19 abril 2024

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“La estrella de Sevilla” de Lope de Vega

  • Viernes 6 de febrero de 2009
  • Teatro Calderón de Valladolid
  • Compañía Nacional de Teatro Clásico
  • Actores: Daniel Alvadalejo, José V. Ramos, J. Ramón Iglesias, Mon Ceballos, Muriel Sánchez, Jaime Soler… entre otros
  • Versión y dirección: Eduardo Vasco

Es habitual en los clásicos optar, a la hora de llevarlos a escena, por decorados y vestuario que no se acomodan a las circunstancias geográficas o temporales en los que los situaba el autor, aun cuando éstas fueran precisas. Algunas veces las nuevas situaciones apuntan a un lugar o un momento donde el director entiende no sólo que la historia también encaja, sino además (y esto es lo que podría justificar el cambio) que alguna de las facetas que la obra presentaba se aparece con una luz nueva y quizá más brillante.

El director opta por situar la obra en un lugar impreciso y en un tiempo difuso, para que podemos entender tanto que no estamos en ningún lugar, como que estamos en todos ellos. Estos montajes parecen resaltar que las personas, las pasiones y los conflictos que se presentan, no suceden en una época concreta, porque han sucedido y están sucediendo en todas ellas, porque seguirán sucediendo mientras la historia continúe.

La escenografía suele evitar la localización por su sencillez, presentándose sin rasgos distintivos, sin edificios, sin estilos arquitectónicos localizables e incluso sin muebles (digamos de paso que la sencillez y la falta de ornamentos es especialmente útil para los obras de nuestro siglo de oro que cambian de escenario con una facilidad cinematográfica). En nuestro caso, tres paredes y un suelo de madera clara, junto con unos prismas cuadrados del mismo material, forman todo el decorado. Antes de empezar la obra, los prismas están horizontales pegados a las paredes del fondo como asientos para los actores, pero a medida que se suceden las escenas, se convertirán en tarimas, tribunas, quicios, columnas, paredes, etc… La austeridad escenográfica, que llega a ser monotonía en el color, hace que resalte el movimiento actoral y la movilidad casi continua de los prismas, evita el aburrimiento y cubre las necesidades de la acción.

En el vestuario también se busca la intemporalidad; tanto actores como actrices llevan trajes grises sobre camisetas lisas y discretas, que a la vez evitan el realismo y crean una sensación de uniformidad y sencillez, que al igual que ocurría con los decorados, envía el vestuario a segundo plano y convierte a las palabras y acciones de los personajes en verdaderos protagonistas.

Sólo dos excepciones destacan sobre ese fondo gris: el traje blanco de novia de Estrella (Muriel Sánchez), quizá como símbolo de la alegría que ella cree ver próxima, y la chaqueta roja del gracioso Clarindo (Paco Vila). Este Clarindo es un personaje que se distingue de los demás no sólo por la ropa, sino sobre todo por el estilo de interpretación, más exagerado y artificial, tirando a bufonesco de acuerdo con su papel. Estas diferencias señalan al único personaje que parece quedar al margen de los ideales de honor y deber que afectan a los demás.

Sobre este planteamiento hay dos aspectos más del montaje decididos a priori que afectan a la relación del público con el desarrollo de la trama. El primero, el carácter marcadamente teatral de la representación. Si ya de por sí decorados y vestuarios poco realistas, neutros, como los que se han descrito, ayudan poco a que el espectador se sienta incluido en la acción, a que acepte que los actores son realmente los personajes y que están viviendo la historia a su lado, en este montaje se suceden los detalles que recuerdan que lo que se está viendo es una representación. Por citar algunos ejemplos, los cambios de decorados efectuados por actores a la vista del publico; la permanencia al fondo del escenario de actores que no intervienen en la escena, e incluso, en algún caso, la presencia junto a los personajes que hablan, de algún actor que representa a un personaje que no se encuentra en la acción; la presencia de armas, en el momento que la acción lo exige, discretamente dejadas en el escenario, ya que los personajes no llevan, en consonancia con el vestuario elegido; o el paseo por el patio de butacas de Sancho Ortiz (Jaime Soler) y Clarindo durante la extraña escena del viaje a los infiernos.

A tono con esta actualización de la puesta en escena, movimiento y gesto del actor, que conlleva una disminución de la solemnidad y la majestuosidad en los gestos, hay que destacar el acercamiento a la naturalidad en la manera de decir el verso, sin que en ningún momento suene como si no fuera verso (conforme al apropiado y bienintencionado hábito de la CNTC) pero sin insistir tampoco en él.

Cabe preguntarse si esta elección de puesta en escena es apropiada para La estrella de Sevilla. En principio es un planteamiento razonable para obras cuyos temas centrales se encuentren entre aquellos que han permanecido sin casi variación a lo largo de la historia. Y puede decirse que cumplen esa condición los dos temas centrales de esta obra: el abuso de poder y la forma de resistirse a él, y el drama de seguir amando a quien ha hecho daño a seres queridos. Pero las razones sobre las que se ha asentado el poder, y como consecuencia, la forma en que los personajes se sienten obligados por él, han cambiado mucho a lo largo de la historia.

Es cierto que aún hoy en día, uno puede ser obligado por el poder a realizar actos no deseados, pero el concepto de injusticia de la orden recibida, será distinto al planteado en la obra, donde la situación superior del rey al resto de las personas, hace que su deseo sea ley y su orden justifica moralmente las mayores atrocidades. La actualización hace que resalten más los errores morales que esas diferencias sociales permitían. Pero también hace que al presentarnos a los personajes como personas con movimientos, vestidos y criterios similares a los nuestros, nos llame más la atención su aceptación de sus obligaciones para con la autoridad. No es eso tan malo por lo chocante del final, donde la aceptación del rey todo lo allana, ya que en las comedias clásicas también sabemos que al final se van a realizar matrimonios inesperados y se van a resolver situaciones irresolubles y podemos aceptar tres minutos finales de incongruencia. Pero en esta obra durante los dos últimos actos, el espectador ha de comprender el sufrimiento que soporta Sancho Ortiz por cumplir con su deber, por ser honrado, y solidarizarse con él. Y tal vez podríamos entender la honradez de una persona a quien unas creencias lejanas y perdidas le obligan a cometer atrocidades con el convencimiento de obrar bien, pero no nos ayuda a comprenderle y ver a esa persona como alguien próximo a nosotros.

El montaje transcurre con un ritmo acertado, que mantiene el interés, pero tranquilo. De la misma forma que no hay vestidos llamativos, ni decorados con alardes constructivos, tampoco hay escenas tumultuosas, ni movimientos acelerados, ni peleas espectaculares (a pesar de que en escena hay muerte, grandes remordimientos y fuertes pasiones) Pero no se echan de menos. Este conjunto se cubre con una buena interpretación de todos los actores, con esa solidez interpretativa que no es rara en la CNTC. Quizá se echa de menos algo de intensidad en las escenas de los enamorados, Estrella (bien Muriel Sánchez) y Sancho Ortiz (bien Jaime Soler), alguna de ellas en circunstancias dramáticas, casi folletinescas.

De destacar a alguien, quizá a Busto Tavera (Arturo Querejeta) y al rey Don Sancho (Daniel Albaladejo) que tienen dos lucidos enfrentamientos; uno sutil, cuando el rey intenta honrarle en su casa y él logra evitarlo y otro posterior, que llega a ser enfrentamiento físico. Y no se puede dejar de mencionar el trabajo de Clarindo (muy bien Paco Vila) que por el enfoque dado al personaje, como ya se dijo antes, se ve obligado a trabajar a contracorriente del resto de los actores y del ambiente creado, con las dificultades que eso conlleva.

En definitiva, buen trabajo de Eduardo Vasco y su compañía.

Pero lo que me congratula especialmente, es la línea de trabajo y organización de la CNTC, por la que tanto luchó el maestro Marsillach, viendo que la línea argumental del insigne director se ha recuperado y por ello felicito al responsable del CNTC.

por Mr. Burg

2 comentarios en «El Blanco Brillo de la Estrella»

  1. El pasado fin de semana pude ver esta ESTRELLA en el Gran Teatro de Córdoba y disfruté también con su sencilla y eficaz puesta en escena y sus increíbles actores.

    Muriel Sánchez brilla con una intensa Estrella Tavera, que emociona desde la más profunda visceralidad (el momento en que recibe la noticia de la muerte de su hermano es extraordinario) hasta la más sencilla y sincera contención. Daniel Albaladejo interpreta eficazmente al déspota rey don Sancho, aunque quizás con ciertos matices un tanto “chabacanos” para tratarse de un rey. Mi escena preferida es la única que comparten los dos protagonistas (el momento en el que Estrella Tavera le pide al rey que le entregue a Sancho Ortiz), cargada de sensualidad e intensidad dramática.

  2. Excelentes Muriel Sánchez,la Estrella del título,Daniel Albaladejo(el rey don Sancho),Jaime Soler(Sancho Ortiz de las Roelas) y Francisco Rojas,el consejero del rey,pero todos los actores son estupendos, defienden una propuesta escénica sencilla y limpia, sin los revestimientos del teatro clásico a los que estamos acostumbrados y de los que, personalmente, huyo. Muy creíbles. Casi me la pierdo, ya que Córdoba parece ser la última plaza que hacen.

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