25 abril 2024

Decía Dora García recientemente en una entrevista que se dio cuenta de que podía no hacer nada y olvidarse de la exigencia de rellenar con objetos materiales el -ideologizado- Cubo Blanco. Concluía el comentario añadiendo que no se trata tanto de qué hacer sino de para quién y cómo. Su trabajo hace tiempo que sigue esta máxima y se ha convertido en pura performance o en dinámica participativa.

A Dora le interesan mucho los libros y el proceso creativo de la escritura: fue así como descubrió que muchos escritores desarrollan su actividad inspirados o en contacto con voces. De este modo, la artista descubrió el movimiento internacional “Hearing Voices Network”, nacido en los años ochenta y centrado en una nueva concepción y vivencia de la enfermedad mental, libre de la patologización, del estigma social y de la excesiva medicalización. Partiendo de esta red internacional, García realizó un proyecto primero en Hamburgo y luego en Toronto en el que se creaba un café dentro de otro café. Siendo este último un lugar agradable se hacía posible la dinámica de diálogo que tenía lugar en el primero: charlas, debates y presentaciones en torno al tema de “oír voces”, como les ocurría de igual manera a Philip K. Dick, a un esquizofrénico o a una vidente. tres esferas aparentemente inconexas se dan cita así en este “The Hearing Voices Cafe” que siempre ocurre gracias a la colaboración de algún grupo de autoayuda, alguna asociación, etc.

el cafe de los oidores de voces

Arropados por el imponente edificio del Museo Nacional de Escultura y amparados por una amplia cristalera que permite ver el cartel luminoso desde los pies de la impresionante fachada, debatimos ayer sobre si la escucha de voces es más bien un síntoma o un don. La artista -presente en este caso-, introdujo el diálogo presentando el proyecto de “El café de los oidores de voces“, haciendo referencia tanto al daimon socrático como al ángel que acompaña al Ministro de Interior según sus propias declaraciones y siempre bajo la figura de Santa Teresa, protagonista de la exposición “Nada temas, dice ella” en la que participa este café. Durante una hora y media especialistas, interesados y neófitos, artistas y gestores, profesionales de la salud mental, usuarios y familiares compartimos un café dentro de otro café; abriendo una brecha en el espacio-tiempo mientras fuera anochecía.

La Revolución Delirante es un movimiento de profesionales de la salud mental que lleva en Valladolid desde 2011 luchando contra el estigma de la salud mental y defendiendo la locura como otra forma de vivir no identificada con una enfermedad ni susceptible de ser medicalizada o necesariamente aislada por peligrosa: la locura debe ser tratada de manera inclusiva y abierta, transversal y desjerarquizada. Herederos de la reforma psiquiátrica de los años setenta en la que se implicaron Fernando Colina o Jose María Álvarez -profesionales residentes en la ciudad-, su trabajo tiene conexiones con la Heraing Voices Network, en un continuo intento por normalizar la vivencia de la locura. A su vez, “Fuera de la Jaula” es un programa de radio puesto en marcha por personas que participan en el Centro de Intervención Comunitaria del Hospital Río Hortega y pretenden poner en sintonía a locos y sociedad. La artista ha trabajado en colaboración con ellos para activar este espacio de aprendizaje en torno a la locura.

Trayendo una vez más a Foucault al frente, reflexionamos sobre la escucha de voces como síntoma, con el encerramiento, medicalización y desempoderamiento total para el paciente que entraña. El psiquiatra como ser poderoso que institucionaliza al enfermo por medio del diagnóstico: el enfermo se autodefine y la sociedad lo rechaza. El enfermo que calladamente asume su patología y se deja hacer, oyendo voces pero sin voz. Desde que nacieran los manicomios en época de Descartes parece estar muy claro cual es el límite de la normalidad y por tanto las causas para el ingreso. Definido lo normal matemático como la mitad más uno, quizá convendría -como una voz señaló en el café- pensar más bien en lo que no es anormal; sabiendo también que “de cerca nadie es normal”, como dice una pintada anónima en el ex- hospital psiquiátrico de Trieste, al lado de la cita de Gramsci: “La verdad es revolucionaria”.

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Todos soñamos al cerrar los ojos y suspender nuestros sentidos, algunos -más de los que se afirma- extienden la experiencia del sueño a la vigilia. Asumamos pues que las voces son reales, que hay quien las oye y que sólo sabiendo gestionarlas traslucen su utilidad. Sócrates parecía saber gestionarlas y se convirtió en todo un ejemplo a seguir. Hoy, los psíquicos  admiten oír voces y comunicarse con otros seres, sin embargo no quieren ser en absoluto relacionados con la locura, a pesar de que hablan prácticamente un mismo idioma… quizá la diferencia esté en que la defensa de la locura es pura resistencia al sistema médico, a la normativización de las identidades y al propio capitalismo.

Sólo escuchando las voces, visibilizando, educando y abriendo huecos y tiempos a la locura, podremos hacerla habitable. Proclamemos el orgullo loco y apoyemos esta estrategia de supervivencia, abriendo una puerta también a la comprensión de un cierto don que nos conecte con un algo desconocido y, quizá, incluso místico.

Un café dentro de otro café, dentro de una exposición, en un museo, se convierte así en una reivindicación por los derechos civiles del colectivo de los oidores de voces que aúna a agentes interesados en la salud mental y agentes del mundo del arte: desdibujando a un tiempo el diagnóstico y la formalización del arte.

Porque la pregunta no es el qué, sino el cómo y el para quién: diálogo entre médico y paciente, artista y público.

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