18 abril 2024

Seamos sinceros: por una razón o por otra, los discos de Rufus Wainwright nunca han sido el paradigma de la accesibilidad ni del estribillo que te aprendes a la primera escucha. Cuando no se ha dedicado a hacer álbumes barrocos y medievales, divididos en dos partes, con preludios en latín o arreglos de Ravel y temas de nueve minutos a dúo con Antony; es porque ha estado recreando un álbum en directo de Judy Garland o poniéndole música a sonetos de Shakespeare. Es evidente que un artista así no lo tiene fácil para conseguir un reconocimiento mediático masivo, por mucho que se lo pueda merecer. Lo último que publicó hace dos años, ese álbum fúnebre dedicado a la memoria de su madre, no pudo ser más deprimente; pero cuando le vimos este invierno en Valladolid nos pudimos dar cuenta de que ya había superado el luto, al tiempo que empezábamos a tener noticias de un nuevo disco, que se anunciaba “pop y radiable”, para lo cual eligió a Mark Ronson como productor -“y también por verle entrar cada día en el estudio, es tan elegante y guapo”-.

‘Out of the Game’, primer single en el que reconoce haber estado “fuera de juego” una temporada y tener ganas de dar guerra, resulta ser casi la peor canción de todo el álbum -y ya sabemos qué ocurre cuando el primer sencillo es lo peor del tracklist: las probabilidades de que nos encontremos ante una obra maestra se disparan-. Por lo demás, la canción es bastante fiel a ese propósito de hacer un disco bailable y nos hace pensar en lo acertado de haber elegido a Mark Ronson. Del mismo modo, ‘Jericho’ es la típica composición de Rufus en la que la mano popera del productor se deja notar, por no hablar de los providenciales sintetizadores de ‘Bitter Tears’ que, junto con la estructura poco convencional de la canción, hacen de ella uno de los mejores momentos de la alianza Wainwright-Ronson.

Además de “pop” y “bailable”, otro de los adjetivos que Rufus ha usado para describir este álbum es el de “masculino”: “ya he hecho suficientes discos gays”, declaró en Stereogum. Habría que preguntarle qué entiende él por masculino, porque ‘Out of the Game’, paradójicamente, contiene las mayores mariconadas que jamás haya compuesto, que ya es decir. ‘Rashida’ habla sobre que te retiren la invitación para una fiesta cuando ya habías elegido el modelito. ‘Montauk’, dedicada a su hija Viva y en la que también se acuerda de su difunta madre, empieza con el siguiente verso: “One day you will come to Montauk/ and see your dad wearing a kimono/ and see your other dad pruning roses/ hope you won’t turn around and go”. También está ‘Welcome To The Ball’ que, con semejante título, no requiere mayor comentario sobre su masculinidad. En total, tres canciones enormes que sirven de reflejo del estupendo momento vital y artístico que atraviesa Rufus.

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Con todas estas letras, rezumantes de confianza en uno mismo y satisfacción por todo lo logrado, casi se nos olvida que hubo una época mucho menos idílica en la vida del cantante -peleas familiares, enfermedades, adicciones e incluso una violación-, que con tanta maestría ha ido plasmando a lo largo su brillante discografía. Algo de esto sale a la superficie en la segunda mitad del álbum y en ‘Respectable Dive’ Rufus confiesa saberse todas las letras de esas “canciones del miedo”. Para demostrarlo, compone esta preciosa canción sobre no atreverse a “poner las cartas sobre la mesa” a la que, como si su talento no conociera límites, le siguen ‘Perfect Man’, ‘Sometimes You Need’, ‘Song of You’ y ‘Candles’, una sucesión de temazos que hacía tiempo que no veíamos.

‘Out of the Game’ tiene tantas buenas canciones que por momentos parece más un recopilatorio de grandes éxitos que un álbum de estudio. Si lo firmara otro artista, diríamos que es su mejor álbum; con todo lo que ha hecho Rufus en su vida, seremos más prudentes. En ‘Perfect Man’ -una de las melodías más bonitas del álbum-, Rufus confiesa que está haciendo lo que puede para que “todas las rosas florezcan al mismo tiempo” y, si tomamos esa afirmación como una metáfora en la que las rosas son las canciones de un disco, no podemos negar que en éste lo haya conseguido. Puede que cuando intente hacer un disco pop y bailable, le sigan saliendo dramas y dramas; que cuando intente pasar página tras la muerte de su madre, siga acordándose de ella en varias canciones; que cuando intente resultar masculino, resulte más gay que nunca y que cuando intente sonar en la radio, no lo consiga y a los únicos a los que supere en popularidad en su vida sea a los Magnetic Fields. Pero es imposible que a alguien le importe algo de eso ante un disco como éste. Al final, el mensaje de ‘Out of the Game’ queda más que claro: Rufus is back, bitches. 8,2/10.