Fotografías interiores: Varios autores.
Foto de Portada: Jorge T. Gómez.
La noche en Copérnico se convirtió en un concierto de dinamismo y energía, igualmente evocador a otros anteriores pero de una intensidad arrebatadora gracias a la impresionante actuación de Israel Nash y su banda de Texas. Presentaban juntos su último álbum, Ozarker, grabado con el renombrado productor Kevin Ratterman. Le acompañaban al escenario: Eric Swanson al Pedal Steel y los teclados, Curtis Roush a la guitarra, Alex Marrero a la batería y Jesse Ebaugh al bajo. Los traían de gira por España como no, The Madnote. Aún puedes verlos en Valencia (23 de febrero), Zaragoza (24) y Barcelona (25).
Desde el instante en que Nash y su banda tomaron el escenario, nos mimetizamos con la misma pasión que ellos ante la colección de sus nuevas canciones. Fue un éxodo a través de las raíces musicales y personales del artista, presentándose la noche tal y como se esperaba. También hubo momentos de meditación sobre el amor, la familia y la conexión que trasciende a varias generaciones. Y es que estos momentos de excepcional intensidad prolongados, en un ejercicio imposible de equilibrio entre los aplausos y silbidos de cariño, de madrileños o afincados en Madrid, se mezclaron con sus mensajes de espiritualidad, de la vida, el cambio y cómo afrontar los baches, las montañas y las nubes…vaya, que ni el profeta Isaías en sus mejores días. Solemnidad a gran escala.
Con una presencia sin pretensiones pero algo guionizada, Nash, con su característica melena, desató una energía comparable a la de Neil Young. El concierto se inició con “Can’t Stop”, una entrada enérgica que estableció el tono para la velada, explorando sus distintas capas de sonido que abrazan el rock americano del medio oeste y que contribuyen a su último trabajo.
La magia continuó a lo largo de la noche, destacando momentos como la emotiva interpretación de “Mansions” y el cierre perfecto con la clásica “Rain Plans”. El concierto abarcó la euforia de unas guitarras imponentes y de unas letras más cinematográficas que nunca, pura reflexión melancólica.
No faltaron algunas de nuestras favoritas como “Roman Candle” y “Lucky One”. Por supuesto le acompañamos en los coros de “Shadowland”: “Oh, Ooooh, ooooh, Here I am, In Shadowland”; También nos engrandecimos con él y el estribillo de “Rexanimarum”, de su trabajo anterior.
Nash interactuó de manera cercana con la audiencia, compartiendo también las historias detrás de las canciones para conectar así con la esencia del álbum. La escenografía, sutil pero efectiva, con las alas de un águila de fondo, nos transportó a todos estos mundos que Nash pinta en sus composiciones. También sirvió para embellecer nuestras fotos y vídeos para el recuerdo.
El bis llegó con “Firedance”, una elección audaz que llevó la intensidad al máximo. Tras la última letra, Nash abandonó el escenario entre aplausos y vítores para dar paso a un momento transcendental de riffs y ruidos, con Curtis Roush y Eric Swanson (¿alguien más se fijó en sus pegatinas de Dirty y el Jeti?). Les vimos luego conversando con el gran Manolo Fernández, dejándose fotografíar y firmando en el merchandising.
Basándonos en esta actuación, Israel Nash sigue su ascendente camino, consolidándose como una estrella en constante crecimiento. Copérnico fue testigo de una noche que deja patente la maestría musical de Nash y su habilidad para crear conciertos y discos memorables. El sonido de la sala fue excelente y lo agradecieron ellos y lo agradecimos nosotros. Amén Hermanos.
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