20 abril 2024

Me gustaría comenzar por el final. Final, refiriéndome a la salida del público del Teatro Calderón. Todos habíamos visto un conjunto de cosas que por separado funcionaban a la perfección, pero que puestas en conjunto, suponía presenciar lo más aburrido que en mucho tiempo he visto en el teatro.

Pero, ¿qué puedes o debes criticar de un montaje en el que todo está bien? Pues supongo que la labor de dirección tendrá algo que ver. Krystian Lupa, es conocido por ser un transgresor de la escena, por unos montajes arriesgados y fuera de lo común, aunque supongo que eso no se contradice con realizar un producto final al menos un poco más cercano. Lo primero que llama la atención es la magnífica escenografía, que ya desde el primer contacto, transmite bastantes características del montaje. “Fin de Partida” nos cuenta la historia de Hamm, el amo ciego y en silla de ruedas, que da órdenes y más órdenes a Clov, el siervo, que no se puede sentar nunca. Les acompañan, metidos en un contenedor de basura, los padres de Hamm, que perdieron sus piernas en un accidente de bicicleta pero que siguen soñando con ser felices. Hasta aquí parece que bajo estas rocambolescas directrices, cualquier cosa puede pasar.

Cuando esta obra fue llevada por primera vez a escena, el propio Samuel Beckett  pronunció a sus actores las siguientes palabras: “Debemos arrancar tantas carcajadas como sea posible con esta cosa atroz”… Los directores teatrales, no tienen porqué llevar a rajatabla los deseos e intenciones de los dramaturgos, claro está, pero si a un texto de Beckett, le privas de ese humor negro, basado en las desgracias, que lo caracteriza; consigues que la gente se duerma en el teatro. Y no lo digo de una manera metafórica porque realmente fue lo que ocurrió en muchas de las butacas del Calderón.

Los actores estuvieron soberbios, llevando a las espaldas un texto muy difícil, lleno de dobles juegos e intenciones  y bajo una atmósfera decadente y en la más estricta soledad. Pero el ritmo y el tempo impuesto, hacían perderse en la maravillosa lámpara del teatro, así como en sus pinturas y decorados. Muchos de los allí presentes optaron por el abandono de sus sillas, en algunas ocasiones incluso en manada.

Bajo esta serie de incidentes, los actores prácticamente se quedaron solos, no solo físicamente con el abandono del público, sino también por parte de los que nos quedamos hasta el final. Los aplausos ya empezaron apagados por la gente que salía como si les obligasen a ver la obra otra vez, y en verdad aunque no es culpa de los que dan la cara, ni de actores ni iluminación ni vestuario ni escenografía, la sensación que nos quedó fue muy clara: un montaje aburrido rodeado de maestría.