Walker Percy, el editor de la maravillosa La Conjura de los Necios, lo dejó dicho en el prólogo de dicha novela, le bastaba leer solo unas páginas de un manuscrito, a veces tan solo un párrafo, para saber si realmente aquello que estaba entre sus manos merecía la pena.
Siempre, y pensando en esto anterior, me he preguntado lo que sintió el editor que leyó el primer capítulo de Lolita; y no estamos hablando de John Ray Jr., doctor en filosofía y autor del prólogo, y que el inteligente de Nabokov se sacó de la manga para, como es de suponer, darle más fiabilidad a la novela. Imagino al editor (he buscado su nombre por todos lados pero ni rastro) de la editorial Olympia, una editorial de temática erótica de París, cuando leyó:
Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-lita: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo-li-ta. Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita.
Rezuma sutileza y erotismo; como toda la novela. Lolita son muchas cosas: es una tragedia, un estudio psicológico, una crítica a los Estados Unidos de la época, una novela tremendamente sensual o un perfecto tratado de estilo.
Humbert Humbert es un asesino y un neurótico, pero no puedes odiarlo, es más, lo consideras víctima. Al igual que hace Capote con Perry Smith en A Sangre Fría, sientes una gran compasión por ambos al finalizar la lectura. Eso solo lo pueden hacer los genios.
H.H., desde la cárcel, expía sus culpas. Cuenta a los jueces que lo van a juzgar sus obsesiones y el asesinato que ha cometido debido a ellas. Debido a un suceso de la infancia siente una atracción enfermiza por niñas en la pubertad. En uno de sus viajes a Estados Unidos conoce a Lolita y para estar cerca de ella decide casarse con su madre, por la que no siente más que asco y antipatía…
Mejor contar solo hasta aquí e ir descubriendo la obra poco a poco; descubrir todos sus recovecos, sus esquinas y sus curvas.