5 noviembre 2024
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Espectáculo: La Huella, de Anthony Shaffer
Dirección: Begoña Bilbao
Interpretación: Manuel Galiana, Asier Hormaza y Pedro Romero
Producción: Txalo Producciones
Lugar: Teatro Zorrilla (Valladolid)

El largo y prolífico recorrido del texto de Anthony Shaffer, La Huella, a partir de la novela homónima escrita en los años 70, encontró una cita ayer en Valladolid, en un Teatro Zorrilla con aforo prácticamente completo en el primer pase y expectación ante los pormenores que depararía la puesta en escena. Llevada al cine en dos ocasiones (la versión mayoritariamente reconocida por la crítica de  Joseph Leo Mankiewicz en 1972 y la más controvertida versión de Kenneth Branagh en 2007) y representada con mayor o menor fortuna infinidad de veces en todo el mundo, esta obra es ya un clásico del género negro británico. Debemos esta versión española a Begoña Bilbao, su directora, y a la productora guipuzcoana Txalo Producciones, que ideó un primer montaje en euskera y ha conseguido que la versión en castellano gire por toda España desde marzo de 2010.

Los personajes

Grata visión al descorrerse el telón: una compacta escenografía que recrea  el salón de una mansión inglesa a lo Allan Poe con algún intencionado toque chirriante, coherente con la trama de la historia; se trata de uno de los logros del montaje. Lejos de las tendencias minimalistas de los últimos tiempos (desnudez y sobriedad, unas veces justificadas estilísticamente, otras tantas como recurso para optimizar la rentabilidad), la grandiosidad de la escenografía resulta vital para meterse en la trama, funciona como un personaje más que envuelve a los de carne y hueso, encarnados por Manuel Galiana y el joven Asier Hormaza.

Está fuera de toda duda que la veteranía es un grado sobre las tablas. Prueba de ello es la solvente interpretación de Galiana a quien conocemos por una larga trayectoria profesional, desde su participación dentro de los espacios de “Estudio 1” de Televisión Española hasta sus recientes trabajos en cine, teatro y televisión. En declaraciones para El Norte de Castilla con motivo de su presencia en Valladolid para estas funciones, el actor cuestiona las iniciativas para recuperar formatos que combinan el género teatral con los platós de televisión: «Esa fue una época y la hicieron actores y equipos extraordinarios. Y es un poco engañar al público (…) Ahora queremos dejarlo todo sin magia y el teatro es, básicamente, magia (…) El teatro solo es teatro en el teatro y no se puede traspasar a otro medio»

Por otro lado, es obligado apuntar que el cincuenta por ciento de “esa magia” en este montaje se debe a su compañero de reparto, Asier Hormaza, conocido actor de la televisión vasca, que desenvuelve un complicado papel con gran profesionalidad y presencia en el escenario.

La trama

Se puede hablar de un género que podríamos llamar comedia policiaca ya que los recursos tradicionales del thriller se ven salpicados oportunamente por toques de humor, irónicos en algunos instantes, cercanos a la sátira y al humor negro en otros. Galiana encarna el personaje de Andrew Wyke, un reconocido escritor de novela de intriga que podría ser el trasunto del propio Shaffer o de las mismísima Agatha Christie, perspicaz y aficionado a los juegos de estrategia, habita una mansión en medio de un bosque. Una tarde llama a Milo Tindle, un joven de ascendencia italiana amante de su mujer, a quien propone un juego aparentemente inofensivo pero que acaba convirtiéndose en perverso. A partir de este momento se desarrolla una relación estrecha entre dos personajes de altura, un verdadero duelo de ingenios, que requiere de una caracterización psicológica sabia y una fuerte conexión de los actores en escena, ambos aspectos conseguidos en este montaje.

La autoría de Shaffer, tanto de la versión cinematográfica (ya por naturaleza tildada por la crítica de “muy teatral”) como de la adaptación teatral, garantiza la fidelidad al texto original, aunque no por ello tenga menos mérito una forma convincente de llevarlo a escena. El desarrollo de la historia se sucede en dos actos. El primero resulta algo más sosegado y lineal, combinando lo dramático con lo pintoresco, rayando en algún momento lo que parece una sátira del thriller auténtico y un acto de metateatro; una representación instigada por Wyke dentro de otra, la “real”, que acaba volviéndose en su contra…El cazador, ¿cazado? En la segunda parte, la naturaleza del género de intriga se perfila intensamente, la trama depara algunas sorpresas para el espectador, que acaba siendo partícipe de ella al tratar de desentrañarla desde su butaca con desconcierto. El espectador queda enganchado con un par giros de la acción narrativa, al fin y al cabo es éste el objetivo del género, con la mezcla de realidad y ficción, formando parte de juego de ambigüedad y suspense.

En cuanto al argumento hay que destacar el peso del trasfondo histórico y social. Junto a la convivencia de lo dramático y lo irónico, encontramos una obra que reproduce prototipos sociales, pasiones y miserias humanas: conflictos de intereses, machismo, infidelidad, venganza, traición, rencor, humillación. Quizás sea ahí donde reside la clave de la vigencia de este texto gestado hace ya cuatro décadas.

Muy presente en la literatura universal, la intriga y el misterio, son siempre elementos atractivos para el gran público. Se agradecen las iniciativas para reavivar este género en el teatro. Más aún cuando se trata de un trabajo bien hecho que dignifica la pervivencia de un clásico.