenido la suerte de llegar a verla en octubre gracias a que la volvisteis a representar y voy a tener la suerte de experimentar el placer de volver a verla y a verlos porque alargáis la representación hasta enero. Hay pocas cosas en la vida que te den tal sabor de boca como una buena obra de teatro, una buenísima interpretación y un mensaje hermoso y simplemente vital, como el de dicha obra: “alguien es único cuando crea en el otro el placer de volver a verle”. Gracias por poner voz, gestos y espíritu a los personajes que durante una hora y media me han hecho, sencillamente, feliz. Saludos, Alicia.

  144. EL AIRE LIBRE DEL GRAN TEATRO.
    Hay días en los que la calle es una encerrona y hay que salir de ella para encontrar el aire libre. El pasado fin de semana fue el ejemplo perfecto de lo que digo y poner un pie en la calle era meter la mano en un avispero, con la algarabía, el gentío, con la profusión y confusión de banderas, de convicciones, ilusiones, falsetes, con la falta de horizonte (la masa no es transparente)… En fin, no era fácil encontrar entre las muchedumbres dueñas de la calle un agujero por el que salir de ella, una puerta hacia la singularidad, una silla, digamos, desde la que ver o paladear una idea, un sentimiento que no estuviera reblandecido por la salivación de políticos y/o embaucadores.
    De mí puedo decir que la encontré el sábado, pero podría haber sido también el domingo. Me refiero a la puerta para salir de la atestada calle y encontrar el aire libre. Era la puerta del Teatro Borràs, donde se representa una obra de título imbatible: “Por el placer de volver a verla”. Frente a la aglomeración de fuera, allí, en la escena, sólo había dos personas, él y ella, pero no necesitaron más que unos cuántos minutos para multiplicar por cien la autenticidad, la idea, el sentimiento y el vínculo con el meollo con el ser humano, que no es, precisamente, algo que pueda ser envuelto un día o dos, o más, en una bandera, sea bicolor, tricolor, de barras, con o sin estrellas…
    Una vez allí, e el teatro, el actor Miguel Ángel Solá consigue reducir toda la complejidad del mundo a algo tan delgado y transmisor como un cordón umbilical: la evocación (quizá, invocación) de la madre, al espíritu, la personalidad, el carácter y la cháchara de quien quiso convertir tus naipes en castillo, una palabrería y una personalidad a las que les da cuerda Blanca Oteyza llevando la escena a ese terreno limpio, aromático, recién horneado de la añoranza. Un prodigio en la escena. Solá, su personaje, empequeñece de nostalgia, mientras que Oteyza, su evocación, crece y florece con el riego aspersor de la melancolía. Decía ayer Solá en una magnífica entrevista que a nadie le gusta ser menos de lo que fue. Lo decía de sí mismo, a propósito de unas rajaduras de tristeza que se le han quedado pegadas en la cara tras sus dos graves accidentes y sus secuelas, pero tal corolario, tal inapelable verdad, tiene su mejor lectura y su mejor versión en el propio placer de verlos en el Teatro Borràs, donde de un modo sencillo, entrañable y fascinante te muestran el camino para comprender y aceptar lo que eres mientras miras con los ojos vueltos a lo que eras.
    Y así, por escapar de la farsa callejera, es como uno fue a caer en el gran teatro.
    Oti Rodríguez Marchante. Barcelona.

  145. Estos extractos de las críticas que hemos ido cosechando son parte del legítimo orgullo que despierta un trabajo hecho pensando en el teatro, y creyendo en la necesidad de un público deseoso de acceder y compartir una función destinada a todos, hasta a aquellos que creen que todo lo han visto ya, que el teatro no es capaz de aportarle una nueva sorpresa. Creemos en esta manera de hacer teatro, impongan lo que impongan los tiempos. Pronto estaremos en vuestra ciudad con el deseo de que disfrutéis como nosotros de Por el placer de volver a verla.

    LA DIFÍCIL SENCILLEZ. *El placer, en compañía de la palabra teatral, tiene en Tremblay, en Solá y en Oteyza a tres cumbres.* Pedro Barea. El Correo Vasco de Bilbao.

    DON Y VIRTUD DEL ARTE DE INTERPRETAR. *Hay belleza en la simplicidad cambiante, en las emociones contenidas y hay una belleza emocional en la interpretación en verdad apabullante. Gracias por el inmenso placer de volver a veros.* Javier Villán. El Mundo.

    EL PLACER DEL PÚBLICO. *Un teatro intimista y de sentimientos, con sensibilidad, sencillez y suave humor, que dota a la vida de sentido y deja en el espectador ganas de volver al teatro.* Marc Llorente. Diario Información de Alicante.

    DE PUTA MADRE. *Atenazo el exabrupto coloquial de la protagonista por su definidora síntesis crítica. Excepcional Solá. Extraordinaria Oteyza. Magnífica dirección de González Gil. Una joya deslumbrante.* Martínez Sevilla. El Ideal Gallego.

    OTRA NOCHE EN EL EDÉN. *De nuevo ríe el público y se emociona y comulga con las vidas, historias y sentimientos. Oteyza brilla con una luz especial en esta función, su Nana es un regalo para el público.* Miguel Ayanz. La Razón.

    MAMÁ EN EL PARAÍSO. *Esta bella historia, tan bien contada, bajo una dirección esencialmente cautivadora, nos arrulla, nos compromete, nos arrebata y nos emociona.* Carlos Gil Zamora. Revista Artez.

    EL PLACER FUE MUTUO. *Hacía mucho que no reía y lloraba -casi al mismo tiempo- sentada en la butaca de un teatro. Por una noche ganó el teatro y fue en el Rojas.* Cristina Martínez. La Tribuna de Toledo.

    EMOTIVO VIAJE AUTOBIOGRÁFICO. *Apabullante sencillez estructural, con grandes dosis de humor y ternura. * César López Rosell. El Periódico.

    CALIDAD Y SENSATEZ. *No es una obra para alargar la tarde ni para matar el rato. Es una pieza redonda. Para reír, para llorar, para pensar.* Mikel Bilbao. El Correo Vasco de Vitoria.

    ENTRE LA VERDAD Y LA REALIDAD. *Y por encima de cualquier aspecto del montaje, está el más rotundo y atractivo: la excelente interpretación de dos actores.* Rosana Torres. El País.

    POR EL PLACER DE VOLVER A VERLOS. *Trazos llenos de ternura, de humor, de mimo, de cariño, de melaza, de amor, que dibujan un lienzo acariciador.* Julio Bravo. ABC.

    PALABRAS DE LAS QUE NO SE ESCAPA. *Una rebeldía contra el olvido. Nadie pudo huir de semejante nudo emocional. Llorar, soñar, reír, ¿qué más se le puede pedir al teatro?* Javier Durán. La Provincia.

    EL ARTE DE INTERPRETAR. *Lo magistral de esta obra es que, sin más herramienta que la palabra, anoche, hubo risas, lágrimas y un final sorprendente y de lo más emotivo en el que los sueños entraron en conflicto con la realidad. Pero, sobre todo, hubo interpretación.* Sara Cuesta. La Voz se Galicia.

    MORIRSE ES UNA ESTUPIDEZ. *Solá se mostró enorme, y Oteyza se agrandó en cada escena en la que insuflaba vida a esa madre que fue todas las madres.* Saúl Fernández. La Nueva España de Avilés.

    QUERIDA MAMÁ… *González Gil dirige con pulso sensible esta comedia emocionada y emocionante. Miguel Ángel Solá y Blanca Oteyza se complementan a la perfección y otorgan peso y credibilidad a unos personajes coloreados con el pincel de la nostalgia.* Juan Ignacio García Garzón. ABC.

    ¡MÁGICO TEATRO! *Esta obra aprovecha la magia de un escenario para ir transportando a personajes y público a través de pequeñas y paradójicamente profundas emociones.* Óscar Romero. Diario Sur.

    LAS BUENAS INTENCIONES. *La exquisita dirección de González Gil, teñida de una calidez humana acorde, desemboca en dos grandes interpretaciones. A Solá le sobran tablas. Oteyza roza la perfección.* Santiago Fondevila. La Vanguardia.

    POR EL PLACER DE VERLOS. *Magistralmente interpretada, la función se transforma en un viaje a lo más profundo del corazón humano.* Walter Medina. Y Málaga.

    LA SUTIL DIFERENCIA ENTRE LA VERDAD Y LA REALIDAD. *Blanca Oteyza deja sobre las tablas un perfecto ejemplo de elegancia artística. Solá realiza un trabajo impecable, y es tanta su naturalidad que hace difícil distinguir donde comienza la actuación.* C. D. R. La Crónica de León.

    EL AIRE LIBRE DEL GRAN TEATRO. *De un modo sencillo, entrañable y fascinante te muestran el camino para comprender y aceptar lo que eres mientras miras con los ojos vueltos a lo que eras.* Oti Rodríguez Marchante. ABC.

    POR EL PLACER DE REÍR Y LLORAR. *Una memorable función donde todos los espectadores, sean de la condición social que sean y tengan la edad que tengan, ríen, lloran y se emocionan profundamente; porque todos, de alguna manera, se ven esa noche subidos al escenario.* Raúl Losánez. La Gaceta.

  146. Pura vida.
    “Por el placer de volver a verla” es toda una vida, un bolero de madre e hijo, como un corazón escénico que late y bombea sentimiento. Que lanza al espectador a tantos lugares en común, que no hay tregua para la rutina. Porque la vida vivida es el presente encadenado de padres e hijos que serán padres e hijos que serán padres… Y así hasta el final de los tiempos. Sí, pura vida.
    “Por el placer…” es un canto a al encanto del intento. A las frases que nunca se dijeron y que, por ese silencio sobrevenido, son las que de verdad cobran vigencia. Están presentes sin reproches, porque ese espacio en blanco que separa nuestras frases es una parte, igual de importante, del guión pendiente, siempre por escribir, que es la vida.
    En “Por el placer…” hay teatro dentro del teatro, como ejercitado experimento que da la mano al espectador para que intuya, asista, al segundo que precede al momento en que comienza el acto de crear e interpretar. Pero, más que artificio teatral, hay sinceridad, esto es, artefacto teatral. Pocas veces la cuarta pared es tan del público sin perder el respeto esencial a los códigos del teatro. Casi nunca ocurre lo que pasa aquí: que el recurso artístico está al servicio de la historia y de los que la ven.
    Blanca Oteyza pasa como un ciclón cálido que atraviesa la obra como ser reconocible. La madre habla. Ella interpreta lo inolvidable. Lanza al público la pelota de la memoria compartida. Reconstruye en cada butaca lo que algún día pasó para ser siempre presente. El espectador coge ese balón por encantamiento y bota con los recuerdos de los tiempos de la ilusión. El hijo escucha el porvenir.
    La madre e hijo que son Blanca Oteyza y Miguel Ángel Solá reescriben la generosidad mutua que ya pasó y que solo volverá cuando otros vayan sumándose a la obra. Esto es el antes que Gil de Biedma retrató con aquello de: “Que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde.”
    Una historia de amor de esas que piden a susurros: reloj no marques las horas. Una historia de amor de madre. Una historia de puta madre.
    F. R. A.

  147. El pasado jueves 2 de marzo asistí en la Sala Trajano de Mérida a una interpretación sublime de Miguel Ángel Solá y de Blanca Oteyza, en la obra “Por el placer de volver a verla” de Michel Tremblay y dirigida por Manuel González Gil.
    Una obra emotiva donde el amor de una madre es el hilo conductor de la obra. Se nos cuenta la relación de un hijo y una madre, Nana, mediante los recuerdos de momentos intensos que nos pasan en la vida.
    La obra busca conmover al espectador y ciertamente lo hace, pasas por momentos de risas, complicidad, emoción y pena, acabas llorando. Una obra que despierta sentimientos, un viaje a lo más profundo el corazón humano. Muy interesante con una interpretación magistral.
    http://www.gabifem.com/2011/03/por-el-placer-de-volver-verla.html

  148. De pequeño mi madre me enseñó que en esta vida todo merece un esfuerzo, que nada viene por obra o gracia del espíritu santo, que en el futuro serás todo aquello por lo que estés dispuesto a luchar, que la familia es lo único que perdura y que el tiempo arrasa con el resto. Me advirtió que la gente viene y va, que hay que aprovechar el presente y sobretodo, que hay que querer, aprovechar cada momento y entender que los cambios vienen de forma tan intempestiva que apenas te da tiempo a saborearlos. Siempre me ha animado a soñar sin basarme en utopías, a buscar mi camino, luchar por lo que es mío y tener en cuenta que la satisfacción no sólo llega cuando se ha cumplido con las aspiraciones y deseos personales, sino también cuando se ha hecho feliz a los demás. Me ha acompañado durante todo mi proceso de maduración y ya ha advertido que siempre va a estar a mi lado.
    Por eso entiendo a Michel Tremblay, dramaturgo y escritor canadiense que realiza un retrato apasionado de su madre en “Por el placer de volver a verla”, una obra que se representa en el Teatro Amaya de Madrid desde el pasado 24 de Marzo. Voy a intentar contar poco sobre ella puesto que, en este caso, lo más recomendable es ir al teatro a verla y, si ya se ha visto, volver otra vez. Quizás se puede decir que sólo hay dos personajes en escena que se quieren dentro y fuera de las tablas, que hablan durante casi dos horas sobre las relaciones humanas y tienen el atrevimiento de meterse sutilmente en la personalidad y la conciencia del público. Uno de ellos es un escritor que vive prácticamente en la ficción, como tantos de nosotros, para no hacer frente a varias dudas, indefiniciones y a su propio proceso de madurez. El otro es Nana, la mujer más importante de su vida, que lo acompaña durante los diez años que narra la obra con admirable valentía.
    El texto de Tremblay es de una calidad narrativa impagable, explora las noticias que nunca vemos en los medios pero que existen, como la capacidad de soñar, la frustración, el amor y el olvido, a través de un discurso sobrio y definido que consigue que el espectador crezca viendo esta obra. La actriz Blanca Oteyza mantiene una interpretación rigurosa apoyándose en los cambios de vestuario, sus entradas y salidas del escenario y la interpretación exagerada que requiere su carácter. En mi opinión, su mayor mérito radica en haber universalizado su personaje, con el que consigue que se identifiquen todas las madres. Por otra parte, el actor argentino Miguel Ángel Solá pone el teatro a volar por encima del resto de la ciudad metido en la piel del escritor. Rara vez se puede asistir en el teatro al espectáculo de un actor como este, que mediante el contacto visual, los gestos y la voz, desprende un magnetismo que indaga de lleno en las frustraciones y la ambición de los que se sientan en el patio de butacas. Cómo extrañaba apasionarme por algo y dejarme llevar por un torrente interpretativo como este.
    La crítica ha alabado la obra pero también hay un grupo de detractores que argumenta falta de acción, personajes que no evolucionan y que acaban por convertir la representación en repetitiva y perfectamente calibrada. Pero incluso los que hablan de un teatro a medida para las masas reconocen la inaudita habilidad para controlar los sentimientos del público, que se entrega al torrente escénico de sus dos intérpretes. Podría decirse que durante la función Solá hace malabares con las emociones, en esta obra que ha sido calificada de pura inteligencia emocional.
    Domingo 10 de Abril de 2011 18:02 Guillermo Aroca http://www.doze-mag.com/index.php/vortice/577-michel-tremblay

  149. “Por el placer de volver a verla”, una, dos, tres….mil veces
    La magia del teatro vuelve a hacerse realidad en el madrileño Teatro Amaya gracias a Miguel Ángel Solá y Blanca Oteyza.
    El amor de madre (Nana), la admiración del hijo (Miguel) y su relación, desde la infancia hasta la muerte. Ese es el discurso narrativo de “Por el placer de volver a verla”, un camino salpicado de sentimientos universales, sensaciones cotidianas, encuentros y desencuentros, la pérdida, la memoria, la pena, la alegría.
    Todo esto y (por suerte) mucho más es lo que nos ofrece esta expresión máxima de la genialidad del teatro, un regalo mágico gracias a tres inmensurables: Miguel Ángel Solá (el hijo), Blanca Oteyza (la madre) y Manuel González Gil (el director). Una cita ineludible de la que, por ahora, podemos disfrutar en el Teatro Amaya.
    Una puesta en escena sin adornos (seis cubos que operarios convierten, allí mismo sobre el escenario, en un tren, una azotea o un salón… y un ciclorama que maneja el color de las emociones que durante casi dos horas invaden y seducen al espectador); un texto de Michel Tremblay y un único mensaje: el amor, tal vez la única razón que nos permite volver a quien ya no está, sentirlo, abrazarlo, hablarle, susurrarle, demostrarle cuánto nos duele su ausencia.
    Una obra en la que volvemos a disfrutar de la ya sabida maestría de Miguel Ángel Solá, pero en la que, más que nunca, descubrimos a una Blanca Oteyza soberbia, grande. Y una ocasión más de contemplar su complicidad, la que les une en el día a día y la que les ha permitido, con su anterior obra, “El diario de Adán y Eva” robar el corazón a espectadores de aquí y de allá, de este y el otro lado del charco, durante diez años.
    Por el placer de volver a verla
    Una obra que ya lleva dos años por España, haciendo las delicias del público. 18-abril-2011 Mar Cárpena
    “Por el placer de volver a verla”, una, dos, tres….mil veces | Suite101.net http://www.suite101.net/content/por-el-placer-de-volver-a-verla-una-dos-tresmil-veces-a49250#ixzz1KGZKeDeB

  150. No us perdeu “Por el placer de volver a verla”!
    La consigna és l’amor en «Por el placer de volver a verla», l’obra de Michel Tremblay, que Miquel Àngel Solà i Blanca Oteyza representen aquesta temporada. Una peça construïda des dels records. Ens retrotrau a un món que passa per la infància del protagonista i ens mostra una mare tendrament melodramàtica, que transmet el seu fill valors que li serviran per a la seva formació i dedicació en la seva vida futura. En aquesta peça no existeix el drama ni el esquinç emocional, sinó la mesura exacta per fer-nos somriure o deixar-nos lliscar una llàgrima de tant en tant. L’actuació de Miguel és una mostra fefaent de la seva professionalitat i experiència ancestral que envaeix la sala amb la seva màgia. Blanca ens encanta amb aquesta mare tendra i comprensiva i dóna mostres de la seva maduresa com a actriu. És un feix de llum que lumina amb energia pròpia. Una obra que recomano especialment, veure-la com un exercici de desintoxicació mental i com un aliment sa per l’ànima. Susana Villafañe. http://www.moncomunicacio.com/arxiu.htm

  151. POR EL PLACER DE VOLVER AL TEATRO. Hacía tiempo que no iba al teatro y ayer acudí, por casualidad y sin ningún tipo de expectativas, a no ser la de pasar el rato, a ver «Por el placer de Volver a Verla». Me regalaron la entrada y la verdad ni me moleste en saber de qué iba, quién actuaba o de que género se trataba. Es más cuando vi el cartel con sólo dos actores, no me hizo mucha gracia, sólo pensé en que las últimas obras que había visto me habían defraudado soberanamente. El reencuentro con este medio no pudo ser mejor. «Por el Placer de Volver a Verla» es una historia de amor, de un grandísimo amor, entre un hijo y su madre. Es una historia sencilla, simple, cotidiana, con trazos de humor y sobre todo, una obra que desde el primer momento te llega al corazón por su ternura y que te emociona. Te emociona mucho y constantemente… Vamos, que ríes pero también lloras, porque consigue que nos identifiquemos con el relato, que reconozcamos las situaciones, que sonriamos con las típicas frases de madres, en fin que compartamos la nostalgia del personaje por su madre, porque en definitiva el éxito de la obra radica precisamente en que nos reconocemos en lo que estamos viendo. Los actores están estupendos, llenando un escenario prácticamente desnudo. «Solá» logra traspasarte al hablar de ella, con sus gestos y su voz una emoción profunda. Le reconozco el mérito, no me gustan las monerías, y en ningún momento se pierde, no se como decirlo, la elegancia. «Oteyza», a la que no conocía, me encantó también, haciendo de madre de la forma más convincente. En fin, dos actores en un escenario desnudo, teatro puro y duro. Finalmente, sólo reseñar que he descubierto un autor, «Michael Tremblay», y espero poder conocer su obra. En definitiva, un fantástico reencuentro con el teatro y deseando repetir el placer. http://mondoxibaro.blogspot.com/

  152. SENCILLEZ Y AUTENTICIDAD.
    Por el placer de volver a verla nos sumerge en la presencia vital de alguien insustituible, alguien único, presente a lo largo y ancho de nuestra vida, nuestra madre. Nuestra madre en mayúsculas, en términos de relación, más allá del primer grado de consanguinidad. Así Miguel Ángel Solá (quien se muestra magistral en los diferentes cambios de registro, de roles y de edades que interpreta) en el papel de Miguel, nos invita en un escenario vacío, a ser partícipes del discurrir de su vida, jugando a narrar como creador de la obra que presenciamos y a interpretarse a sí mismo desde su más tierna infancia hasta la vida adulta, bajo el paraguas y la presencia de Nana, su madre. Una madre natural, parlanchina, cariñosa, dulce, sabia, disciplinada y exagerada en sus enfados, bien llevada por Blanca Oteyza que imprime el carácter que necesita el personaje. La trama aborda, de esta manera, una serie de escenas entre cotidianas y transcendentes que provocan unos diálogos entrañables, discusiones existencialistas, debates cálidos, que son aprovechados por Miguel y Blanca para crear unas situaciones que no por ingeniosas dejan de tener un sabor cómico a la vez que emotivo, humano y reflexivo. Con un emocionante texto de Michel Tremblay, sencillo y auténtico, sólo dos actores, un ciclorama que aporta un color diferente a cada escena y un atrezzo mínimo se da soporte a unas interpretaciones que logran transmitir sutilmente unas fuertes emociones tanto a través del lenguaje corporal, desarrollado con total naturalidad y credibilidad, como de una proyección vocal que consigue adaptar de forma soberbia la modulación de la voz a cada momento en que se sitúa la escena, ya sea alegre, triste, de abatimiento… La música, suave, y dulce, envuelve el escenario con una sutileza acorde a la ternura de la historia. El espectador no puede abstraerse y dejar de rememorar su infancia, su adolescencia y su madurez con la presencia de cada una de nuestras madres en cada etapa vivida. El resultado final no podría entenderse sin la soberbia dirección de Manuel González Gil que consigue una total empatía entre el espectador y los personajes, como si la cuarta pared no existiese. MIGUEL LOPOTT | Madrid, 24/04/2011 | Cultura. http://www.buscamusica.es/contenido.php?id=1492

  153. Algo maravilloso, INSUPERABLE. ¡Qué texto, qué actores, cuánta ternura!Algo así hace que te guste el teatro un poco más.Te hace reir, llorar, pensar y reflexionar. La ví en el teatro Amaya en Madrid. Espero que venga a Oviedo para sentir el PLACER DE VOLVER A VERLA.

  154. Por el placer de volver a verla… Y no me estoy refiriendo al título de la obra de Michel Tremblay que se representa en el Teatro Amaya. Hablo de la sensación que esta obra deja en el público una vez baja el telón. En realidad la pieza teatral no va de nada en concreto y sin embargo trata acerca de una figura esencial para todo ser humano: mamá.
    El planteamiento es muy simple: un hombre que recuerda los momentos más significativos que pasó con su madre. Esta sencillez es la que ha caracterizado a las grandes obras de la Historia: los celos, un amor imposible, el instinto superviviente, la vanidad… La clave de una obra maestra, como dijimos cuando analizábamos Falstaff, nunca está en el qué, sino en el cómo. Y sin duda, Por el placer de volver a verla contiene todos los elementos para no pasar desapercibida en los próximos 300 años.
    No ha habido un solo espectador que haya sido capaz de pensar en algo que no fuera la relación de un hombre, cuyo nombre siquiera es relevante, con su mamá. Con una mamá cualquiera, aunque en este caso sea la suya. Es magistral la manera en que universaliza el carácter de una madre sin pasarse a lo tópico, a lo manido. Solo voy a desvelar un mini-diálogo para que veáis lo que quiero decir. El hijo: “Mamá, tu receta de endivias con bechamel quedaría mejor si tuviera algo más del elemento que le da nombre al plato y menos del que lo adorna” La madre contesta: “¿Hay alguna cosa en 19 años que te parezca que haya hecho bien?”.
    Dramática, exagerada, teatrera e incluso sarcástica como única forma de afrontar la realidad, resulta a la vez humana, protectora y leal. Constante en el apoyo, fiel en el cariño, cansina con la educación… Simplemente mamá. Miguel Ángel Solá interpreta con una versatilidad encomiable a su mismo personaje en distintas edades. Curioso ver cómo un señor de 60 años juega a ser un niño de 11. Asombroso cómo el público se prende en el juego y ve a un nene tratando de zafarse de una mamá enojada que lo reta por alguna travesura sin intención. Blanca Oteyza también interpreta bien a Nana, la madre. Mejora a medida que va avanzando la obra y acaba por convertirse en un personaje entrañable, frágil en su fortaleza y tierno en su inflexibilidad.
    Emotiva, conmovedora, muy bien escrita y mejor dirigida, Por el placer de volver a verla es de esas obras que cualquiera que tenga una mínima sensibilidad artística no puede perderse. Nunca he creído en el día de la madre. Considero que la simple circunscripción del homenaje a una persona, sean enamorados, amigos o hijos, a un solo día es absurdo. Hoy he salido del Teatro Amaya pensando “qué buen regalo para mi madre. Qué forma tan apropiada de decirle que la quiero”. Ya sea para rendirle un pequeño homenaje el próximo 1 de mayo, o simplemente por el placer de hacerla feliz, id a ver con ella esta magnífica obra. Expresadle vuestro amor ayudados por esta obra de teatro y será la más bella de las verdades que podréis regalarle.
    María Cappa. Publicado: 28-04-11. http://onceu.es/tiempo-libre/2968/Por-el-placer-de-volver-a-verla

  155. POR EL PLACER DE VOLVER A VERLA (MADRID, PRIMAVERA EUROPEA 2011)
    Escrita por el canadiense Michel Tremblay y dirigida por el argentino Manuel González Gil, tiene como excluyente reparto al primer actor Miguel Ángel Solá y a Blanca Oteyza encarnando a ese primordial sujeto tácito que da título a la obra.

    Sorprende que un hombre que ya cumplió sesenta años pueda convencerme, desde los primeros minutos, que puede ser un niño de once años y que su actuación no roce el ridículo, ni mucho menos. Solá lo consigue, y no sólo eso sino que podrá, con diferencia de apenas segundos, salir de esa etapa evolutiva y pasar a describirse a él mismo en esa situación, ya en la edad adulta, y todo, con absoluta naturalidad, actuando como si estuviera en el living de su casa frente a algunos amigos, nada más que en este caso lo hará a sala llena en el madrileño Teatro Amaya. En realidad, por momentos, costaba distinguir si era el actor que actuaba, o era Solá contando su propia vida, de tan convincente.

    Vi por primera vez a Solá hace treinta años, en mi Rosario natal, cuando llegó al Teatro El Círculo estelarizando Equus, una pieza que no olvidaré jamás por cumplir con el originario cometido teatral de hacer reflexionar, pero también por la performance de un joven actor que se veía como un astro en ciernes. Muchos años después, presencié en varias oportunidades El diario de Adán y Eva, tanto en Rosario, como así también en Mar del Plata y en Buenos Aires. No debe ser casual que todavía conserve, en vhs, la versión televisiva que se emitiera, por entonces, en un canal de cable. Las actuaciones de Solá me conmovían, me convencían, me movilizaban. Ya como periodista, lo conocí en una entrevista exclusiva que yo hiciera para LT3, en la que me explicó que le daba lo mismo, como actor, hacer de Valdéz Cora que de Salvador Mazza, dos polos extremadamente opuestos como modelos de personas, siempre y cuando pudiera hacer el mejor Valdéz Cora y el mejor Mazza posibles. Respuesta que da un actor de raza, y no una figura de moda.

    Me sorprendió ver que se promocionaba POR EL PLACER DE VOLVER A VERLA como una comedia. A lo sumo, comedia dramática, sino propiamente un drama que, además de ser en sí mismo un homenaje al teatro, exhibe la necesidad de un guionista de elaborar toda una representación teatral para satisfacer su necesidad de reencontrarse, imaginariamente y por lo que dure la obra, con su madre, ese personaje arquetípico y fundante, y que todavía ama intensamente. Asimismo, que se dijera que lo más valioso de la obra es Solá actuando. Puedo afirmar que el texto es bueno e ingenioso, y que la Oteyza alcanzó madurez plena como actriz, para hacer con ductilidad de una madre muy especial (como todas las madres) en sus diferentes momentos, y con una profundidad única en la sabiduría de los que no se formaron en los claustros pero que la tienen clara acerca de qué puede tratarse la vida, aún entre exageraciones y excesos, entre ternura materna y admiración filial.

    De puesta minimalista, con escenografía de ciclorama y utilería desmontable, impecable dirección y actuaciones memorables, Por el placer de volver a verla es una de esas obras para ver en buena compañía y no olvidársela nunca (a la obra).

    No. No se trata de Bernarda Alba, ni del Caballo de Troya ni de Un Tranvía llamado Deseo, como bien advirtiera Miguel al inicio de la función. Es, simplemente teatro del bueno. Del muy bueno. Por si fuera poco, hasta esta noche de Por el placer… sólo Alfredo Alcón había conseguido que el crítico se desbordara y se quedara sin aire por casi una obra entera. En esa categoría ya entró Miguel Ángel Solá.

    Queda poco hasta el próximo 2 de julio, día en el que bajará de cartel del Amaya. Sería imperdonable perdérsela.

    Ernesto Edwards, Madrid, 9/04/11. http://www.fotolog.com/filorocker/46253335

  156. Por el placer de volver a verla, de Michel Tremblay
    Se suele decir que no descubrimos el valor de las cosas hasta que las perdemos. No seré yo quien lo niegue, pero lo cierto es que a menudo, siendo la memoria del ser humano tan frágil, ni siquiera nos damos cuenta del valor de lo que perdimos hasta que lo reencontramos. Ese es mi caso. Tras varios años de olvido me he vuelto a citar últimamente con el teatro, y claro, ahora no consigo recordar por qué le di la espalda tanto tiempo.
    Ya disfruté sobremanera hace unas semanas, cuando asistí a la representación de “Al final del arco iris”, una obra teatral para la que escribí una sucinta entrada en este blog. Posteriormente, he tenido la inmensa suerte de que una buena amiga, incondicional de Miguel Ángel Solá, me sugiriera visitar el teatro Amaya para disfrutar de la actuación del actor argentino en “Por el placer de volver a verla”, pieza teatral escrita por el canadiense Michel Tremblay hace más de una década. Al final, ambos, ella y yo, acabamos la función maravillados, no sólo por el carisma y el buen hacer de Solá, sino también por una magnífica Blanca Oteyza y, en definitiva, por lo que resultó ser una obra de teatro extraordinaria.
    Si el tema principal de la obra prometía que íbamos a vivir una representación interesante, su comienzo vino a anunciar una sorpresa aún más agradable. “Por el placer de volver a verla” muestra la relación de un hijo con su madre a través del recuerdo, pero ya desde las primeras frases se intuye un tema complementario. La obra gira en torno a pequeños momentos compartidos por madre e hijo, pero el sustrato de esos momentos conforma un bello canto a la capacidad de elaborar historias, a la imaginación como fomento del crecimiento y educación de los hijos y, en definitiva, a la ficción y al propio mundo del teatro.
    La memoria siempre miente, dulcifica la realidad vivida y nos muestra una visión falsa pero tal vez necesaria de nuestro pasado. Por ello, quizás, el público no llegará a conocer nunca a la verdadera Nana, oculta aquí tras la mirada embellecedora de su hijo. Pero qué importa. La imagen de la madre que presenta el autor es, a pesar de sus peculiaridades, gratamente identificable. Su preocupación, sus prontos, sus exagerados argumentos le llegan al espectador de la función como un sentimiento querido, en algunos casos por puro reconocimiento familiar. Ese contacto tan íntimo es, seguramente, una de las causas de la enorme emoción que provocan tanto los momentos cómicos como los dramáticos, pues de ambos hay.
    Nana es una fabuladora, y como tal, cría a su hijo en el gusto por la creación de ficciones. Ese argumento da pie a la bipolaridad de la función, que navega entre la relación familiar y la devoción por el teatro, que se ofrece al final como desembocadura de ambos. Solá abre la función como quien improvisa, mencionando a Chéjov, a Bretch y a Lorca, anunciando ya desde el principio que si bien su idea es la de recuperar el recuerdo de su madre, el medio para hacerlo, el teatro, acabará imponiendo su mensaje. Si en el primer acto Nana y su hijo provocan la risa a carcajadas merced a sus ingeniosos diálogos, ella defendiendo sus increíbles historias, él respondiéndola con su precoz sensatez, es la literatura en sí la que se apodera de la parte intermedia de la obra. “Ya que los personajes desaparecen para el público una vez bajado el telón, ¿crees que, desde el otro lado, la gente deja de existir para los personajes?”, reflexiona la madre, abriendo la puerta de la metaficción.
    La conclusión de la obra supone un giro emocional para el espectador de 180 grados. Lo que comenzaron siendo carcajadas se transforman en llantos. Es aconsejable acudir a esta representación con un pañuelo o, al menos, con un paquete de kleenex en el bolsillo, pues las lágrimas afloran a los ojos con facilidad. El fallecimiento de la madre se funde con el trasfondo teatral para mostrar al público la intimidad de la muerte, representada por unos personajes que a estas alturas se han ganado el calificativo de entrañables. “La muerte es una estupidez”, le dice Nana a su hijo, y el patio de butacas llora con ellos.
    Cerrando el capítulo de las alabanzas, es justo no quedarse sólo en la maravillosa actuación de Oteyza y Solá, o en el excelente texto de Tremblay; también es obligado resaltar la dirección de Manuel González Gil y la apuesta por un espacio minimalista, que centra el protagonismo en los dos únicos personajes de la obra. El cambio de lugar de unos bloques de madera, que unos operarios mueven por el escenario mientras Solá simula improvisar su monólogo, van dando el relevo de un pasaje a otro. Un ciclorama situado al fondo aporta la profundidad necesaria a una puesta en escena cuya sencillez busca no distraer la atención de un público centrado en el carácter certero y directo de la actuación. Todo en la obra suma, nada resta, consiguiendo que el acabado final persiga un solo objetivo: la excelencia.
    “Por el placer de volver a verla” es, por todo lo dicho, una obra de teatro absolutamente recomendable. Miércoles 8 de junio de 2011.
    http://literaturaenlostalones.blogspot.com/2011/06/por-el-placer-de-volver-verla-de-michel.html

  157. Esta obra es útil al sentido de la vida, y es más que una comedia tierna y emotiva: es la voluntad de querer más allá de la muerte, es la derrota del tiempo como uso horario, es el estado de gratitud que permanentemente le negamos a la vida, es la luz colándose en los recintos más abandonados de los fundamentos de la vida. Una madre y un hijo hacen la historia del mundo. Quien lea en esta historia la esencia será un espectador feliz, inmune a la enfermedad de los espejos deformantes en los que nos vemos reflejados a diario. Soy terapeuta y creo que esta función vale lo que veinte sesiones de las que, con toda la capacidad que poseo, suelo dar. Arroyo Leyra

  158. Hay funciones que no deberían irse así como así de nuestras carteleras ni de nuestras vidas. Por el placer de volver a verla me ha hecho una pregunta que aún no logro responderme, pero que me pone en un estado de alerta feliz, y sigue removiendo en mi esto que soy con el alma puesta en lo que he sido y me reubica conmoviéndome. La he visto tres veces y volveré antes de que se vaya definitivamente. Lo siento, diga lo que diga quien sabe o no sabe de esto y sin querer entrar en polémica con nadie: esta función es fundamental para intuir el fin último del teatro. J. A.

  159. Ayer tuve la oportunidad de presenciar la representación de la obra teatral “Por el Placer de Volver a Verla”, de Michel Tremblay, en el Teatro Amaya, de Madrid. Esta versión española, obra de la compañía Loquibandia, mezcla, hábilmente y de una forma muy inteligente, el humor y el cariño con la ternura y la tristeza. Sin duda un interesante ensamblaje de sensaciones y emociones simbólicas que tocan la fibra. Dirigida por Manuel González Gil e interpretada por Miguel Ángel Solá y Blanca Oteyza, nos encontramos ante una obra de teatro, dentro del teatro, en la que sus actores están inmensos. Concretamente, el argumento está basado en la historia de un reconocido autor teatral, -también director y actor-, que propone aceptar que “alguien” es único cuando logra despertar en el otro el placer de volver a verle. En este caso, para él, ese alguien es su desaparecida madre, a la que recuerda con cariño. La verdad es que llego tarde para recomendarla, porque justo hoy se baja el último telón. Si alguien está a tiempo de poder ir a verla, que no lo dude. ¡Os animo a que lo hagáis! Espero que tras el verano vuelva a Madrid o gire por el resto de España, ya que es una obra muy interesante. Aunque supongo que será complicado porque ya ha estado en teatros de casi toda España, como, por ejemplo, de Andalucía, Galicia, Canarias, País Vasco, Castilla y León, Castilla-La Mancha, Asturias, Extremadura, Cantabria, Comunidad Valenciana, Murcia, Andalucía, Ceuta, etc. Por lo que si no es así, espero poder deleitarme con la actuación de sus actores en otra representación, próximamente. De hecho, hace varios años también pude ver otra obra de la misma compañía y actores: “El Diario de Adán y Eva”, de Mark Twain. En este caso fue en el Teatro Reina Victoria, de Madrid, “El Diario de Adán y Eva” también estuvo genial y salí con la sensación de que era una obra maestra.
    http://juanmagecolinas.wordpress.com/2011/07/03/por-el-placer-de-volver-a-verla/?utm_source=feedburner&utm_medium=feed&utm_campaign=Feed%3A+juanmagecolinas+%28Plumilla+berciano%29

Comentarios cerrados.