5 octubre 2024

miguel1

Amanezco de un sueño nada reparador al borde de la hora del almuerzo diario y con desidia, apatía, cierta melancolía, infinitamente más cansado, que cuando me sumergí en las cálidas sábanas de mi nido, ya en el amanecer del día y con las neuronas más dormidas que mi alma, me acomodo en el sillón frente al diabólico ordenador y me encuentro con un mensaje de un amigo con alma de bluesman, que dice que D. Miguel Delibes ha muerto.

Noticia nada agradable para alguien que admiraba al maestro y que se desayunaba en ese estado lamentable, relatado anteriormente, con la pérdida de uno de los grandes y que además, era uno de los nuestros.

Mis neuronas comenzaban a encontrar acomodo, empezaba a ser consciente de la realidad y a mi estado nada optimista, se unía un tapón en la boca del estómago y un nudo en la garganta, al recordar al escritor, al vecino más entrañable… Cualquier adjetivo o definición de la persona del señor Delibes, sería faltar al respeto y memoria de hombre tan ilustre.

No voy a realizar un recorrido por su obra, citando títulos y venerarlos con letanía eclesiástica, ni voy a hacer un breviario histórico de su vida, ni siquiera voy a repasar cada una de las aficiones cinegéticas o cinematográficas, de las que Don Miguel era un erudito. Sólo tenía la necesidad de relatar un breve, pero intenso encuentro, que tuve hace 20 años con el señor Delibes y que radiografía de manera sublime, el perfil del escritor vallisoletano.

Sería en el invierno de 1990, cuando mi pasión cinematográfica, hizo que accediera a una de las salas minúsculas del desaparecido minicine Groucho (qué memorables ratos nos hiciste pasar en tus incómodas butacas) ubicado en Cadenas de San Gregorio, cerca de mi hogar paterno.

Con devoción y casi como ritual, era el ir, por lo menos un día por semana, a ese pequeño paraíso del cine, colindante con la iglesia de San Pablo, para deleitarnos con cualquier joya del séptimo arte y comentar con amigos, después del visionado de la película, en cualquier café pero sin él (…)

Ese día fui solo al cine. No fue, ni será el último día, que acuda a cualquier evento, haciendo alarde de mi más puro onanismo. Fue otro día más.

“Roma città apperta” de Rossellini, era la cinta que proyectaba esa semana el Groucho y que retirarían en apenas una semana, que era lo que duraban las películas en cartelera.

Cuando acabó la magnífica película y se encendieron las luces de la minúscula sala, me quedé un rato pensativo, meditando brevemente sobre lo que había visto. Unos leves toques recibí en mi hombro izquierdo y una voz amable y suave, me advirtió que la peli había llegado a su fin y que ya no nos iban a ofrecer nada más. El dueño de la misteriosa voz era el otro espectador que me acompañaba y que hacía el número dos que “abarrotaba” la sala (solos él y yo).

“¡Coño, Delibes! le espeté sorprendido y empezó un corto pero amistoso debate, de lo que nos había parecido la película, del placer que se siente yendo en soledad a deleitarse con estas obras maestras, etc…

La conversación se alargó Cadenas de San Gregorio arriba a paso procesional, hasta la plaza de San Miguel (cual ruta del hereje) y el placer que yo sentía con la compañía y conversación del señor Delibes, hizo que no sintiera como el frío invernal, se me agarrara por dentro, mas bien al contrario. La compañía de D. Miguel trasmitía un calor humano tal, que mitigó el frío por completo.

Nos despedimos deseándonos lo mejor.

Al cabo de los años y debido a mi afición teatral, volvimos a coincidir indirectamente y me dedicó un libro suyo que me impresionó en su primera lectura y que me apasiona sobremanera, “Señora de rojo sobre fondo gris”, dedicado a su mujer.

En él, me escribió: “A Carlos, con afecto y admiración, un cordial abrazo” Miguel Delibes.

La dedicatoria me dejó perplejo.

En ella se demostraba lo tremendamente humilde, sentido y sencillo, que alguien tan grande pudiera ser. Una verdadera eminencia en el mundo de las letras y en otros muchos campos, que tendría que haber sido premio nobel, admiraba a un anónimo individuo, que en sus ratos libres jugaba a ser director teatral.

Un detalle que le honra y que le ensalza como persona.

Así era D. Miguel Delibes. El autor inmortal de la literatura castellana, que pasará a la posteridad por ser uno de los más grandes escritores de todos los tiempos y que enarboló la bandera de la humildad y la sencillez.

Dijo Albert Camus que “el éxito es fácil de obtener. Lo difícil es merecerlo”. ¡Qué fácil le llega a muchos, y qué complicado a otros!

Espero que ahora, ejerciendo el deporte nacional de encumbrar y rendir pleitesía a los que nos han dejado y no hacerlo en vida, tributemos un sentido homenaje y le reconozcamos todo lo que ha hecho por la literatura castellana y los maestros de resignación ética, le brinden su merecida ponderación.

Desde mi humilde condición, quiero rendir este pequeño homenaje a alguien tan grande y dedicarle mi más absoluta admiración.

Gracias por todo lo que nos has dejado. Por el maná literario y el recuerdo como persona.

Siempre estarás en nuestro corazón. Por lo menos en el mío, que para mí, ya es bastante.

Un abrazo querido Miguel.

Carlos Burguillo

(Director de Gente de Teatro de la Universidad de Valladolid)

1 comentario en «A D. Miguel Delibes»

  1. Las personas que son Grandes, grandes en espíritu, en alma durante toda su vida, parece que nunca van a morir, que siempre van a estar ahí como seres inmortales. En cierta manera con D. Miguel Delibes, eso se cumple, porque una persona tan querida, tan humilde y tan bondadosa, nunca podrá caer en el olvido. En nuestro recuerdo y en el de muchos otros estará vivo para siempre. DEP

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