Por mucho que les duela a los puristas del género, el éxito de las franquicias ‘Resident evil’ y ‘The walking dead’, en los videojuegos, el cómic, el cine y la televisión, ha hecho mucho más por la integración del zombie en la cultura popular de masas que el trabajo de George A. Romero o Lucio Fulci, superior en interés o calidad a los primeros, sin duda, pero reducido a circuitos mucho menores, de iniciados. Sin los dos primeros títulos, y sin el impulso que dieron a este subgénero ‘28 días después’ (Danny Boyle, 2002) y su secuela o el ‘remake’ de ‘Amanecer de los muertos’ (Zack Snyder, 2004), una película como ‘Guerra Mundial Z’ (Marc Forster, 2013), o el libro en la que se basa, no existiría tal y como se ha concebido, es decir, un taquillazo ‘mainstream’ protagonizado por una estrella de la talla de Brad Pitt.
Como toda buena película de zombies que se precie de serlo, más allá de las sensaciones de terror y claustrofobia que se da por sentado que debe provocar en el espectador, la cinta de Forster funciona a otros niveles y tiene otras capas de lectura, políticas y sociales… No en vano las mejores y más interesantes épocas del cine de terror suelen coincidir con periodos de crisis como el actual, o el de los 70, cuyos miedos, inquietudes y paranoias suponen un material de primera categoría con el que alimentar ficciones de anticristos, posesiones demoniacas, catástrofes naturales, accidentes o no-muertos que abandonan sus tumbas para complicarle las cosas a los vivos.
Tradicionalmente, las películas de zombies han sido siempre las más políticas, sobre todo en manos de Romero, y el caso de ‘Guerra Mundial Z’ no es una excepción. Si una mañana estalla el apocalipsis… ¿quiénes serán los elegidos para sobrevivir y a quiénes se abandonará a su suerte? ¿Las élites -políticas, económicas y militares- salvarán su culo una vez más a costa de las clases medias y bajas? ¿El helicóptero pasará de largo sobre tu terraza si quien toma las decisiones -un ‘Gran hermano’ a lo George Orwell mismamente- juzga que no tienes nada que aportar a la comunidad de los elegidos?
La película plantea estas inquietantes cuestiones mientras Brad Pitt viaja de país en país para tratar de encontrar una vacuna y frenar el avance de la epidemia o, lo que es lo mismo, acabar con la revolución social y proteger el tradicional statu quo y los intereses de las clases gobernantes. Ya casi desde el principio, al personaje de Pitt, un agente de campo de la ONU retirado, se lo dejan muy claro: o se reincorpora al servicio activo o su familia -mujer y dos hijas- no tendrá hueco en uno de los masificados portaaviones donde los elegidos navegan a la deriva, como en los mitos griegos, a la espera de que los dioses entreguen un milagro en forma de ‘fuego purificador’ de zombies.
Aunque estas lecturas políticas y sociales se mueven en segundos y terceros planos para que el espectador no se distraiga, si no quiere, de la acción y la historia -muy bien contada, por cierto-, me resisto a dejar pasar de largo uno de los momentos en los que el contenido político pasa a primera línea en forma de sonrojante panfleto. La única ciudad del mundo que resiste la plaga zombie no es la aldea gala de Astérix y Obélix, por supuesto, sino Jerusalén y gracias a… la construcción de un altísimo muro que protege a sus habitantes -los puros- del mal procedente del exterior, retratado textualmente como una imparable marea de cadáveres reanimados… Y los culpables de que los zombies consigan franquear las defensas son… un grupo de palestinos, a los que los judíos han dado cuartelillo, y que al ponerse a cantar con un megáfono despiertan la ira de los zombies. La interpretación más obvia no deja lugar dudas…
Todo el metraje de ‘Guerra Mundial Z’ está empapado de una sensación incómoda y esquiva, la de no tener claro quiénes son ‘los buenos’ y ‘los malos’, la de saber -o suponer- que incluso en una situación tan extrema hay quien sigue tirando de los hilos, la de que la voluntad del personaje de Pitt y su familia está tan dirigida y sometida como la de los zombies y su consciencia colectiva, de colmena.
La inequívoca certeza de que la individualidad debe sacrificarse en un momento de crisis como ésa -o como la actual- en aras de un supuesto bien común, dictado por la élite superviviente, deja un poso amargo en la cinta, incluso aunque el desenlace sea, en principio, esperanzador. Se ha ganado una batalla a costa de que los seres humanos sacrifiquen un poco de su pureza, se manchen con el pecado original o la marca de la bestia del apocalipsis -ser menos críptico implicaría desvelar demasiado-, y la guerra continúa, sí… ¿pero quién es quién en cada bando? ¿Quiénes somos nosotros? ¿Los afortunados supervivientes o las masas de zombies que llenan las plazas y calles de las ciudades como en una protesta perpetua?
Increible la escena de Jerusalem con los zombies castellers asediando la ciudad…