Volvía Ismael Serrano por Valladolid tras su concierto en las Noches de San Benito, y optó por llevar a sus seguidores a Laguna de Duero, a La Casa de las Artes, un teatro más que adecuado para un concierto de estas características. Repetir gira en tan poco tiempo no es una papeleta sencilla y la entrada fue algo menor de lo que cabe esperar para un artista con su trayectoria, algo más de 200 personas (a ojo de buen cubero).
En el escenario, la misma escenografía que ya habíamos visto. Ismael recrea el salón de su casa, para arrancar hablándonos de una hipotética y pintoresca comunidad de vecinos en la que las historias se entrelazan, como si de 13, Rue de Percebe se tratase. Tenemos empresarios corruptos, hombres solitarios, viudas, amores imposibles… Sin duda es esta capacidad para trasladarnos al cuento que narra durante las más de tres horas de concierto lo más destacable de su actuación. Las canciones transcurren entre los monólogos como páginas de un libro, de forma pausada y conexa.
El último disco, Acuérdate de Vivir, se lleva una buena parte del protagonismo. Entre las primeras canciones del concierto aparece El Espejismo, seguida de Amores Imposibles, del anterior. En el final de esta canción comenzaron mis dudas sobre el concierto. A pesar de que en apariencia Ismael se vuelca con intensidad no creo que llegase a emocionar. En Laguna la “ronquera que le asalta antes de cada concierto” pareció más patente que otras veces y daba la sensación de tener que cantar contenido, entre cansado y triste.
Tras un largo monólogo sobre sus vecinos continuó con Ya Ves, una de sus grandes viejas joyas, siguiendo con Te Vas, de nuevo de Acuérdate de Vivir, en mi opinión la mejor que ha gestado desde aquél punto de inflexión que significó el recopilatorio Principio de Incertidumbre. Y es que antes de continuar con El Virus del Miedo despachó otra larga historia en la que un vecino vive encerrado, temeroso de la realidad, y por un momento pensé que ese vecino es Ismael. Parece que desde hace muchos discos el peso de la realidad sea una carga demasiado pesada sobre sus hombros. En su blog parece mostrar un doloroso desencanto con la vida, y parece cubrir con un velo de tristeza todo aquello que hace. Incluso las mejores canciones de su repertorio u otras más recientes y presuntamente alegres como Regalo para un Primer Cumpleaños parecen apagadas. Y el problema no es sonar triste (tengo una lista de sus canciones más desgarradoras para esos días en los que sólo apetece llorar solo), sino que suenan sin emoción. Tuvo que llegar Vine del Norte para que el público, que en estos casos canturrea cada palabra del cantautor, fuese oído por primera vez. Me parece impensable, aunque las comparaciones sean odiosas, que en un concierto de Marwan o Luis Ramiro el público no acompañe al artista hasta la novena canción.
Lo que nadie puede discutir es su gran faceta de orador y declamador, con grandes momentos como el monólogo en el que frivoliza con la muerte de un vecino, aunque de nuevo La Huida, una canción terriblemente vital, sonó fúnebre.
Consiguió arrancar palmas por primera vez con Caperucita, que continuó con Vértigo, Podría Ser y Si Se Callase el Ruido, secundado por un gran Fredi Marugán a la guitarra. También tiró de Javier Bergia durante toda la noche para alguna pincelada cómica, e interpretaron juntos una canción de éste último, Palito de Madera.
Con Recuerdo llegó la canción que probablemente interpretó con más intensidad. Sin dejar ese tono de hombre cansado consiguió emocionar, con Jacob Sureda al piano, aunque no fue hasta La Extraña Pareja, canciones más tarde, cuando consiguió la primera ovación (y estamos hablando de la vigésima de la noche).
Tras más de tres horas todavía se pidieron bises, y acabó con Últimamente y Papá, Cuéntame otra Vez, que dice cantar tan intensamente como quince años atrás. Yo, por el contrario, creo que estos quince años en los escenarios, tras la guitarra, nos muestran un Ismael Serrano algo cansado, que no consigue emocionar como antes.
Y es que, como las madres de la Plaza de Mayo y él dicen, sólo se pierden las batallas que se abandonan, y no quiero abandonar a este gran artista, cuyas canciones llevan toda la vida acompañándome en alegrías y tristezas. Pero ha dejado de lado la propia letra y vitalidad que subyace en Sucede que a Veces (curiosamente una de las mejores de la noche). Como sus vecinos de Egipto, va necesitando una revolución.