El viernes pasado, la “tormenta de arena” de Dorian se hizo un hueco entre un público cargado de electricidad en uno de los conciertos especiales del décimo aniversario del ciclo SON Estrella Galicia. Rebosante de esa furia con que parecen estallar las cosas poco antes de nacer, en ese espacio de tiempo vacío y veloz, su entrada se hizo humo. Casi ni los sentimos llegar, ensimismados aún en la espera. Pero pronto vimos caer la tempestad, sobre todos nosotros.
Una tempestad ardiente, que hiere, aprieta y hasta ahoga, pero nunca confunde. Mensajes directos, tan ciertos como uno quiera sentirlos; palabras amargas, a menudo plagadas de verdad; y una combustión, fugaz, abrasiva.
Así llegaron hasta nosotros en una noche sin fin, arropada por el calor del Náutico y un horizonte sin nubes. Porque, “cuando Dorian viene a Galicia, nunca llueve”. O eso suelen afirmar los barceloneses.
Vinieron para entregárnoslo todo. Un inmenso repertorio que dio comienzo con La Isla, cedió el paso a Noches blancas y, luego, Verte amanecer. Este último tema, en su explosión, preparó la noche para Algunos amigos. Hasta que caiga el sol irrumpió, pautando el preciso ritmo que, mecánicamente, se había adueñado del concierto. Una armonía total, y un Náutico lleno de la luz que el cielo se había guardado.
El temblor abrió la línea de Justicia Universal, acompasado con Duele. Se sucedieron otros tantos. Sonaron Arrecife, Cualquier otra parte o Cometas. Y llegamos a Los amigos que perdí, que anticiparía el desenlace marcado por La tormenta de arena y una conmovedora interpretación de esa Tristeza que se reservan para “conciertos especiales”.
En su electricidad, Dorian nos regala la fuerza que los consume. Nos obsequia con nuevas ópticas, que diluyen las ya aprendidas, y nos hacen enterrarlas. Proclaman su grito en medio del temporal, y ahogan la duda, que quiebra la voz. Porque ellos se afirman, aún en el error. Y aciertan a hacernos dueños de ese alarido que disparan. Nos dan el coraje para que avancemos.
Sus fidelísimos seguidores, que acudieron el viernes en masa, pudieron disfrutar de una noche inolvidable. Y todos aquellos que los siguieron a San Vicente, sin saber muy bien qué esperar, de seguro regresaron con la sensación de haber dado con algo. Con algo, que merece ser recordado. Y al final, eso es lo que importa.