28 marzo 2024

En un Madrid convulso por las palizas indiscriminadas de la policía el día antes en la manifestación “ocupa el congreso”, aún duraba el cerrojazo a la cobertura 3G en la zona centro,  se presentaban, en son de paz, la banda de Minnesota en la estupenda Sala Joy Eslava que hacía días había agotado las entradas. Y es que había muchas ganas de volver a encontrarse no solo con unas canciones que definieron el adjetivo “americana” en toda su extensión sino con el regreso del hijo pródigo, el desgarbado y díscolo Mark Olson tras más de una década fuera de la formación y eso se notó en la excitación inicial de un público que bastante antes de la hora de comienzo ocupó su lugar frente al escenario.

Pero antes de que los protagonistas de la noche saltaran a las tablas lo hizo la banda invitada, unos más que interesantes The Dirty Browns que exhibieron muy buen hacer y unos temas que crecían cuando se acercaban a la vertiente más country y que ganaban pulso en los más rockeros. Una voz rota y bien dirigida y un juego de guitarras de gran altura para cuarenta y cinco minutos musicales recibidos con una inexplicable frialdad por el respetable y que a mi me dejaron un gran sabor de boca.

El último trabajo de The Jayhawks,  Mockingbird Time, no es ni de lejos su mejor obra, de hecho la formación vive en la búsqueda constante de la perfección que lograron hace ya casi veinte años y que quedaron plasmados para el plagio infinito de cualquier seguidor del género en los imprescindibles Hollowood Town Hall y sobre todo en Tomorrow The Green Grass, una obra maestra con mayúsculas, y probablemente ellos sean conscientes de este hecho y apenas cuatro temas aparecieron en el set list y todos en la primera parte.

El comienzo del show fue antológico por dos razones, la primera porque su clásico Wichita, hace ya veinte años desde que este tema vio la luz, abrió el concierto y la segunda porque ya en los primeros acordes pudimos comprobar como la magia musical de la formación original estaba intacta. Ahí se mostraban la personal voz de Olson, el saber hacer a la guitarra de un elegantemente vestido Gary Louris que sacó a su Gibson un torrente de melodías llenas de delicadeza y esa combinación de sonidos que solo la formación original consigue y donde Karen Grotberg con sus coros y teclados se fue haciendo de manera discreta y contundente con el protagonismo.

A pesar de la expectación a la gente le costó algo entrar en calor y no fue hasta que sonó Two Angels y Louris se calzó su armónica al cuello cuando realmente pudimos apreciar el calor que la noche necesitaba. Olson rompió una cuerda en Closer To Your Side y mientras se la sustituían, parece ser que no trajo instrumento de recambio, agarró el micro y se movió torpemente por el escenario. She Walks In So Many Ways fue el único nuevo tema que funcionó, quizás por esas armonías vocales tan celestiales pero todo palideció con los primeros acordes de Blue, para el que escribe su auténtico totem musical, y aquí a la sonora ovación le acompañó el coro general de la sala.

La banda se encontraba cada vez más a gusto y la gente pareció soltar el lastre que suele acompañar al público madrileño para perder el control, pero cuando te encuentras con temas como I´d Run Away con el tono levemente nasal de Louris, el country de Angelyne o la eterna melancolía de Two Hearts no queda otra opción que rendirse y disfrutar. Lástima que la coincidencia de horario con el concierto de Basia Bulat apenas a unas manzanas de la Joy me hicieran perderme la versión de Bad Time (Grand Funk Railroad) que según las crónicas hizo tocar el cielo a todos.

The Jayhawks demostraron en Madrid que Louris y Olson se necesitan mutuamente para crear una magia musical que por separado no logran alcanzar y aunque no fue sin duda su mejor noche, quizás estuvieron algo fríos, dejaron patente que después de tanto tiempo continúan siendo los auténticos maestros del género y mantienen el copyright de las grandes armonías vocales de este nuevo siglo.