28 marzo 2024

Ya van un montón de años, concretamente siete consecutivos, que servidora lleva acudiendo al festival más grande de España. Grande en emociones, en cartel y, cada año más, también en infraestructuras.

Durante todo este tiempo hemos podido quejarnos de muchas cosas, que ya sabemos que aparte del tenis, el baloncesto y el fútbol, este deporte también se nos da estupendamente por aquí. ¿Recordáis cuando el escenario Pitchfork estaba debajo de las columnas, en la actual zona de comida? No había edición en la que nadie comentase el rebote sonoro. ¿Y cuando aparecía el público local que sólo venía a la electrónica? La gente más pureta se quejaba del ambiente. El año de la odisea de las tarjetas, cuando quisimos ser tan modernos y aprovechar tanto la tecnología que hasta las once de la noche no pudimos disfrutar de la primera cerveza. ¿Os acordáis? Luego perdimos la magia del antiguo ATP y el año pasado los amigos de este escenario lloramos su localización.

Pero ¿sabéis que es lo que hace grande a las personas? Que de los errores se aprende. Y que aunque sea una frase hecha y reventada hasta la saciedad, de esas que te dicen tus padres cuando eres pequeño pero que no aprendes hasta bien avanzada la veintena (y algunos ni eso), es una verdad como un templo.

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En la vida hay que probar, fallar, corregir, volver a fallar, escuchar consejos y corregir otra vez para, por fin, encontrar la solución perfecta. Eso es lo que en esta 14 edición del Primavera Sound he podido sentir en mis venas.

El festival ha ido creciendo, amigos cercanos apasionados de la música me cuentan con melancolía aquellas ediciones en el Poble Espanyol. No lo dudo. La música, como tantas otras cosas, cuanto más en familia mejor. Y ya no se trata de esa flipadura de sentirte único y sibarita disfrutando de un concierto con sólo 100 personas más. No nos equivoquemos, los indies de verdad (si es que alguno queda) saben que compartir es vivir. Este año por fin he sentido que la familia sencillamente se hacía más grande, y no que se llenara de cuñados incómodos. Ahora sí, la disposición de los escenarios es la correcta, y aunque haya a quien no guste esta idea de doble festival, creo que es la única manera de tenernos a todos contentos.

Personalmente siempre he defendido que el Primavera Sound no es un doble, ni triple, ni cuádruple festival. Las posibilidades del evento multiplican las combinaciones hasta el infinito (quien esto escribe es de letras e incapaz de calcular las posibilidades matemáticas reales). Y la maravilla es poder escuchar a Silvia Pérez Cruz con Raül Fernández Miró a la hora de la siesta, a Kendrick Lamar a la hora de la cena y a Daniel Avery llegando al amanecer. Entender que hay gente que quiere mezclar esto es saber que tienes en tu mano hacer feliz a cada vez más personas.

Los únicos peros que pueden ponérsele a esta edición del Primavera Sound escapan a la organización: baldosas mal puestas que llenan los camales de los pantalones de barro, personal de seguridad con poca o equivocada información acerca de las normas, o bueno, la lluvia y el frío, que al final no se portaron tan mal pero incomodaron algunos ratos.

No me malinterpretéis. Esto no es una dorada de píldora a la organización. Es lo que siento. Y si algún día vuelvo al festival y me decepciona, vendré a decirlo por aquí y por todas partes. Que claro, a mí también me gusta quejarme.

Y puestos a la queja diré que ojalá Slowdive no hubiera obviado Alison en su setlist. Que ojalá John Grant no hubiera coincidido con Astro ni Mogwai con Nine Inch Nails ni, por supuesto, Future Islands con Neutral Milk Hotel o St. Vincent. Que qué mal que Erlend Oye no haya venido este año, ni como público ni como artista. Que ya quisiera yo ser más rica para comprarme todos los posters del Flatstock y un disco en cada puesto de la feria. Que menuda rabia no haber podido estar con mis amigos en el concierto de Yamantaka // Sonic Titan. Que quiero que la versión tan lenta de Under The Pressure que The War on Drugs tocó en el Pitchfork esté así en su disco como un bonus track. Que no entiendo el fenómeno fan de The National ni que los chicos no bailéis como Nic Offer de Chk Chk Chk. Que ya que soy demasiado mayor para aprender a tocar el violín como la chica que subió con Mishima, a ver si alguien me deja tocar la pandereta en su grupo. Que me voy a frustrar si no llego a los 64 como Tom Verlaine de Television.

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Que si alguna vez voy al sur de EEUU quiero encontrarme a Jonathan Wilson tocando en el porche de una casa de madera. Que qué pena si no has llorado alguna vez con la música como Justin Vernon se echó a llorar cantando Still. Que a ver por qué no me puedo tirar la vida bailando como si no hubiera mañana mientras suena Jagwar Ma, Chromeo, Cut Copy o Metronomy. O todos juntos en el mismo escenario. Que deberíamos dar gracias a que haya marcas que escuchen a grupos noveles nacionales, como la estupenda programación del Sony Club, y a grupos noveles internacionales, como las sorpresas que siempre nos da el Adidas Original. Y que todos los domingos por la tarde debería sonar el Atlas de Real Estate en todas las casas, pero alguna vez en la mía y en directo.

Que cuando llegue el día del juicio final espero que me pille en una sesión de Dj Coco con toda mi gente.

Pero sobre todo yo he venido aquí a decir que qué mal, qué pena, que haya que esperar un año más para el siguiente. Voy a guardar el pañuelo que al final se me ha escapado alguna lagrimita. No hay peor resaca que la emocional, amigos. Y de emociones siempre acabamos bien empachados en el Primavera Sound. Nos vemos en el siguiente y, mientras tanto, en los bares, en las primeras filas, moviendo las piernas y mirando al escenario.